La cita del Primero de Mayo es una cita firmemente asentada,  casi tradición, en nuestro día a día (en nuestro año a año). No es ni algo reciente ni algo estrictamente español, sino una cita global que recuerda en todo el mundo el valor del trabajo y la atención a los problemas y necesidades de la clase trabajadora.

Una cita que ha tenido sus avatares, descritos como un «guadiana» en un artículo del escritor y divulgador José Ramón Sáiz Viadero, que rescatamos precisamente de su archivo digitalizado (que esta semana se ha abierto a la consulta de los primeros apoyos).

El propio contexto del artículo «De la euforia a la clandestinidad», un repaso a la evolución de la cita de referencia en el mundo obrero, es interesante: se publica un 1 de mayo de 1978, es decir, en plena transición, con el dictador fallecido, pero sin todavía la Constitución.

Y además se publica en la Hoja del Lunes, una publicación editada por la Asociación de la Prensa que se difundía los propios lunes, cuando en principio no se lanzaban periódicos, pero que sorteaba así esa prohibición y que fue toda una escuela para muchos periodistas.

El artículo repasa los orígenes históricos y la eclosión que supuso para la cita la II República, en unos años marcados por un fuerte activismo sindical y una amplia base de trabajadores organizados.

En el informe, Saiz Viadero repasa los actos que se convocaban entonces, con un grado de organización en los desfiles por secciones y áreas –con peso especial, en esos años, para jóvenes o la sección de mujeres–, y que incluían consejos sobre cómo actuar ante algún problema o “provocación”. Actos que llegaron a tener como escenario la Plaza de Toros de Santander.

Las reivindicaciones tenían recientes la represión a las protestas de Octubre, como recordaba un texto del 1 de Mayo del 36 en el periódico El Cantábrico, uno de los de referencia en la época.

Mejoras salariales, laborales y de derechos, en la educación, una mayor democratización de las instituciones republicanas como la justicia y una especial atención a la situación en el campo, a sus precios, créditos…

Además, reclamaban desde una mayor humanización de las prisiones hasta la supresión de la figura de la peligrosidad social en la legislación sobre seguridad ciudadana –con el franquismo la situación se endurecería–, pasando por la revisión de los ficheros policiales, en unas peticiones que tienen vinculación con el nivel de activismo de la época que, en ese contexto, solían acarrear prisión y consecuencias.

El artículo, concebido como un informe, repasa lo que sucedió tras la República y la Guerra, es decir, con la dictadura militar franquista: se disolvieron los partidos y organizaciones obreras, y se crearon los denominados sindicatos verticales, promovidos desde el régimen y que mezclaban a trabajadores (el lenguaje quiso hasta borrar su presencia y dejarlos en “productores”)  y patronos.

De modo que la conmemoración que entrocaba directamente con el sindicalismo real pasó a ser clandestina: una comida en Los Pinares, en El Sardinero.

Según avanzan las décadas el activismo clandestino es mayor, y se citan organizaciones como Comisiones Obreras u HOAC (la Hermandad Obrera de Acción Católica, cristianos de base), hasta llegar en el 1968 a una importante conmemoración, con una fuerte dosis organizativa previa y con agentes policiales fotografiando a los participantes.

De ahí fueron a Correos, según repasa el artículo que cita a históricas vivas hoy como Marta Peredo. La acción fue disuelta a tiros, causando heridos. Acusándose a sus dirigentes, como María Jesús Cuesta, de ser ellos quienes agredieran a la autoridad, e incluso se disolvió una misa a la que asistían líderes obreros.

Volvió otro período de clandestinidad: el artículo pasa a ser una enumeración de presos, como los hermanos López Coterillo– uno de ellos escribe todavía en la actualidad artículos de opinión que envía a sus contactos por Whatsapp—o Julio Vázquez, que da nombre al colectivo que gestiona el Centro Social Smolny, entre muchos otros.

EL ARCHIVO SAIZ VIADERO

El Archivo Saiz Viadero es un proyecto de los técnicos y gestores socio-culturales Soraya Cruz Montes y José Luis González Pelayo, responsables de GC PROYECTOS DIGITALES, empresa dedicada a la Digitalización y Gestión Documental en Cantabria.

Han digitalizado el archivo de este inmenso conocedor de la historia de las últimas décadas en Cantabria, que actúa de enlace entre la posguerra y nuestros tiempos, con especial atención a la memoria histórica, la cultura, el cine o el feminismo. Más de 16.000 documentos entre artículos, referencias de prensa, documentos originales… cuya sistematización y consulta se revela como un elemento útil para futuras publicaciones.

La creación del archivo está siendo posible por el apoyo de numerosos ciudadanos a título particular, sin respaldo institucional.