Una invitación a la lectura
Siempre que comento o presento un libro, lo hago, sobre todo, como lector de obras de escritoras y escritores, conocidos personalmente o no, si bien son mayoría los primeros, incluso, a veces, amigos. Y solo lo hago si las obras me han gustado, es decir, si en la forma encuentro buena literatura, y su contenido “me dice algo”, y me permite decirle algo, o decírmelo a mí mismo, valiéndome de ella.
Pues, bien, “Un libro de libros. Lecturas para compartir”, escrito por Isabel Tejerina e ilustrado por Paisà García, y precedido de un prólogo, tan , tan cumplido, como esclarecedor de Paco Nadal, me ha gustado y me ha dicho mucho, además de, en mucha medida, orientado como lector. Y es que el libro no es solo de una escritora, que también, sino, y, sobre todo, de una lectora, que es de sus lecturas, de lo que nos habla Isabel Tejerina en “Un libro de libros”.
En el prólogo de una antología de sus poemas, el poeta Ángel González escribe que todo poema -y puede extenderse a toda obra de arte- responde a una situación y a una intención. La situación le es dada al poeta, y la intención el poeta la pone. Así, toda obra de arte, no solamente es trascendente, por cuanto tiene vida propia, una vez que ha salido del dominio del artista, sino que también es trascendental, en el sentido kantiano del término, esto es, que cuenta con una materia o situación, dada, y una forma, que responde a una intención, puesta. A Isabel se le han presentado tantas situaciones, como títulos de libros, 50, a los que ha dedicado su atención y su escritura en este, bien llamado, libro de libros. Tantas situaciones tienen un denominador común: la condición de lectora de su autora, inherente a su ser y a su hacer.
Porque, parafraseando el mensaje bíblico, bien puede decirse que por sus lecturas la conoceréis. Literatura y vida. Vida y literatura. Me explico. Desde los libros, de los que Isabel nos habla, se puede uno aproximar al modo de su estar en el mundo, así como quien tenga conocimiento de la trayectoria existencial de Isabel, puede aventurar cuáles pueden ser sus lecturas. Por las lecturas que nos confía, se sabe de su actividad docente, enseñando literatura; de sus intereses literarios, narrativos, poéticos, dramáticos; de su activismo cultural Y político, movido por una conciencia sensible a las agresiones de toda índole contra las personas y los pueblos; de su adhesión a un feminismo autocrítico y constructivo.
50 lecturas escritas, que componen una suerte de memorial de lecturas o, mejor, un manual al que puede acudir un aspirante a lector o un lector despistado. La estructura del libro es sencilla: 50 capítulos, tantos como libros leídos, con la información de la lectura. Cada uno de los capítulos ofrece, a su vez, una estructura, que dota al libro de una estricta unidad formal: a una noticia biobibliográfica del autor del libro a comentar, le siguen una sinopsis de las situaciones narradas, con una certera descripción de los personajes, para llegar a conclusiones, de distintas naturalezas, acordes con la condición, no solo lectora, sino, y sobre todo, humana de la autora. El relleno de cada una de las estructuras le corresponde a cada lector del libro.
A Isabel Tejerina, que se tiene, sobre todo por lectora, la desmiente este libro, del que es su autora. Pero, no solo este libro, porque ya ha dejado constancia de su quehacer literario, en el ámbito de su actividad docente, con publicaciones no menores, por más que destinadas a lectores menores, en las que el teatro, otras de las pasiones de la autora, adquiere todo su valor didáctico. Sin olvidar los textos militantes, dictados por su conciencia crítica, cívica y solidaria.
El libro que me ocupa es una prueba más de su condición de escritora, avalada por la de lectora. Hace uso de un lenguaje tan sencillo como eficaz para beneficio de sus lectores, tan comprometido como limpio de asperezas dialécticas. Un lenguaje común, que se compadece con el literario, por cuanto compone metáforas e imágenes esclarecedoras y afortunadas comparaciones, que el lector degusta, cuando le salen al paso.
El ritmo es tan fluido, como sostenido, lo que produciría la sensación de lectura fácil y rápida, si no fuera porque en ocasiones las palabras contienen una carga de profundidad, no tanto de denuncia, como de crítica y reivindicación. Tengo para mí que esto último pueda ser la intención, puesta por la escritora en su obra. Pero, no solo, ya que Isabel se ha encargado de explicitarla en el subtítulo del libro: “Lecturas para compartir”, es decir, el libro es una invitación a leer con un amplio menú literario a escoger, que no se reduce a los 50 títulos comentados, sino que, a modo de apéndice, añade una cumplida y selecta nómina de “referencias bibliográficas”, citadas, como aliño, en buena parte de las propuestas del menú principal. Así, Isabel nos abre una biblioteca-gourmet, en la que entrar, elegir y degustar buenos alimentos literarios. Claro, que también podría ella elaborar unos cuantos libros-manjares más, con la misma receta de este. Y yo que los lea.
Ya, no he dicho una sola palabra sobre las viñetas, con las que Paisà García ilustra todos y cada uno de los capítulos del libro. De hecho, no estoy en condiciones de decir mucho, más que nada por desconocimiento sobre esta forma de expresión artística. Sí puedo decir lo que veo, que cada viñeta está estrechamente ligada, sin barroquismos ni abstracciones, al título, que ilustra, a modo de anticipo gráfico, con la misma naturalidad con la que Isabel nos confía sus lecturas. Y con un punto de ironía, que también Isabel deja caer en los textos. Y es que el trabajo artístico, que conozco, del ilustrador, que gusta tenerse por viñetista, está impulsado por los mismos resortes sociales, políticos y culturales, que los que conforman la obra de la escritora.
“Un libro de libros. Lecturas para compartir” no reúne 50 libros contados, ni reseñados. Son 50 libros leídos.