Todos a una como en…SERDIO
Quien se ha criado en un pueblo y luego acaba viviendo en la ciudad puede sentir a veces que le falta “ese algo”. No se trata de idealizar la vida en el campo, quienes seguimos viviendo con un pie en cada lado, lo sabemos. La falta muchas veces de intimidad, el síndrome a pie de calle de “la vieja del visillo” ese querer saber de la vida del vecino, está inevitablemente presente. Cierta uniformidad parece dibujar un paisaje común sea cual sea el pueblo y esté donde esté. Ciertos rasgos donde todos nos vemos identificados.
Al llegar a la ciudad encuentras que existe un espacio propio en el que poder desenvolverte. Es cierto que no todas las ciudades son iguales pero, en comparación con los pueblos, ese espacio es innegable y puede convertirse en un refugio para tu intimidad. No significa que las ciudades estén hechas en torno a esa arquitectura del respeto, a ese urbanismo del civismo y la tolerancia a los límites que cada cual quiere poner en su vida. Significa quizás, todo lo contrario, que cada cual vaya a “la suya” sin que te importe el de al lado. Así tu vecino puede llevar muerto varios días y tú ni haberte enterado. Que las paredes sean tan finas que se escuche todo no significa que las traspase hasta el punto de mover un dedo. En alguno casos eso sucede también en los pueblos: “cada uno en su cocina sabrá lo que hace, yo bastante tengo con ocuparme de la mía” recuerdo oírle decir a mi padre cuando era un crío. Y eso en algunos casos está bien, puede significar respeto y tolerancia, pero en otros puede significar mirar hacia otro lado.
Lo límites entre lo público y lo privado, entre el respeto y la indiferencia imagino que somos nosotros quienes los ponemos, vivamos en el campo o en la ciudad. Sin embargo, en el campo aún permanece, con sus inevitables contradicciones, esa sensación de comunidad; de Communis (en latín arcaico commonis) palabra compuesta de com + munis que significa ‘corresponsable’, ‘cooperante’, ‘que colabora a realizar una tarea’. Esa corresponsabilidad cooperante, esa reciprocidad que conlleva de alguna manera, un reconocimiento en el otro de algo propio. No importa que te lleves bien o regular, que te hayas eco mas o menos eco de según que habladurías o que hayas tenido tus pequeñas, o no tanto, disputas. Cuando algo pasa ese sentimiento de comunidad aparece y puede hacernos ser capaces de lo mejor, de mostrar la fuerza que tienen las personas cuando se unen por algo que consideran justo o frente a algo que creen que no lo es.
Al hablar con Carlos, propietario de La Enmienda 18, junto al Espacio Joven de Santander y que, como decía, es de esas personas que aún no renuncia a mantener ese pie en el pueblo, aunque la vida le haga tener mas de medio cuerpo en la ciudad, me contó la historia de su puente. Era una historia que hace un año tuvo una gran repercusión en medios, locales y nacionales pero que yo no conocía. Ver como los vecinos con quienes te has criado se convierten por unas horas en esos “héroes anónimos”, o anti-héroes públicos, hace que renazca esa sensación de orgullo, de admiración al ver como la historia cobraba vida de nuevo en las palabras de orgullo de Carlos. La historia tenía todos los ingredientes: Un puente derribado, los vecinos que desconfían porque ya no creen mucho en sus dirigentes, demasiadas veces les han engañado. Una presencia de la guardia civil a las tantas de la mañana para que nadie se entere de su derribo. Un vecino que tiene que ir a Valdecilla, cruzar el puente, para que le den su tratamiento contra el cáncer y cómo “todos a una” deciden responder a una lógica que sienten como ajena, que nadie les ha consultado y que para nada les tiene en cuenta (no estaría de más que sirviera para abrir el debate sobre la desatención sanitaria y asistencial de unas zonas rurales cada vez mas despobladas y vaciadas).
La escena finaliza con un vecino arrollando con su «dumper» los coches de la guardia civil para que su vecino pudiera pasar. Una señora con su vara de avellano increpando a los representantes de la autoridad, inmóviles y quizás conscientes de que la autoridad moral estaba en ese otro lado del puente, en el de los vecinos y su causa.
Finalmente el vecino fue detenido, juzgado y condenado a pagar una multa que como imaginarás fue pagado entre todos los vecinos en un “todos a una como FuenteOvejuna” de la que el mismísimo Lope se sentiría orgulloso.
Ha pasado mas o menos un año desde lo ocurrido y lejos de quedarse en una anécdota y para demostrar que era mucho más que un arrebato puntual los vecinos y vecinas de Serdio se han vuelto a reunir para celebrar su compromiso como comunidad. Una celebración en la que todo lo recaudado irá para la Asociación Española Contra el Cáncer. Y es que a veces un gesto puede significar ese “algo más” hasta convertirlo en un “Mucho”.