Buscando un nuevo cine en el ‘nuevo mundo’
||Aitor Sánchez Smith, cineasta cántabro||
Soy Aitor Sánchez Smith, cineasta cántabro, y me encuentro actualmente en la comunidad nativa Shipibo-Konibo de Santa Clara de la Región Amazónico-Peruana de Ucayali. Estoy colaborando como docente en el proyecto de cine comunitario »Jeman Cine» (Ínstagram @jemancine), una iniciativa creada y coordinada por la cineasta peruana Gabriela Delgado Maldonado y el cineasta Shipibo Konibo Bernabe Mahua Fasanando.
El concepto de cine comunitario radica en la elaboración colectiva y horizontal de una narración audiovisual ideada, liderada y ejecutada por los propios niños de la comunidad: jóvenes indígenas, algunos de ellos futuros líderes, comunicadores, activistas, políticos o artistas, que encuentran en el cine un medio para expresar sus necesidades individuales y colectivas, para fortalecer el tejido comunitario.
Profesionales del sector como Gabriela, Bernabé o yo mismo nos limitamos a actuar como docentes y guías a lo largo del proceso de elaboración de las obras audiovisuales.
La temática que trabajamos este año fue la de »El Covid y las plantas medicinales». Los más pequeños usaron la técnica del Stop Motion para narrar las consecuencias de la pandemia en su comunidad. Los adolescentes trabajaron los formatos »videoclip», »ficción» y »documental» y crearon narrativas que indagaban y reivindicaban los saberes ancestrales y el conocimiento de sus plantas medicinales como respuesta a la crisis sanitaria del Covid: una crisis descontrolada y acelerada debido al abandono institucional en cuanto a asistencia sanitaria o el resto de servicios en las comunidades, o a la inmovilidad que causó el terror de ir a morir a la puerta de un colapsado hospital urbano.
Estos talleres son una importante fuente de inspiración para la juventud indígena, pero también son una gran oportunidad para suplir la carencia de estímulos deportivo/culturales, algo que sentencia el porvenir de unas maltrechas comunidades indígenas que no dejan de ser invisibilizadas por parte de las instituciones regionales y centrales.
Vivir en primera persona la experiencia del cine comunitario ha supuesto un antes y un después en la manera que yo tenía de visualizar el papel del séptimo arte en el desarrollo de las sociedades del futuro, sean del primer mundo o sean del séptimo. El cine nos brinda la posibilidad de vivirlo no solo de forma pasiva a través de nuestro móvil o televisor, sino de hacerlo de manera activa. ¿Cómo?, haciendo cine. Hacer cine en colectividad es algo absolutamente accesible para cualquier grupo de personas que tienen algo que decir, un mensaje que expresar, una realidad que cambiar. Gracias a su concepto de horizontalidad y colectividad, los diversos y distintos talentos individuales se llegan a entrelazar en una única y poderosa voz común mediante el multidisciplinar lenguaje cinematográfico, hegemónico canal de expresión de esta nuestra era tecnológica.
El cine comunitario también te enseña a poner en duda el sentido de tu propia profesión. A día de hoy, los productos audiovisuales (como los documentales) se han convertido en los principales y dominantes productos de consumo, de expresión, de educación, ocio e influencia. Sin embargo, empieza a ser más que dudoso el sentido del documental: su poder de transformación.
Ya sea por la enorme producción de documentales, »abaratados» en cuanto a calidad y profundidad por parte de ejércitos de documentalistas que intentan mercantilizar historias para sobrevivir en un mundo en clara tendencia hacia la precariedad y el colapso económico, o por el empacho audiovisual (como sociedad no nos vendría nada mal asumir que somos cada vez más insensibles hacia las desgracias del otro, apáticos, pesimistas e individualistas, salir un poco más de nuestra caverna mediática.)
Por estas razones, los documentalistas deberíamos de acostumbrarnos a dejar paso a una de las máximas del cine comunitario: que ciertas historias las cuenten los protagonistas. Y es que existe una razón que me convence por encima de todo que voy a plasmarla en el siguiente ejemplo:
Pongamos que un documental de cine comunitario, construido colaborativamente, llega a los mejores cines y festivales. Las estadísticas apuntan a que este »éxito» no sería suficiente para traer un cambio real y duradero.
Y sin embargo, aún nos quedaría un poco de luz afuera del cavernoso túnel, algo muy importante y característico del cine comunitario, su elemento diferenciador: lo vivencial de esta experiencia, construida desde lo común, que reconoce la diversidad de talentos, que organiza y une horizontalmente a una comunidad. Nos queda que ha sido una experiencia cuyo fin es, en gran medida, el proceso mismo y no la producción de un producto consumible. Nos queda que se ha generado un cambio en lo local, que es la mejor manera de cambiar lo global.
¿Y qué mensaje de denuncia hay más poderoso y forjado desde la verdad que el de la voz colectiva de aquellos cuyos derechos están siendo vulnerados, y no de algún documentalista que persigue algo con lo que alimentarse, o quizás unas hojas de laurel con las que coronarse?
El cine comunitario nació y se desarrolla en Latinoamérica, pero no hay que irse hasta el pulmón del amazonas para encontrar vulneraciones de derechos e injusticias. En nuestra verde tierra cántabra también hay cantidad de derechos vulnerados y de contradicciones. Y no solo eso, también hay una juventud desmoralizada con tanta crisis económica, social y sanitaria, que recluida detrás de su teléfono móvil desea mirar el mundo desde un prisma totalmente distinto. Es hora de transformar el pesimismo, la apatía y la pasividad en acción, una gran oportunidad para acercarse a la ausente juventud, estática y escondida detrás del teléfono móvil, mediante el audiovisual, el lenguaje que tan apasionada y talentosamente dominan, y a su vez dejan que les domine. Queremos unas futuras generaciones políticas, solidarias y con un fuerte sentido de la responsabilidad hacia el mundo en el que viven, queremos ganar la victoria contra la apatía humana, queremos vivir y no sobrevivir, hoy, mañana.