De Afganistán a Torrelavega, el reto de empezar de cero
REPORTAJE DE CRUZ ROJA
El 24 de agosto se cumple el primer aniversario de la nueva vida de Mortaza Hashemi. 365 días desde que este afgano de 32 años recorrió junto a su mujer, Fatema (27), y sus dos hijos, que actualmente tienen 9 y 3 años, los casi 6.000 kilómetros que separan su ciudad natal, Nimruz —situada al suroeste de Afganistán, muy cerca de la frontera con Irán— de la localidad cántabra de Torrelavega, su nuevo hogar en España desde que la llegada al poder de los talibanes les obligó a salir corriendo. “Dejar nuestra casa, nuestros amigos, nuestra familia, el lugar de nacimiento y, lo más importante, nuestro país, fue muy muy difícil para nosotros; en 20 días cambió todo”, explica Mortaza.
UN HUIDA A CONTRARRELOJ
Aunque para él, que cuando estalló el conflicto trabajaba como inspector de Medio Ambiente (pero 7 años antes había ejercido como intérprete para los ejércitos de España, Estados Unidos y El Salvador, gracias a su licenciatura en Filología Hispánica por la Universidad de Kabul), la preocupación por un posible estallido de este conflicto comenzó varios meses antes, en junio de 2021. “Teníamos un grupo, éramos más de 50, no solo colaboradores también periodistas y otras personas, y estábamos en contacto con el Ministerio de Defensa y la Embajada española”, cuenta Mortaza, en referencia a una cadena de emails que mantenía con varias decenas de personas potencialmente en riesgo de producirse el derrocamiento del Gobierno Afgano. Sus peores sospechas se confirmaron dos meses después, cuando todo se precipitó, dando comienzo al agónico plazo de evacuación internacional.
“Cada día dos aviones militares evacuaban a gente y por eso el Ministerio español llamaba a personas turno por turno. Por ejemplo, a 50 familias en un día les llamaban y les decían: ‘mañana tienes que venir a la entrada del aeropuerto’. Nos mandaban el salvoconducto por WhatsApp o por correo electrónico, por donde ellos podían. Y con esos salvoconductos podíamos entrar [en el aeropuerto de Kabul], aunque estaba muy difícil porque había muchas personas con familias, niños… Estuvimos esperando casi dos días”.
Una situación muy similar a la que vivieron Sabialha Yusufi, su mujer Sohaila Omaryar, entonces embarazada de cinco meses, y su hijo de 8 años. En su caso, el proceso de salida comenzó 10 días antes de su llegada a España el 27 de agosto de 2021. Sabialha recibió un email del Gobierno español que le alertó de la situación. Aunque en ese momento trabajaba en una compañía de placas solares, sus cuatro años de colaboración con militares españoles (entre el 2008 y el 2012) le convertían en candidato a la evacuación.
Sin pensárselo dos veces dejaron la ciudad de Herat, en la frontera con Irán y donde residían, y se montaron en un autobús rumbo a Kabul. Durmieron en la calle durante una semana, pendientes de noticias sobre su evacuación. “Cuando recibo la notificación del Gobierno de que nos va a ayudar, fuimos al aeropuerto y estuvimos esperando dos noches”, cuenta Sabialha, quien asegura que la situación en el perímetro era extremadamente delicada por la inseguridad y la acumulación de gente tratando de abandonar el país. “Kabul era muy peligroso, cuando recibí la localización de España no podíamos salir, era difícil entrar en el aeropuerto”.
OPERACIÓN ANTÍGONA
Aunque con tres días de diferencia, las familias de Sabialha y de Mortaza finalmente salieron de Kabul en un avión militar rumbo a Dubai, donde cambiaron a uno comercial que aterrizó en la base de Torrejón de Ardoz, punto de entrada de los más de 2.200 afganos y afganas que llegaron a España en la primera evacuación que tuvo lugar a finales de agosto de 2021. Este dispositivo, activado a petición de la Secretaría de Estado de Migraciones, recibió el nombre de Operación Antígona e involucró a más de 1.000 personas, entre voluntarios y voluntarias y personal técnico de diferentes perfiles (psicosocial, asistencia sanitaria, comunicaciones y albergues, principalmente).
“Tiene dos grandes partes, una primera que se realiza en el hangar, a pie de pista a la llegada del avión y otra que se hace en el IPT (Instalación Provisional Transitoria), el albergue donde pasan los días mientras se les va asignando su plaza en el programa de acogida”, explica Íñigo Vila, director de la Unidad de Emergencias de Cruz Roja. “El dispositivo es muy parecido al que habitualmente hacemos en costa, con pateras. Aunque sea en Madrid, el proceso es exactamente el mismo, una primera atención muy rápida, una identificación de necesidades especiales y de los más vulnerables, la atención a los menores y luego, posteriormente, el albergue”.
La asistencia psicosocial fue uno de los puntos en los que todos los equipos centraron gran parte de sus esfuerzos. En palabras de Ferran Blavi, responsable de Inclusión Social de la IPT de Cruz Roja en la base de Torrejón de Ardoz: “La mayor parte de las personas que atendimos vinieron con un cansancio extremo físico, una fatiga emocional, también, de muchas semanas de estrés acumulado. Es verdad que llegaron con muy poco equipaje, eso nos llamó mucho la atención (representa lo que es una huída) y luego también con mucha ambivalencia emocional […] Muchas personas nos confiaron el sentir emociones muy contradictorias, por un lado, estar tranquilas, felices, a gusto, protegidas… pero, a la vez, angustiadas, con miedo, con mucha incertidumbre porque atrás han dejado personas esperando coger vuelos o porque desconocen el paradero de sus familiares”.
Precisamente si algo destacan la mayoría de personas que participó en la Operación Antígona es la fuerza y la entereza de todos los recién llegados, especialmente de los más pequeños y pequeñas. Ellos fueron una de las principales prioridades durante esas primeras 24 o 48 horas para los ESIE (Equipos de Sensibilización e Información ante Emergencias) desplegados por Cruz Roja Juventud. ¿El principal objetivo? Sacarles una sonrisa y conseguir que se distrajeran de todas las cosas que habían vivido, mediante juegos. También se ocuparon de que aquellos que la necesitasen, recibieran asistencia psicosocial.
La coordinación, por otro lado, también se llevó a cabo de la mano de cuerpos de seguridad del Estado como la UME (Unidad Militar de Emergencias), y fue clave durante todo el proceso. “Es necesario trabajar codo a codo con todos los agentes con los que nos vamos a rodear. La coordinación con Cruz Roja ha sido muy fácil; de la misma forma que nos preparamos todos los días técnicamente para montar o desmontar un campamento, también lo hacemos a nivel organizativo, y hacemos simulacros, reuniones… que nos permiten conocer a las personas con las que vamos a trabajar para, llegado ese momento de necesidad, que las relaciones sean muy fluidas. El conocerse ayuda mucho”, apunta en este sentido Fernando Meana, jefe del grupo de apoyo a emergencias de la UME.
BIENVENIDA A UNA NUEVA VIDA
Una vez terminada esta primera toma de contacto, que en algunos casos se prolongó hasta dos días, lo siguiente fue la distribución por toda España a través de organizaciones, como Cruz Roja, que forman parte del Sistema de Acogida de Personas Solicitantes de Protección Internacional. Sabialha fue destinado a Ciudad Real y Mortaza a Torrelavega.
Según explica Cristina Marañón, la trabajadora social de Cruz Roja que ha asistido a Mortaza y a su familia, el primer paso cuando llegan al centro de acogida temporal (donde pueden estar hasta 12 meses en función de la vulnerabilidad de la familia; y de 18 a 24 meses en total, incluyendo la segunda fase del programa) es cubrir las necesidades básicas, como la asistencia sanitaria. “Se les empadrona rápido para que puedan ir al médico, que vean su estado de salud general, los niños las vacunas que puedan necesitar. A nivel educativo lo mismo, se les matriculó en septiembre y han hecho un curso académico maravilloso, están todos los profesores super contentos con la capacidad de aprendizaje que tienen”. Después, se ha trabajado en todas áreas, desde aprender español, sacándose las titulaciones correspondientes, hasta módulos formativos y enfocados a apoyar su integración. “Ahora mis hijos hablan castellano mejor que nosotros”, asegura Mortaza entre risas. “Mi mujer también está tomando clases de español y se ha apuntado a cursos de formación, en septiembre acudirá a uno. Estamos todos muy contentos”.
Hace ya varios meses que Mortaza y su familia dieron un paso más hacia su independencia mediante el alquiler de un piso con la mediación de Cruz Roja. ¿El siguiente, y quizá, uno de los más esperados? Encontrar trabajo. “Me quiero quedar en España, me encanta España y ahora estoy en un curso de formación en la profesión de mecánico”, explica Mortaza. “Voy a acabar el nivel 1 y después empezaré el nivel 2, que son 6 meses. Y dentro de 6 meses podré trabajar en cualquier taller. Tengo que tener paciencia y terminar este nivel y después creo que puedo encontrar trabajo como mecánico. Me gusta mucho esta profesión”.
Un deseo, el de empezar a desempeñar un oficio que le permita ser completamente independiente, que también comparte Sabialha. “Yo ahora tengo la residencia pero todavía no estoy trabajando, solo estoy aprendiendo español y necesito trabajo”. Igual que Mortaza, él también ha cambiado el albergue por un piso con su familia, la cual no solo está completamente integrada —“mi hijo Amir está estudiando en el colegio y le gusta mucho estar en España, habla español muy bien”, asegura— sino que además cuenta con un nuevo miembro. En diciembre de 2021 llegó al mundo el pequeño Adyan, convirtiéndose en uno de los primeros bebés de refugiados y refugiadas afganas nacido en nuestro país tras la operación Antígona.
EN ESPAÑA CON EL CORAZÓN EN AFGANISTÁN
Coincidiendo con el primer aniversario de su radical cambio de vida, Mortaza no puede evitar hacer balance. “Fue muy difícil para nosotros dejar nuestro país, pero poco a poco todo fue mejorando porque la gente de Cruz Roja nos trataron muy bien, también la gente de España nos ha tratado muy bien, cuando necesitábamos ayuda nos ayudaron. Estamos tranquilos, estamos bien, estamos muy agradecidos a la gente de Cruz Roja, al Gobierno, a los españoles que nos ayudaron y prepararon todo para nosotros”.
Sin embargo, su felicidad todavía está lejos de ser plena. “El problema grande que todavía tenemos es que falta nuestra familia, que todavía está en Afganistán, donde no pueden vivir, y en otros países”. Porque aunque hace unos meses Mortaza consiguió reunirse en España con 14 familiares, todavía son muchos quienes viven en situación de peligro en su país de origen. “Mi familia y yo, todos hemos trabajado con el Gobierno, con la OTAN, con los extranjeros… y para los talibanes somos como los extranjeros. Es peligroso y espero que el Gobierno de España, igual que nos ayudó a venir aquí, continúe el proceso de evacuación de Pakistan o Irán, a mis amigos y a mi familia que todavía están allí y viven en una situación muy mala, no tienen trabajo, no pueden salir de casa y han escapado a otro lugar”.
Igual que Mortaza, Sabialha también aguarda la llegada de aquellos familiares que no pudieron salir del país. “Los talibanes buscan colaboradores y tenemos miedo, sobre todo por mi familia, que no ha podido venir conmigo”, explica. “Parte está ahora en Afganistán, esperando a que el Gobierno español les ayude a salir y les traiga aquí, y otros en Irán, sin pasaporte y pendientes de un visado”. Saben que el proceso es complicado pero no pierden la esperanza, mientras continúan afianzando las riendas de su nueva vida en España.
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