«La ayuda al pueblo saharaui no consiste en dar de beber, sino enseñar el camino hasta la fuente»
Talledo, aunque parezca increíble, está en una carretera de montaña, pero es un barrio de Castro Urdiales. Sólo que separado unos 10 kilómetros del centro urbano del que es el tercer municipio más poblado de Cantabria.
Desde 2017 (pero con la interrupción de 2020 y 2021 por la pandemia), Cantabria por el Sáhara, miembro de la Coordinadora Cántabra de ONGDs, usa el albergue juvenil de este barrio para acoger a niños y niñas del programa ‘Vacaciones en paz’, que cuenta con el apoyo del Gobierno cántabro. Es un espacio cedido por Cruz Roja donde se hace un trabajo vital. Este verano acogen allí a 10 menores con discapacidad.
Se trata de un lugar espléndido, muy tranquilo, sin grandes ruidos, rodeado de bosques y el propio recinto cuenta con unos cuantos árboles, que hacen más llevadero este verano tan caluroso que se vive por Cantabria.
Pero este trabajo también lo llevan a cabo en los campamentos de refugiados. Carmen García, que forma parte de la asociación, cuenta que se ha establecido una coordinadora en la que se integran unas 30 asociaciones de toda España que intentan avanzar para que la atención a los menores con discapacidad progrese, sobre todo desde el punto de vista de la atención sanitaria y de la educación que deben recibir. «Vimos las necesidades y nos dimos cuenta de que trabajaba mucha gente, pero no estábamos coordinados», comenta.
La coordinación es muy importante por las sinergias que genera y la «racionalización de los recursos», como señala Carmen. Si se juntan especialistas diferentes, pues se puede avanzar en que los niños tengan un transporte para ir a la escuela, que en la misma se les de desayunar y de comer a los pequeños, que puedan dar las clases con aire acondicionado, que los trabajadores de esas escuelas reciban un incentivo económico y que esos educadores o los médicos que los tratan tengan la formación específica necesaria.
Carmen señala a varias instituciones que, con su ayuda, facilitan que proyectos así puedan sostenerse en el tiempo, como la ONCE, que les apoya con las cinco escuelas para niños discapacitados que hay en los campamentos, además de otras dos de educación sensorial. También el Gobierno de Cantabria, a través de la Dirección General de Cooperación al Desarrollo, el Ayuntamiento de Comillas, el de Santander (aunque con riesgo de que la ayuda no llegase por quienes usan la política también en asuntos de este tipo), o personal funcionario de atención al menor o de extranjería, «que han sido muy rápidos para las gestiones», defiende Carmen.
Charo Garitacelaya es otra voluntaria de Cantabria por el Sáhara. Su labor en Talledo es la de llevar cosas al albergue que puedan ser útiles, pero sobre todo la de llevar a los niños donde sea menester. Al dentista, a la consulta con el pediatra, a hacer una excursión o algo tan veraniego como ir a la playa. «Playa y helado son como palabras mágicas», dice.
De hecho, cuando llegó al albergue durante nuestra visita, uno de los niños comenzó a sonreír. Sólo por ver el coche de Charo, se ilusionó pensando que iba a tener la suerte de bajar hasta la playa.
Volviendo al lado institucional, el gran agradecimiento de estas voluntarias es con el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla y su servicio de pediatría. El comportamiento que han tenido y el trato con los niños ha sido excelente, según los adjetivos que le dedican las personas involucradas en este proyecto.
Una de esas personas se llama Rossana Berini. Ella no forma parte de Cantabria por el Sáhara, pero este verano se ha puesto a colaborar con ellos para la atención de niños con discapacidad. Es italiana, y es presidenta de una asociación llamada Río de Oro (la denominación que le dieron los portugueses a una de las zonas que después formó parte de el Sáhara español). Lleva desde 2005 implicada en la ayuda a niños con este tipo de problemas.
Los niños que iban a Italia cada verano con el programa ‘Vacaciones en paz’ eran niños con discapacidad. Pero este año no han podido ir allí, y por eso Rossana está en Talledo. Quienes conviven ahora con ella no dudan en resaltar su papel capital para que el apoyo al Sáhara Occidental llegue también a algo tan importante como los niños que necesitan una ayuda específica como la de los 10 que están en Castro Urdiales.
Rossana montó en los campamentos de refugiados la llamada ‘Casa Paradiso’, en 2016. Vio que el trabajo que hacían en Italia era muy bueno, pero no tenía una continuidad. Sin embargo, la pandemia ha supuesto un freno terrible, porque no han podido seguir con la atención que prestaban, y el propio programa ‘Vacaciones en paz’ ha tenido que ser suspendido en los veranos de 2020 y 2021.
Pero Rossana no ha caído en el desánimo. Aunque sí señala que, al interrumpirse los tratamientos, muchos niños que ella conoció y que habían progresado, ahora han perdido mucha de la mejora que habían experimentado. «Cuando volví a los campamentos, vi dos años perdidos. Ya no eran los niños de antes, porque habían crecido pero todo su progreso se había convertido en todo lo contrario. Y es muy difícil volver a hacerles progresar», se lamenta.
Ahora, además, están en un momento de incertidumbre, porque el cambio de postura del Gobierno de España respecto a Marruecos no les permite saber qué reflejo va a tener respecto a la ayuda que puedan prestar directamente sobre el terreno. «España es la parte más importante de las ayudas», refleja Rossana. No tiene dudas de que el pueblo español sí responde, pero ir a los campamentos es complicado, por los escasos vuelos que hay y lo caros que resultan.
En Talledo, además de Rossana, hay voluntarias de la vecina Euskadi, de Andalucía o Baleares. Este último es el caso de Joana Pol, una abogada de la isla de Mallorca que ha podido cogerse una semana para plantarse en Talledo y ayudar «en lo que puedo». Ella no tiene una formación específica, pero en el albergue siempre hay cosas que hacer, desde ayudar a cambiar a los niños, cocinar, darles la medicación o llevarles a las actividades que se van programando día tras día.
«Somos la arena que compone la roca», señala. Y ensalza la capacitación que tienen las monitoras que están allí. Ellas sí son especialistas en tratar con niños con discapacidad, y le parece que el trabajo que hacen en este centro es el más importante, el que se hace «de manera desinteresada».
Joana también ha visitado los campamentos de refugiados, lo que ha reforzado su implicación con la causa saharaui. Pero le parece importante destacar que no se trata solamente de una bandera o de apoyar al Frente Polisario. «Estos niños también son la causa saharaui».
Rossana cuenta que hay «una base de cuatro o cinco personas que no se mueven de aquí, así que lo básico lo tenemos» y durante el verano llega más gente para ayudar, con lo que la atención siempre llega a ser suficiente. «Las vacaciones son una parte que disfrutan los niños, pero lo fundamental es la atención sanitaria», recuerda.
Charo refleja que «en los campamentos les falta de todo, imaginemos una persona con discapacidad». Y al referirse a los niños que han llegado este verano, en general, hay casos especialmente preocupantes. «Tenemos un niña de 6 años que pesa 10 kilos, y algún niño de 11 que pesa 21». Y prosigue constatando que estos menores «llevaban 2 años sin poder probar frutas y verduras, algo como muy básico».
Según la disponibilidad de coche que tengan, los días se organizan de diferentes maneras. Si hace calor y hay coches, playa. Si no, pues paseos por el barrio como actividad que los niños agradecen.
Respecto a cómo sienten los menores la experiencia del programa, Charo relata que «los niños vienen felices, pero cuando se va acercando la fecha final preguntan por el momento de marcharse, porque allí tienen a sus familias. Se van contentos, y con ganas de contar todo lo que han hecho aquí».
Y es que para los que vienen por primera vez, resulta una experiencia del todo novedosa, porque ven un modo de vida que no han conocido ni de lejos. «Hay niños que vienen y nunca antes habían visto una ventana o una escalera o un grifo del que sale agua».
Dentro del proyecto que está llevando a cabo Cantabria por el Sáhara, hay otra fórmula que están probando y que está resultando interesante, y es que alguna familia acoja a niños el fin de semana, y el domingo vuelven de nuevo al albergue. Les gusta probar otro ambiente durante un par de días, «pero también les gusta volver, porque aquí hacen piña» entre los propios niños.
Es fácil darse cuenta, al acercarse al albergue, del importante trabajo que se hace en Talledo. Pero las personas que trabajan con los niños no olvidan la cantidad de detalles que tiene la sociedad civil. Por las cosas que aportan, como una pequeña piscina hinchable que han puesto en el jardín, o como el arreglo del propio albergue, en forma de reparaciones o de darle una buena mano de pintura. Incluso la cooperativa Vitrinor, del cercano municipio de Guriezo, ha querido ayudarles donando algunos utensilios para el día a día.
Una de las cosas que más ensalza Carmen es la implicación de personas mayores. «Nos dan lecciones de vida cada día, y muchas ayudan como voluntarias. Personas mayores y personas jóvenes trabajando juntas por un objetivo común, nos está enseñando mucho». Las pequeñas cosas, los pequeños detalles, esos pequeños granos de arena que al final construyen más de lo que parece.
Cuando llegue septiembre, los niños volverán a su rutina habitual, pero ahí estarán las asociaciones, coordinadas, para tratar de que la atención que reciban los menores no mengüe. Objetivos primordiales la atención sanitaria y la equidad a la hora de acceder a una educación de la mayor calidad posible. Y para eso es fundamental la formación a los profesionales que tienen que trabajar con estos niños. Pero sin la intención de fomentar la dependencia del exterior. «No se trata de dar de beber, sino de enseñar el camino hasta la fuente», ilustra Carmen.
Pero también hay otro asunto muy importante, y es hacer desaparecer el estigma de la discapacidad, «como pasaba aquí hace décadas». Incluso que las familias de esos niños tengan ese necesario aprendizaje, que la discapacidad no es algo que haya que esconder ni que ocultar, sino tratarlo con naturalidad.
La propia Carmen recuerda, en el comienzo de la conversación con EL FARADIO, la figura de José Félix García Calleja, el primer director general de Cooperación al Desarrollo del Gobierno de Cantabria, a principios de este siglo, y que fue uno de los promotores de la primera escuela de discapacidad que se implantó en los campamentos de refugiados saharauis, y que contó con fondos de nuestra Comunidad. Y la termina con el deseo de que ‘Vacaciones en paz’ sea un programa que no tenga que repetirse más veces. «Que tengamos que ir a ayudarles a instalarse en su tierra», expresa. Esa tierra ocupada por Marruecos, y en la que hay de nuevo un estado de guerra en la que participan jóvenes saharauis que, en su día, fueron niños de este mismo programa, como recuerda Charo, que reivindica que se debería estar del lado del débil, pero no solamente en un conflicto como el de Ucrania.
Mientras, lo que sienten todas estas personas es la intención de volver a los campamentos. «A ver si en diciembre nos podemos pirar para allá», concluye Charo.