Más de 50 años después de su cierre, los vecinos de Virtus recuerdan sus años de escuela
El suelo era de tablas anchas de madera de roble. Al fondo, una barandilla separaba la zona de la tarima de la maestra, donde se accedía subiendo unas escaleras, del resto del recinto, dedicado a los pupitres de los alumnos. A la derecha según se entraba se colocaban los niños y a la izquierda las niñas. Al fondo a la derecha estaba la cocina económica que se alimentaba con los tascones que los escolares entregaban cada mañana. Sobre la tarima, la mesa de la maestra y dos muebles esquineros donde se colocaban los libros y cuadernos. Dos encerados ocupaban los huecos entre las dos ventanas que daban al castillo en la pared del fondo y unos mapas colgaban de las paredes.
Así es como los vecinos de Virtus recordaban esta semana su escuela en un encuentro programado dentro de las actividades de ‘La Escuela Virtuosa’, una iniciativa que pretende fomentar el encuentro entre distintas generaciones; entre quienes viven en el pueblo durante todo el año y quienes vuelven cada verano desde su ciudad de residencia.
Los pupitres eran de madera y tenían unidos los bancos. A menudo se derramaba la tinta y, por eso, una vez al año los niños cargaban con ellos hasta el río, donde los cepillaban para dejarlos ‘curiosos’ de cara al próximo curso.
EL FRÍO
No se pasaba calor precisamente. La cocina siempre hacía humo al encenderse y había que abrir todas las ventanas para poder respirar en condiciones. Solo algunos, los más pillos, sabían que esos problemas del humo eran una especie de venganza porque la maestra era la única que se arrimaba al calor y no consentía que los estudiantes lo hicieran por lo que, en ocasiones, ellos mismos atascaban el tiro para fastidiar.
La escuela de Virtus abrió sus puertas en 1930. La fecha sufrió retrasos porque Marcelino, el dueño del castillo, se oponía a que se construyera allí y tuvo pleitos con el pueblo. Sin embargo, de poco le sirvieron, pues los perdió todos y, finalmente, la escuela se levantó en la parcela prevista inicialmente. Cuentan que, entonces, enfadado, mandó levantar la cuadra del castillo a tan solo unos metros de la cara sur de la escuela para que el sol no entrara por las tres grandes ventanas que el edificio tenía allí y, de paso, impedir también la entrada de luz al interior.
Anteriormente, la escuela estaba en lo que hoy es el edificio del concejo, situado a tan solo unos metros. En la planta de abajo se daban las clases y en la de arriba vivía la maestra.
Curiosamente, en Virtus siempre hubo maestra, salvo durante un curso en que enfermó y fue sustituida por Efrén que había abandonado los estudios en el seminario y se había vuelto a Virtus.
DISCIPLINA
En los años 40 y 50 estudiaban en la escuela unos 35 ó 40 chavales de distintas edades. Los mayores se colocaban en las primeras filas y los más pequeños atrás. Todos aprendían al tiempo y eran habituales los castigos físicos cuando alguno se torcía. Desde golpear con una vara hasta obligar al estudiante a permanecer con los brazos en cruz cargados de libros durante el tiempo que la maestra considerase oportuno. También era frecuente castigar a alguno sin comer y cuentan que había alumnos con las orejas permanentemente rojas de tanto como les tiraban de ellas por distintas razones.
Elisa es la maestra que aparece en la foto más antigua que se ha recuperado de la escuela y donde se aprecia un grupo mucho más grande de alumnos. Cada año se acercaba hasta el pueblo un fotógrafo que inmortalizaba a los escolares en grupo o divididos: por una parte los niños y por otra las niñas. También hay quien conserva una foto individual delante de uno de los mapas que colgaban de las paredes.
Una de las maestras que más tiempo estuvo en esta escuela fue Doña Primi (Primitiva Gil Velasco) quien, según recuerdan sus alumnos, no se andaba por las ramas a la hora de poner orden. Doña Elisa, Doña Petra, Doña Carmen, Doña Blanqui o Doña Toñi son los nombres de otras de las maestras que aún se recuerdan en el pueblo.
MATEMÁTICAS, GRAMÁTICA, HISTORIA….
Las tablas de multiplicar se aprendían cantando, todos a coro y el resto de asignaturas copiando al dictado, siempre con cuidado de no derramar el tintero y de no escribir con faltas de ortografía, pues era habitual tener que copiar varias veces aquello que no estaba correctamente escrito.
Las cuentas era habitual hacerlas en la pizarra que cada alumno llevaba consigo y sobre la que se escribía con un pizarrín que se afilaba en una piedra que había en la entrada de la escuela. Lo normal era llevar ese material en una bolsa hecha en casa con tela, pero algunos tenían cartera de cuero donde metían también la enciclopedia en la que estaban escritos todos los conocimientos que se consideraban imprescindibles en aquella época para la educación de los escolares. Otra opción para el transporte del material eran pequeños maletines de madera.
En Virtus los niños iban a la escuela por la mañana, regresaban a sus casas para comer y volvían por la tarde, hasta las cinco o cinco y media que ya anochecía. No hubo electricidad hasta 1950 y tampoco recuerdan disponer de candiles, por lo que en los días oscuros de invierno y con la pared de la cuadra del castillo tapando la fachada sur, había que esforzarse por distinguir las letras y los números.
PLAN MARSHALL
En la entrada quedaban siempre las albarcas, imprescindibles para llegar con los pies secos y limpios cuando el tiempo se ponía feo. El curso duraba desde octubre hasta junio y hasta Virtus llegó también la leche y el queso del Plan Marshall que pusieron en marcha los americanos para ayudar al pueblo español tras la guerra. Los niños de Virtus, acostumbrados a beber leche de las vacas que tenían en sus propias casas, sentían cierta repugnancia por esos productos y, para evitar tener que bebérsela, algunos incluso hacían pis sobre ella.
JUEGOS
Además de estudiar, los niños tenían tiempo para la diversión. Jugar al pilla pilla alrededor de la escuela era una de las aficiones favoritas de los más pequeños que también se entretenían jugando a ‘huertos’: diminutas parcelas de un metro cuadrado aproximadamente donde imitaban lo que veían hacer a sus mayores y sembraban una patata, una alubia o lo que se les ocurría ayudándose de un palo que simulaba ser la herramienta adecuada para tal menester. Felisa, que vivía en la parte baja de la escuela, muchas veces les llamaba la atención porque tiraban tierra por el terraplén y atascaban las cunetas por las que debía circular el agua cuando llovía. La peonza, la cuerda, los circuitos de alubias o las tabas eran otros entretenimientos habituales de los más pequeños por aquellos años.
La escuela cerró sus puertas definitivamente a finales de la década de 1960. A partir de esa fecha, los niños de Virtus fueron a Soncillo a estudiar. Todo el mobiliario interior desapareció. Ni pupitres, ni mesa de la maestra ni alacenas. No quedó nada. Sobre 1992 se realizó una obra de rehabilitación. Un suelo de baldosa sustituyó las anchas tablas de roble y, en la esquina donde estaba la cocina económica, se construyó un cuarto de baño. Se colocó un nuevo techo modular y se instalaron fluorescentes para iluminar el espacio. Se constituyó una asociación de la tercera edad y, según parece, el Imserso subvencionó la rehabilitación. Desde entonces, el edificio ha permanecido cerrado hasta que en agosto de 2022 abrió sus puertas con una programación socio cultural destinada a convertir este espacio en un punto de encuentro para los habitantes del municipio.