Pelillos a la mar
Alive and kicking.
Bueno, kicking todavía no. Hace mes y medio me atropelló una moto que no respetó el paso cebra y me dejó la pierna mirando para Cuenca y el pie en dirección a Compostela. O sea que kicking, todavía no. Me dejó también dos costillas rotas, nueve grapas en la cabeza y una mala hostia que todavía me dura. Y duele.
Se salvó la lengua.
Y un poco también los dedos que utilizo para escribir en el ordenador.
Y en eso estoy. Jugando todavía en el equipo de las deslenguadas. Las mujeres de lengua larga y sucia que se cagan en los irresponsables, que se saltan los semáforos, el paso cebra o la chepa de la madre que los – o las – parió; una más en la pandilla de las mujeres de lengua viperina, bocas de escorpión, malhabladas, respondonas, insolentes, irrespetuosas, descaradas, arrabaleras, ordinarias, blasfemas, vulgares, mujeres que tienen “la lengua más larga que la cola de una vaca” y que no perdonan ni se callan; las que miran atrás con ira – y también hacia adelante – porque acaban de darse cuenta – y eso es algo que en el fondo es muy duro de tragar – que para vivir más o menos tranquila la cosa no consiste en una intente hacer bien las cosas y respete las normas de “trafico”, sino – y aquí está el truco- que las respetemos todos: los tipos y tipas que riegan el césped con el agua que no hay y necesitamos todos para beber, los conductores descerebrados que se cargan a unos pobres ciclistas y luego se dan a la fuga, las inconscientes que van pensando en las Batuecas y una tarde, cuando menos te lo esperas, están a punto de descerebrarte.
En fin.
La historia de los desafueros cometidos por todos esos hijos e hijas de puta que nadie se merece, es larga y dramática. Existe, sin embargo, una historia paralela que rara vez alguien conoce y menciona que es, la historia del silencio de las víctimas. Las víctimas mudas han garantizado siempre, y todavía garantizan, fáctica y simbólicamente, el perdón” y el “aquí no ha pasado nada” de los depredadores, así como cualquier otra forma de perdón taoísta, cristiano o mediopensionista que viene a ser lo que, en definitiva, las convierte en victimas la mayor parte de las veces, pero también, en graves cómplices de un deplorable estado de cosas donde la vida o la muerte de un inocente se puede saldar salda con una multa y pelillos a la mar.