Las medidas del Tiempo
“Hoy, como si fuera una mariposa cuyas alas se hubiesen arrugado hasta la extenuación, empiezo a reabrirlas, a batirlas y a planear a través el aire. No he leído tantas horas seguidas desde hace no sé cuantos meses. A veces pienso que el cielo debe de ser una continua e inagotable lectura. Es un arrebato impalpable, como un trance que me atrapaba cuando era niña y que vuelve una y otra vez con una violencia que me deja agotada. ¿He dicho que estaba volando? ¿Por qué entonces estoy tan baja de ánimo? Porque, querida Ethel, leer consiste en eliminar completamente el propio ego, y es el ego el que se pone erecto, igual que otra parte del cuerpo cuyo nombre no me atrevo a decir.
– Virginia Woolf (Carta a Ethel Smyth, 29 de julio de 1934).
Es como si volvieras de un viaje del que no sabias su existencia. Comienzas con la pereza, o pesadumbre, con la curiosidad, con las ganas, con el estado de ánimo que en ese momento te consuma. Te esfuerzas quizás, te dejas sorprender, te atrapa o te golpea, te dejas llevar o te sueltas, porque tanto sopor solo te ha dado para caminar una par de páginas. No reconoces los renglones, se te hacen demasiado largos para transitarlos y saltas en diagonal queriendo avanzar. Luego te paras, respiras, no se trata de acabar te dices, no es una competición. Como cuando eras pequeño y te decían “de la mesa no te levantas hasta que no te acabes lo que hay en el plato”. Esa mentalidad de posguerra de quienes sabían que lo que no dejas nadie te asegura que vuelva mañana. Qué curioso, esa mentalidad, que ahora rechazas por saturación, tiene su lado de valorar lo que tienes porque lo puedes perder en cualquier momento. Antes no lo sabías, vivías con la insolencia de darlo todo por sentado, con el ego exacerbado que te hacía creer que estaría ahí cuando volvieras, a tu disposición en el momento que quisieras, esperando. Tic, tac, tic, tac llevabas el reloj con adelantado a la eternidad. La comida, el amor, las personas, envueltas en ese “siempre” que hace que creas que el momento te pertenece y quien lo habita también. Y que puedes hacer y deshacer a tu antojo. Ni siquiera eres consciente. Solo después…
Dicen que puede ser ese pecado de juventud que el tiempo te pone en tu lugar, no creo que sea así exactamente. Intento marcarme el próximo capítulo como si del primer plato se tratara. Tengo que acabarlo, cuando lo haga ya habré cumplido. No me da tiempo siquiera para saber si me gusta o no. Hay que acabarlo y punto. Es como la crónica de un empacho anunciado. Vuelvo a Virginia, me pregunto como lo haría ella. En su época era diferente, no tenía tantos estímulos, tanta comida rápida que saciaba y a la vez te daba mas hambre en esa voracidad de la ansiedad retroalimentada que solo genera vacíos cada vez mas grandes y más difíciles de llenar. Mastica, no te atiborres, me decía la abuela, estate en lo que estás.
Cuesta un poco la verdad, reconozco que me resistía al principio. Pasado el primer capítulo las fronteras se desdibujan, no se trataba de una lucha, no era un pulso, pero cuesta darse cuenta, como en la comida, como con las personas, como en el amor.
Tampoco creo que se trate de obligarte a nada, o sea si no tienes hambre pues no comes más y ya está. Esa mentalidad de posguerra, de la que os hablaba, obedecía la lógica de sus circunstancias. En su lugar habríamos hecho lo mismo o algo parecido. Sin embargo, podemos aprender algo, a valorar el plato de nuestra mesa, a no darlo por sentado, a ser conscientes de que su “estar” no es algo inmutable. Nuestros abuelos lo sabían muy bien. Muchos de nuestros vecinos, dé mas cerca o mas lejos, lo saben también. Tras la pandemia y las crisis que fueron y se avecinan los platos tendrán forma de cortes de gas o luz, de subidas inasumibles, de pobreza energética, o de pobreza simplemente, en una rueda que sigue girando donde solo cambian los rostros que la retratan.
Y así me voy haciendo hueco en las páginas del libro que ahora soy incapaz de dejar de leer asaltándome el miedo a perder algo que no esperaba; quizás con el amor pase algo parecido. Sin embargo, el miedo no puede ser quien marque las páginas, no sería justo. Me olvido poco a poco de mi y una sensación de ligereza se apodera de mi cuerpo. Que las historias sean de otros no está mal de vez en cuando. Quizás por eso las redes sociales están llenas de consumidores de vidas ajenas, o los programas de televisión. Es humano intentar aligerar el peso. Pero, como decía mi abuela, cuando nos sentábamos a comer: “Me vas a comparar tú un buen plato de alubias, con la mierda esa que compráis por cuatro duros”.
Y así tomarte tu tiempo se convierte en el antídoto del ego y de la eyaculación precoz (volviendo a Virginia). En la comida, en las personas, y en el amor.