«Esto era una romería»
En la Cuesta del Hospital hay una tienda de uñas felices y un escaparate, santanderinísimo, de “cebo vivo”, que suena irónicamente apropiada para la “especialización funcional”, que dirían los expertos en urbanismo, que se daba hace décadas un poco más arriba, allá donde vamos, a la calle San Pedro.
La calle Cuesta, dice otra de las placas, y parece otra ironía o tal vez un sesgo de literalismo.
Para llegar tienes que dejar lejos esa calle Limón con un empedrado que por un minuto, solo uno, te lleva a París, y pasar de largo por el solar de Gumersinda, Chuchi y Raúl, en el que las plantas son ya más altas que las tapias.
Un optimista cartel nos habla de los optimistas planes de rehabilitación de la zona, el último capítulo de la sopa de siglos del Cabildo de Arriba. Otro nos dice que La noche es joven, y eso hubo un momento en que significó otra cosa.
Pasas por el local con el rótulo de El Rescate y antes de que se vuelva todo ese amasijo de solares vacíos, de puertas al vacío que es el Cabildo , antes, decimos, está la calle que daba miedo, la calle San Pedro, el núcleo de lo que se dio en llamar el Barrio Chino, donde se concentraba la prostitución.
Todavía se ven nombres como Las muñecas (llamada así porque lo llevaba una familia apodada los muñecos) o el Sube y baja (en realidad el Sube y baja 2, estamos en la secuela) o Escandinavia, que en su día sonaría a exótico. Fuera sigue habiendo mujeres. Pocas (en ese momento, tres), mayores, solas, con pocas visitas (una, extranjera, saluda a un señor mayor, a veces, nos explica, vienen de la que vuelven de algún recado).
José Ramón Saiz Viadero, memoria privilegiada de la historia no oficial de esta ciudad, nos contó una vez que las mujeres cuyos maridos estaban presos en la cárcel de la calle Alta se desplazaban a vivir cerca de la prisión –hoy un aparcamiento- para estar cerca de ellos, y que el estigma era tan fuerte que no las contrataba nadie, situando así el origen de que la prostitución se concentrara justo en esta zona y no en otra. Viene de antiguo, en cualquier caso: encima del túnel de Pasaje de Peña aparecieron los restos de lo que se llamó Casa de Recogidas, para mujeres que abandonaban la prostitución. Puede que no lo supieráis porque es patrimonio y es Santander.
LA «ROMERÍA» Y LAS FERIAS DE GANADO
Hemos llegado a la calle que antes esquivabas. Fuera hay un par de mujeres, ya no viven en esa misma calle, pero es donde se ponen a la vista. Antes allí dentro era “una romería”, y quien nos lo cuenta desde dentro es Manuel, un hombre tirando a mayor, al que parieron en un bar –en el cabrete, de cuando se vivía en la planta de arriba de los locales–, asistida por una matrona de lo que hoy es el Fumarel y antes, cuenta, fue una especie de hospital.
Y que fue criado entre lo que llama “mujeres de la vida” (cita a Raquel, que era judía). La propia denominación es un viaje en el tiempo. A los años 50 y 60 cuando su padre montó primero un bar, luego un bar “de alterne” y luego otro. Les fue bien: les dio para comprar algún terreno en el pueblo o algún negocio de taxis con el que llevaban a Selaya a las orquestas.
No fueron los únicos que se apuntaron a un modelo en el que formalmente la actividad era un bar en el que las mujeres estaban en la barra, subían arriba con los hombres que querían acostarse con ellas pagando y se llevaban una parte de lo que les dieran, pero sin tener relación directa con el bar en cuestión, nos cuenta el hombre que nació en un bar a EL FARADIO y a Andrea Momoitio, de Píkara Magazine –que ha escrito la biografía de María Isabel, una vecina de Astillero que acabó asesinada en Bilbao, en Cortes, la calle San Pedro de allí-.
Lo peor (por el dinero que se llevaban, por el trato que las daban) cuenta, eran las “maletas”, otra palabra que hoy no entendemos y que significa chulo, que a menudo tenían varias mujeres bajo su control y que otras veces “lo que ganaban con una se lo gastaban en otra”.
Cuesta imaginar lleno de actividad este amasijo de mesas, cajas de bebidas, cables y hasta colchones como esa «romería” a la que acudían todo tipo de hombres, del propio Santander o gente que “iba a la Feria de Torrelavega, vendía un ternero y venían a gastarlo en el Barrio Chino en unas ‘copinas’ ” —y en otra feria en la que elegían seres vivos, si nos perdonáis convertir la realidad en metáfora-.
El bar se llevaba lo de las copas, y también entraba dinero por los tocadiscos o gramófonos, que iban por monedas y que les dejaban una comisión a los dueños del bar.
Pasó de todo. Desde “mujeres de la vida” que montaron sus propios locales hasta peleas entre familias rivales en lo que era un negocio, porque alguna de ellas pasó de una a otra.
Y llegó, ya en los 80, la droga, que tanto tiene que ver con el estado general del barrio, y se puso peor. Siguió el alterne, pero la actividad, que durante el propio franquismo fue “tolerada” al tenerla al menos localizada en una parte de la ciudad, empezó a sumar problemas, peleas, todo eso. Hubo un asesinato (de Matilde, reflejado en la prensa local). Fuera, Santander empezaba a ser un poco más ciudad de lo que era entonces e iban cambiando cosas.
Hoy los locales a los que hemos podido acceder son eso, espacios, no-lugares, llenos de cajas, botellas, que llevan años vacío, sin mantenimiento. Se ve que fueron bares, se ven los azulejos, la barra, los baños y las escaleras hacia los pisos de arriba.
DE LOS BARES A LOS CLUBES
Incluso recuerda cuando empezó a cambiarse de los bares al modelo de los locales, fuera de la ciudad, en zonas de carretera, con menos libertad de movimiento.
Su memoria sitúa La Selva Negra, por la zona de Solares, como uno de los primeros que respondían a ese cambio, y nos habla de la nieta de ‘la caca’, cuya abuela vendía, en una cesta, por las calles, cacahuetes y otros productos.
Todavía quedan en la retina de muchas generaciones no ya las imágenes de la calle San Pedro, sino, más reciente, las del Paseo Pereda, en plena carretera, e incluso el cambio en los perfiles, hacia las mujeres extranjeras, bien sudamericanas, bien del Este –incluso la presencia de trans en las inmediaciones de Correos-, pero las obras del Centro Botín las expulsaron y ya sólo quedaban los clubes.
DE LOS CLUBES A LOS PISOS
Todo es susceptible de ir a peor para las que peor lo pasan: aunque todavía un par de mujeres, ya mayores, en la calle, hemos pasado del protagonismo de las “maletas” a las dificultades constatadas para las mujeres en los clubes, cuando la pandemia forzó otro cambio que hizo más difícil la ayuda: la vuelta a los pisos, ante el control a los locales de carretera, –ese que no se hizo por la actividad, sino por la necesidad de salubridad que asomó con la pandemia–. La calle San Pedro hoy puede estar en tu portal.
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