De la ciudad orgánica al barrio orgánico

La ruta de La Libre y Nerea de Diego por el Cabildo de Arriba aflora dos velocidades en el urbanismo del barrio
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Ese inmenso solar en que se convirtió el centro de Santander tras el incendio del 1941 permitió al recién asentado régimen franquista aplicar sobre un lienzo en blanco sus propias teorías arquitectónicas (todo régimen autoritario tiene su propio modelo arquitectónico): si la dictadura sin elecciones ni manifestaciones ni libertad de prensa ni espacio para la disidencia se llamaba a sí misma democracia orgánica, en urbanismo se hablaba de la ciudad orgánica.

Un todo al servicio de un fin, con cabeza, corazón, tronco y extremidades, que se corresponden con, respectivamente, la parte política, la espiritual, la comercial y lo que sobra, es decir, las sedes del poder en la Plaza Porticada, la Catedral, las arterias comerciales de Juan de Herrera y San Francisco, y la actividad industrial o las clases populares, como se plasmaba en ‘Expulsados’, el libro del equipo de EL FARADIO que trasladaba ese modelo a la actualidad siguiendo las tesis de Ángela de Meer.

En la visita organizada por la librería La Libre (vecinos del barrio, en la rampa Sotileza), Nera de Diego, activista y vecina durante años de este céntrico barrio (·”un día caerán las piedras en el Ayuntamiento, pronóstico Teresa Limón, que fue presidenta de la asociación vecinal) ha descrito la historia y el patrimonio de unas calles que, de hecho, protagonizan su Trabajo de Fin de Grado.

Uno de los asuntos que se ha evidenciado es que, si bien el proceso de degradación urbanística es evidente (fue más palpable a raíz del trágico derrumbe en la calle Cuesta del Hospital, en el que murieron tres personas: Chuchi, Gumersinda y Teodoro), también lo es que sí que se han producido focos de rehabilitación y que hay edificios que sí que se han salvado de los desplomes, los incendios o la maleza en los solares.

Es decir, es como si el modelo de ciudad orgánica se hubiera trasladado al de barrio orgánico, en una de las zonas en las que no hubo llamas (en realidad el incendio fue muy reducido, ceñido al centro –el “andaluz”, entre la calle Cádiz y la calle Sevilla, le llegaron a decir-, pero que sí sufrió la desgracia de la reconstrucción.

Están la parroquia de Consolación (el corazón) o el cerebro, el poder: los juzgados sobre el parque de la parte de arriba del Pasaje de Peña, y también el propio Parlamento de Cantabria, –el antiguo Hospital de San Rafael- que muchos recuerdan todavía en ruinas, y cuya rehabilitación para el uso institucional fue premiada.

Enfrente, el Convento de las Clarisas, que fue una fábrica de tabacos –un ambiente descrito por la escritora Conchi Revuelta en su novela ‘Aromas de tabaco y mar’– , languidece mientras espera protagonizar en el futuro algún titular sobre su desplome.

Incluso está el tronco, la parte comercial, adaptada a estos tiempos: a pie de calle: una casa tradicional, con su escudo, exhibe el AT de alojamiento extrahostelero, modelo Air Bnb: aunque siguen sonando proyectos como el del hotel, en el esquema clásico de la gentrificación, que incluye la criminalización, la degradación y la expulsión, todavía no se ha llegado a la fase de la renovación. Al momento muffins, para entendernos.

UN ÉXITO DE CONVOCATORIA

La iniciativa ha sido un éxito de convocatoria, con medio centenar de asistentes, entre ellos muchos vecinos del propio barrio, de antes y ahora (cada vez hay menos vecinos en el barrio, en especial en la parte más Cabildo, mientras que la zona de la calle Alta tiene más densidad de población).

Que han completado la explicación de De Diego con sus propias vivencias, señalando in situ la tienda de ultramarinos de Mariano (Las tres emes), o la tasca “de las de serrín en el suelo”. Había fiestas vecinales en las que llegó a haber peleas de gallos.

Hay zonas de la calle Alta en la que los solares acumulan tal cantidad de maleza y hierbas (también sucede en Ruamayor o Cuesta del Hospital, todo un panorama de tapias al vacío) que a última hora de la tarde, mientras miras si hay luces de gente cenando en las viviendas y ves demasiadas luces apagadas, hasta puedes escuchar sonidos de algún insecto de campo, quien sabe si incluso grillos.

LOS EDIFICIOS QUE YA NO ESTÁN

La historia de un barrio es también la historia de los edificios que ya no están, como la casa tapón que lindaba con una finca de los Agustinos (hoy en el Sardinero), en la que recientemente Desmemoriados recordaba la profusión de locales de participación o lucha –en parte espoleados por la referencia de la fábrica de tabacos, con mujeres trabajadoras pioneras, como recordaba Ana Bolado, asistente a la ruta, activista feminista y sindical–, y que se sigue notando en la presencia de sedes como la del PC, Izquierda Unida o la Fundación Bruno Alonso (la Falange llegó a tener sede allí, tratando de desplazar esos usos y mensajes, en una calle que llegó a llamarse Primero de Mayo, después Alcázar de Toledo –mito bélico franquista– y que antes de todo eso era la Cuesta de las Ánimas, por ser el paso hacia el cementerio. Nombre recuperado por ser el histórico de verdad –la historia es uno de los grandes argumentos que todavía hay quien usa para mantener los nombres de calle que ensalzan la dictadura-, con reticencias vecinales por las malrrollistas connotaciones de la muerte.

Es un barrio en el que hay mucha impronta de la prostitución, y no sólo por los momentos más recientes en la historia local, sino por la antigua Casa de Recogidas (recogidas era una forma de llamarlas), o la recurrencia del nombre de Santa María Egipciaca, la prostituta que acabó siendo santa y dio nombre a todo tipo de iniciativas. Un edificio que hoy es un parque y cuyos restos fueron convenientemente ignorados en sucesivas obras.

Allí, sobre el túnel del Pasaje de Peña estaba el cementerio de San Fernando, que luego se desplazó a donde después estuvo la cárcel. Ojo, que hay que seguirlo: tras el cementerio, hubo una cárcel allí, en lo que era Santa María Egipciaca, y luego esa cárcel, que acabó siendo los actuales juzgados, se movió dentro del mismo barrio hasta su emplazamiento más reciente: todavía hay vecinos que recuerdan el edificio, incluso la Guardia Civil con armas, en plena calle.

Objeto de críticas vecinales por las cada vez más anacrónicas molestias (el Prison Break que se marcó un recluso oculto entre la ropa sucia), tras el derribo acabó siendo, después de varios planes (de parques a viviendas protegidas) un aparcamiento “autogestionado”, como la describe una usuaria habitual: no es que respondiera a un plan específico para una necesidad del barrio, sino que fue lo que se podía hacer en un solar para el que las administraciones no terminaron de ponerse de acuerdo. Gran parte es del Estado y, nos cuentan los vecinos, hay un pequeño trozo que sigue siendo de un particular. Al principio hasta había un trozo dentro con flores del patio de la cárcel.

Esto de la propiedad es importante en el barrio: el AirBnB fue más fácil de restaurar seguramente por ser de un único propietario, el Parlamento era público y la Iglesia de la Diócesis, pero hay muchos edificios con propiedad dispersa (herederos, cada vez menos vecinos residentes), solares de inmobiliarias quebradas y la única vía de futuro que se atisba tras la sucesión de siglas y planes (ARI, ARU, ARCU) es la reactivación reciente de la Comisión, de los que de momento se esbozan avances en próximos reuniones con los vecinos en los que se informará de los planes de rehabilitación de edificios con fondos europeos.

Un proceso, en todo caso, en el que no se podrá escuchar de forma directa a los vecinos del propio Cabildo, toda vez que la asociación que los representaba llegó a disolverse, cansados de las promesas, la falta de avances y la pérdida de población. Simbólicamente, una de las paradas de la ruta fue frente a su antigua sede,que recordamos llegó a ser desalojada por una de las habituales amenazas de ruina o derrumbe. Aplicando la teoría de la ciudad orgánica, y yendo ya al detalle del barrio orgánico, queda claro quienes son las extremidades.

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