Espejos rotos

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Si una de las funciones de una función teatral es la de ponernos delante de un espejo, en el que mirarnos y vernos, no importa en qué tiempo y lugar, porque la condición humana es siempre la misma, “De algún tiempo a esta parte”, monólogo escrito por Max Aub, a cuyo estreno asistí el pasado día, 6 de julio, en la Sala Contigo Tres Teatro, es espejo con un vaho del pasado, que se va disipando, a medida que nos miramos en él, y vislumbramos ráfagas de un presente, que quizá no llegamos a ver bien, porque lo tenemos demasiado cerca de los ojos. La palabra de Max Aub, en la voz y el gesto de Elena Ramos, intérprete del texto, suenan desde el tiempo en que Austria fue anexionada por Alemania, son las de un pasado, algunos de cuyos ecos resuenan en el presente, no con el más deseable de los sonidos, porque hay anexiones que, lejos de constituir uniones, propician destrucciones. Y desde esa distancia es desde la que nos habla Max Aub, y que la actriz transmite con toda su carga de dramatismo, pero también con la serenidad de quien, junto con los horrores personales, familiares, sociales, históricos, no se han borrado de su memoria los momentos vividos de quien ya sabe que duraron poco, pero para siempre, no pueden borrar el horror de la tragedia, pero si pueden edulcorar la amargura de unos recuerdos existencialmente demoledores.

Las muertes del marido y del hijo de Emma, el personaje, son los ejes, en torno a los que giran los acontecimientos que las provocan. La del marido, fusilado; la del hijo, lejos, en otra guerra, y sin saber muy bien cómo. Ambos en defensa de unas ideas, a las que las guerras arrasan, en nombre de unas ideologías, que detestan las ideas, y el transcurrir de la historia atestigua que, con más frecuencia de la deseable, las ideologías anulan las ideas. Por eso es por lo que el arte, en cualquiera de sus manifestaciones nada han podido, ni pueden hacer, para que ocurra lo contrario. Si puede denunciar, concienciar, sensibilizar, que son movimientos de los espíritu, en su individualidad, pero no tienen la capacidad de que las barbaridades no se repitan. Tampoco “De algún tiempo a esta parte” evitó que las guerras, que denuncia, fueran las últimas guerras. Vinieron más, y de las muchas que están repartidas por el mundo, una tiene lugar en una parte de la Europa, que fue destruida por las guerras, en las que murieron el marido y el hijo de Emma. Tampoco acabó este texto con las ideologías, que las provocaron. Hoy asistimos al despertar de atropellos contra las personas, que creímos muertos para siempre, pero que sólo estaban dormidos, como un monstruo que, en su cueva, espera el momento de despertar, para arrebatarnos buena parte de lo bueno que, con esfuerzo y algún sacrificio, hemos ido ganando. Y lo paradójico es que, como entonces, sea el despertador de las urnas el que ponga alerta al monstruo.

Dirigida, con tanta delicadeza y sobriedad, como solidez, por Mariu Ruiz Ortiz, Elena Ramos compone el personaje de Emma, con toda la fortaleza que habita en su fragilidad; con toda la ternura que hace soportable el dolor; con toda el apasionamiento, que ilumina la incomprensión; con toda la denuncia de lo que no se supo, o no se quiso, evitar; con toda la ternura de unos recuerdos que no se quieren evitar; con toda la calma que, en su espíritu, se compadece con la tormenta; con toda la energía, que brota de la razón. Una interpretación, por la que la actriz lleva al personaje de unos estados de ánimo a otros, sin que en ningún momento se descomponga. Una interpretación sobrecogedora.

Es la interpretación de un texto, que nos pone ante unos espejos, que se están volviendo a romper. Ma atrevo a sugerir que acudan a una de las varias funciones de “De algún tiempo a esta parte”, por ver si podemos recomponer los espejos, antes de que se rompan del todo, y tenernos que ver cada uno en uno de sus pedazos.

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