El próximo domingo nos jugamos mucho.

Nos jugamos libertades y derechos. Que se legisle para los que más tienen o para los que más sufren. Nos jugamos que el racismo y la xenofobia queden fuera de juego o que se adueñen del campo. Que la verdad y los hechos sigan teniendo algún valor. Que haya muchos orgullos, no solo el de ser español. Que a una mujer de dieciséis años no puedan imponerle los siguiente sesenta de su vida. Que a alguien le obliguen a ser hombre o mujer solo por lo que tiene entre las piernas. Que por llamarte Ricardo y querer a Jesús no puedas dar un sí quiero porque alguien te dice “no puedes”. Nos jugamos que se siga hablando de MENAS en vez de hablar de niños pobres abandonados a su suerte y sin familia. Nos jugamos que llamarse Cayetano sea mejor que llamarse Julián y que llamarse Julián sea infinitamente mejor que llamarse Mohamed. Que el delito sea patrimonio de una raza, un país o una religión y no hechos concretos tipificados por una ley. Nos jugamos que una obra sea juzgada, no por su calidad literaria, sino por si atenta contra la moral y las buenas costumbres (de unos pocos, claro). Nos jugamos que las palabras sigan teniendo valor, que puedan ser flexibles, pero no retorcerse hasta aprisionarlas en una red de mentiras y de fake news. Nos jugamos que la palabra trumpismo sea solo un rumor proveniente del otro lado del atlántico y no el huracán que amenaza con destruirlo todo.

El próximo domingo nos jugamos derechos, libertades, sueños, censuras, palabras, esperanzas… nos jugamos la decencia y la dignidad de un país.

Es mucho, pues, lo que está en juego, pero, por fortuna, es mucho lo que aún podemos hacer.

Una palabra, dos sílabas y cuatro letras pueden cambiar el signo de un país:

V O T A