El último acto de Rafael
Pasa cada verano, pero este es especial.
La fecha es fácil de recordar para quien quiera: cada verano, un día después de la muerte de Lorca ( y un año después, como si fuera una condena, un año y un día), fallecía el que fuera su último amor, Rafael Rodríguez Rapún, que fuera secretario de La barraca (la compañía teatral con la que el poeta granadino acercó los clásicos al pueblo) y que tras el asesinato en pleno verano del golpe de Estado del poeta con el que compartió viajes y desvelos, se alistó para defender la República. Cayó herido en el frente Norte, fue atendido en un hospital militar, murió aquí un 19 de agosto y descansa cerca del mar, en el cementerio de Ciriego.
No era ni mucho menos un secreto, aunque pocos, los que cada año ponen una flor en su tumba y los que siguen recordando la historia, lo supieran. Latía, desde luego, en los ‘Sonetos del amor oscuro’, y en libros, entrevistas.
Hace una década protagonizó su propia historia, que se convirtió un poco en la de todos: ‘La piedra oscura’, el premiado texto teatral de Alberto Conejero que puso el cuerpo de Daniel Grao en el de Rapún para hablarnos de conservar la memoria cuando hablamos de un legado universal.
Se representó en el Palacio de Festivales, con referencias tan cercanas como las playas de enfrente.
Diez años después de ese primer rescate, todo fue a mayores con ‘Una noche sin luna’ y sus giras que no querían terminarse nunca: Sergio Peris Mencheta dirigendo a Juan Diego Botto convertido en Lorca sobre el escenario, navegando un barco de la memoria, cubierto de tierra y recuerdos.
En el escenario, también en el Palacio (dos noches seguidas de lleno, agotadas prácticamente según se pusieron a la venta), referencias directas de Lorca a Rafael, sus dedos, su mano, su pecho, su deseado reencuentro.
Con un mensaje tras el impactante final de la obra (que ya venía de empezar removiendo sentimientos) en el que Botto, en la realidad un actor que conoce los estragos colectivos de la violencia y la desemoria, sobre las tablas un cuerpo sin lugar, enfatizaba la presencia en Cantabria del cuerpo de Rapún, entre aplausos de un público que no siembre había conocido esta historia.
El trayecto del barco de la memoria que arrancó hace diez años con ‘La piedra oscura’ ha supuesto también una tardía reconciliación con esta parte de la historia de la ciudad, que va aflorando en una geografía desconocida, la del campo de concentración de La Magdalena, el legado republicano que impulsó lo que hoy son los cursos de verano de la UIMP, la de la reconstrucción de Santander tras el incendio a imagen y semejanza del régimen, la de la surrealista tortura psiquiátrica a Leonora Carrington, los presos republicanos que levantaron el inacabado túnel de La Engaña, los últimos guerrilleros antifranquistas, ya leyenda, el asesinato de Malumbres y Zapata y tantas historias que ya no pueden callarse por mucho que haya quien quiera tapar el rugido de la mar.