Mi verbo es Luchar

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“Un millón de pájaros
Sobre las ramas de mi corazón
Inventan el himno combatiente”

Mahmoud Darwish.

Ojalá la poesía se escuche por encima del bombardeo, del asesinato impune, de la violación, del destierro, ojalá los versos cambien la dirección de la bala, que la palabra sea el gesto que encasquille percutor y recorra el retroceso de la culata. Lo versos de Darwish anidan en su interior , los pájaros sobre las ramas de su corazón encuentran solo ahí el refugio que les permite inventar su himno combatiente. Fuera de ahí es imposible, como le contesta Makhoul, como si sus versos le completaran “pero para escuchar a los pájaros hace falta que cese el bombardeo”, reivindicando la poesía como política, cómo lo es toda la poesía, incluso aquella que nace de escuchar a los pájaros. Si así fuera sería porque no hay bombas, si no las hay sería porque alguien ha luchado porque dejen de caer, de asesinar, de silenciar el mundo que nos rodea. La poesía más política sería aquella que transcribiera el reposar de los pájaros.

 

Marwan Makhoul :

Para escribir una poesía
que no sea política
debo escuchar a los pájaros.
Pero para escuchar a los pájaros
hace falta que cese el bombardeo (…)

 

Adorno decía que “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, no hacerlo sería el alimentar la complicidad del silencio, la pasividad de la ausencia, el disparo en la nuca que provoca la indiferencia. La poesía como expresión de la belleza, de la razón, del pensamiento ilustrado que haría al ser humano construir un mundo mejor, mas justo, mas igualitario, más fraternal, se suicidaría ante el horror del Holocausto como alusión inevitable, como fetiche recurrente para simbolizar cualquier otra masacre, cualquier otra expresión máxima de la sin razón. Lo vivido queda en la cuneta de la historia. No llega el eco del humo de las chimeneas como grito de denuncia en los oídos de nuestra conciencia. Es como si la niebla ocupara ese espacio entre la franja de Gaza, entre la Cisjordania ocupada y el espasmo de dolor, de indignación y denuncia que deberíamos sentir. En la pequeña villa alemana de Chełmno nad Nerem, un 8 de diciembre de 1941 una persona común y corriente podía asomarse a la ventana y ver los pájaros acomodarse sobre las ramas del árbol, que custodiaba su casa, y ver el humo a lo lejos creyendo quizás que era una niebla lo suficientemente densa como para crear una coartada a su premeditada o no indiferencia. No había televisión, ni dispositivos móviles, que con sólo un click les permitiera visualizar las imágenes de genocidio  en directo, como si de un programa en “prime time” o un video de “tiktok” se tratara. Una cámara de video dentro de una cámara de gas, de una fosa común, de un túnel, que les permitiera ver en directo, o por diferido, las atrocidades que ahí se estaban cometiendo, hasta hacerse viral.

A cientos de Kilómetros de Chełmno nad Nerem, probablemente el humo se vería de otra manera, cada vez mas parecido a la niebla, hasta confundirse con ella e incluso desaparecer. En una cocina, de un pueblo o ciudad, al dejar los platos en la fregadera y abrir la ventana, para asomarse al día, la imagen de la chimenea no existía, igual que no existía una televisión o un dispositivo móvil desde el que poder ver esa imagen que estremece, que desgarra, que debiera removernos las tripas hasta tal punto de intentar hacer algo, lo que sea, -eso viene después-, pero el primer impacto, la primera reacción, te sacudiría como un espasmo, como una descarga eléctrica y no podrías refrenar el impulso de gritar:

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
Continuaré escribiendo su nombre al combatir:
en la tierra, en los muros, en las puertas,
contra las brechas de las casas;
en la mezquita y el ara de la Virgen,
por todos los caminos de las fincas.
Por todas las colinas, las pendientes,
las calles, las esquinas.
En la cárcel y el calabozo de tortura.
En las maderas de las horcas. (…)

como hiciera a través de sus versos Fadwa Tuqan,  para ponerte en el lugar de quien sufre esa injusticia. Para sentir que podrías ser tú, para agradecer no serlo y aún así, o precisamente por eso, rebelarte, preguntarte que tan lejos llega el humo de esa chimenea, de tantas otras, porqué aunque se vea, mucho más nítido que en la Alemania de los años 30 y 40, sigamos sin verlo o simplemente nos conformemos con no respirarlo y. enfundados en nuestras pomodernas máscaras anti-gas protegidas por una bonita carcasa, hagamos como que es una ficción más.

Quizás la poesía siga viva mas allá de Auschwitz con mas razón que nunca y su objetivo sea convertirse en la grieta que reviente la carcasa y que le saque el alma a las pantallas anti gás tras las que nos escondemos, en las que nos refugiamos o encerramos, donde huimos o nos distanciamos del humo, de la niebla, de la cámara de gas, de Gaza, de Cisjordania, de Palestina y de quienes son la piel de cada verso, de quienes encarnan cada poesía, de quienes hacen de su verbo resistencia, lucha, supervivencia. Si este sábado 20 de enero te asomas a la ventana o pasas por la calle Cisneros y miras al otro lado del cristal de La Vorágine, podrás ver como los versos despejan la niebla, muestran el humo, y el genocidio que se esconde detrás. Podrás ver, sentir que es real. Que existen personas, vecinos, que no olvidan a quienes cada día conjugan además de los verbos Correr, Bailar, Llorar, Abrazar, Amar, Sufrir, Ayudar, Gritar, conjugan el verbo Luchar.

Mi verbo es luchar
Yasser Jamil Fayad

Correr
Bailar
Llorar
Abrazar
Amar
Sufrir
Ayudar
Gritar
En la vida

Caben muchos y muchos verbos.

Yo
Soy
Simplemente
palestino –

¡Mi verbo es luchar!


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