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El Mercadona de México
No vamos a decir que ir a la Plaza de la Esperanza sea como una religión, pero sí que es todo un rito que, en este caso, tiene el sábado como día grande.
Empieza por hacer la lista de lo que se quiere, tanto dentro como fuera, y sigue por ir y dirigirse a los puestos de confianza, esos que con los años puede que no sepan tu apellido pero si que estás deseando que llegue la temporada de bocartes: es Marga echando la bronca cuando hace mucho tiempo que no ve a los críos de unos clientes a los que regala siempre una chocolatina, es David recordando mejor que tú la carne que te gusta para el cocido, Tea recomendando una variedad nueva de legumbre y Asun recordando a los clientes todavía un año después de cerrar su puesto de pescado.

Haciendo la compra en la plaza
Tampoco te sabes tú muchos de los detalles que definen toda una biografía cercana, pero si que la que te atiende en ese puesto de la esquina tiene un hijo en un barco y por eso se sabe todos los movimientos de las mareas.
Y tiene un punto de rito social en el sentido no sólo de que pasa entre familias sino que es punto de encuentro y quien va cada sábado le reserva un tiempo porque te encuentras con gente y saludas.
En la época adulta en la que las citas sociales se reducen a los más cercanos, es el contacto visual o cercano del sábado en el Mercado de la Esperanza es el que da las pistas de cómo evolucionan los embarazos, crecen los hijos o si van cambiando los acompañantes.
El caso es que el Mercado de la Esperanza tiene un peso tan fuerte en Santander que no hay ni que especificar donde vas cuando dices que “vas a la Plaza” o “bajas a la Plaza”, si eres de la casa vez más nutrida población que reside en un distrito muy genérico llamado Periferia.
La reapertura en pandemia tras el tiempo que cerró fue muy gráfica, en un sitio que tiene mucho de agarrarse a lo sólido (y al que muchos no van siempre, pero sí en navidades), y que va más allá del sábado, más allá del pescado y que se extiende, días alternos, hasta a la ropa.
LOS MERCADOS DE SANTANDER
Todo se llama impronta, identidad, y es tan fuerte que desplaza del foco a otros mercados municipales, es decir, públicos, que existen en la ciudad: como el de Puerto Chico, en los bajos del Centro Cultural Doctor Madrazo (y que en su ubicación originaria, enfrente, era el mercado del pescado, cuando aquello era un barrio de marineros) o el de México, cuyo nombre suena a exótico y que en el Santander pueblín prácticamente marcaba el fin de los límites urbanos.
Es decir, no es que haya una crisis general de los mercados públicos en Santander, sino un desequilibrio entre el éxito contrastado del de La Esperanza y los demás.
El PP en el Ayuntamiento, décadas de gobierno prácticamente en exclusiva, llevaba tiempo pensando qué hacer con los mercados que son directamente su competencia y en los que no tiene forma humana de encontrar responsabilidades o culpables en otra administración, costumbre muy arraigada en la Casona. En la presentación del proyecto, al que todavía le queda un año para arrancar las obras, se aludía al paso del tiempo como un factor del deterioro de estos espacios, como un elemento inexorable desvinculado de la inversión que difícilmente se podría usar en otras competencias de la ciudad (no nos imaginamos diciendo que el paso del tiempo ha dejado una calzada en mal estado sin recordar que se podía haber invertido en mejoras mientras ese tiempo simplemente pasaba).
MERCADONA SE HACE LAS AMÉRICAS
Para el de México, por ejemplo, llegó a enarbolar una de esas infografías de campaña en las que había hasta multicines que nunca llegaron, mientras veía como bajaba el atractivo del centro de empresas (no era exactamente un cowork) de su subterráneo. Buena ubicación, muchas incomodidades.
Lo último, más que una idea, un proyecto ya adjudicado, es una remodelación que incluye dar el protagonismo principal del Mercado a algo que no es un mercado, sino un gigante de la alimentación en cadena, la Mercadona señalada por ganaderos por la fijación de bajos precios de la leche o por las trabajadoras como poco amiga de la paz laboral y las buenas condiciones, por decirlo de forma sutil.
Es bastante gráfico que el giro en el Mercado haya supuesto unas obras que acaben no sólo con el centro de (cada vez menos) empresas del subterráneo, sino incluso con el local en que comenzaba a albergarse la cartelería de los comercios de siempre que ha logrado rescatar Santatipo. También lo es que la alcaldesa elogie a los comerciantes por «saber esperar».
Mercadona es, aunque el PP esté confiando en su efecto tractor, la competencia en el sector de la alimentación y, por mucho que en Santander todo acabe siendo cotidiano y las cajeras del super al que vas cada dos días acaben siendo caras más que conocidas, es un modelo totalmente distinto: la alimentación a gran escala con grandes redes de distribución frente a la cercana, cotidiana y localizable, el gran imperio frente al pequeño autónomo, un gran supermercado frente a un mercado.
EL MERCADO HOSTELERO DE PUERTO CHICO
Los tiempos han querido que este segundo giro a los usos privados de un mercado municipal llegue antes que otro cuya tramitación se había atascado, el de Puertochico.
Allí los planes pasan por convertirlo en una extensión de una Peñaherbosa que siempre fue hostelera, pero empieza a ser más que una calle para ser casi un estado mental, y por eso puede superar los límites de una calle: Peñaherbosa es Peñaherbosa, pero ya es también Daoiz (no David) y Velarde, es Casimiro Sainz, y es incluso Bonifaz (en versión más sofisticada).
En breve, los hosteleros de Peñaherbosa, aparte de financiar a sus caseros con sus rentas, contribuirán con sus impuestos al sostenimiento de su propia competencia: bares que no se hubieran instalado en la zona si no hubieran sido empujados por la propia institución responsable del edificio que ha preferido derivar a otros usos.
La apuesta por la privatización de otro recurso municipal no deja de esconder una renuncia a pensar otras fórmulas que al menos se amagaron en el comercio local, como bonos de compras, acciones de dinamización o promoción, sin el éxito buscado al no abordar uno de los problemas de fondo, el de el elevado precio de las rentas de los locales, y reducido a ultima hora al vallado anti-sin techos en los accesos a los negocios vacíos y cerrados
Tal vez se esté mirando a modelos de otras ciudades en los que los mercados han evolucionado a una mezcla de puestos gourmet más orientada al ocio y al omnipresente turismo: una barcelonización, una madrileñización, en suma, otro palabro: la turistificación como prácticamente único modelo de ciudad.
Serán otra cosa, pero ya no serán mercados.
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