Palabras de construcción
“En una pequeña o gran ciudad o en un pueblo, un teatro es el signo visible de cultura”, dejó dicho el actor y director británico Laurence Olivier. O en un barrio, añado yo, donde haya un local, en el que, aun sin figurar en su puerta un rótulo, en el que ponga Teatro, sin embargo, en su interior y sobre una tarima, se haga teatro. Ese es el caso de la sede de la AAVV San Joaquín (Campogiro, Santander). En el transcurso del último año, entre otras actividades culturales, programadas para sus Jueves Culturales, se han representado varias obras teatrales. La última tuvo lugar el pasado día 1 de febrero. La Cía. Hilo Producciones puso en la tarima-escenario la obra “Casa palabra”, creada y dirigida por Sandro Cordero e interpretada por Laura Orduña y Pablo Venero. Fue la primera obra que Hilo produjo, destinada, en principio, a un público infantil, que enseguida se descubrió que hacía las delicias de los mayores, acompañados por sus hijos, como se volvió a vivir, más de diez años después en el Barrio San Joaquín.
Laura Orduña es una princesa, con una sencilla, más que corona, diadema, en sus manos, más que en su cabeza, como si quisiera compartir su noble condición con quienes la rodean. Pablo Venero es un patito, al que un pico de pato pegado a la nariz le basta para presentarse como el joven y torpón, siempre perdido patito, con el que la princesa simpatiza y orienta por el camino de vuelta a casa, y por el que les ocurren aventuras sin cuento, aunque de cuento, con las que aprende pronto valores, que tienen nombre, para después practicarlos. Y, así, entre carreras, bailes, encuentros y canciones van, sin querer, construyendo una casa, construida con unos materiales, tan delicados, como consistentes, las palabras, sólidamente ensamblados, para que la casa se mantenga en pie, para mayor seguridad de quienes, habiéndola construido, la habitan y les habita, pues es una casa, construida, no con cualquier palabra, sino con palabras, que son pautas de actitudes y comportamientos, como amistad, cariño, confianza, perdón, simpatía, miedo, riña ,magia, alegría, abrazo, tristeza, ternura, compasión…, palabras con cierta solemnidad, que hacen de la casa morada, pero que no hacen ascos a otras, como caca, culo, pedo, pis, que los intérpretes celebran, cantando y bailando la infantil escatología, provocando hilaridad en el público. Celebración mantenida a lo largo de la función, gracias a un trabajo actoral de Laura Orduña y Pablo Venero lleno de gracia y dotado de un dinamismo físico, verbal y gestual, remedando, a veces, a personajes animados de ficción, sin dar respiro al entusiasmo del público, sin distinción de edades, que sigue el deambular de la princesa y el patito, hasta que en su camino se encuentran con, una especie de monstruo, La Cosa del Bosque Oscuro, que aparenta ser malo, pero que no lo es por maldad, sino porque se siente desgraciado, algo parecido a lo que le pasaba a Frankenstein, y que la empatía de la princesa y el patito deja ver toda la bondad que La Cosa guardaba en su interior, otra de la enseñanzas que imparte la obra, como jugando, como contando un cuento, que es lo que en realidad es, con sus enseñanzas, que es lo que se desarrolla en un escenario con apenas apoyatura técnica, pero con una suerte de bastidor, del que penden varios lienzos, que van cayendo y dejando ver, con retazos de tela de distintos colores y oportunamente dispuestos para expresar los distintos momentos del viaje iniciático, por el que un patito, de la mano de una princesa llega, al encuentro con los suyo, y quizá consigo mismo. Princesa y patito, a los que Laura Orduña y Pablo Venero dotan de humanidad en la que no caben diferencias por rango ni condición. Otra enseñanza.
Se me antoja que Laurence Olivier habría sabido apreciar un signo de cultura en el Barrio San Joaquín, No tanto porque se haga teatro “de” barrio, como porque se hace teatro “en” el Barrio. Sin que, en realidad, haya un teatro.