La Magdalena campo concentración plataforma memoria y democracia

Centenares de personas acuden a conocer cómo fue el campo de concentración de La Magdalena

La Plataforma Memoria y Democracia de Cantabria cuenta cómo fue el acto, conducido por el profesor y escritor Alberto Santamaría
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Es “sábado de Gloria” para los católicos y no hay eucaristías en los templos. La ciudad de Santander está llena de turistas y se puede ver por el centro a grupos de 15 o 20 personas alrededor de un guía turístico que repite, sin matices, la historia oficial. Lo mismo hacen, sin hablar pero diciendo mucho, las páginas webs del ayuntamiento.

La sección de Historia de la página del Ayuntamiento sobre el Palacio de La Magdalena asegura que “[el palacio] ha tenido una historia realmente intensa, que viene a reflejar la situación social y política de España. Ocho décadas de ajetreada existencia, desde Residencial Real hasta propiedad municipal y sede de la Universidad Internacional (…). A partir de la II República, el Palacio tuvo varios usos que fueron deteriorando su estado, tanto interior como exterior: fue sede de la Universidad Internacional de Verano, hospital, residencia temporal para los damnificados por el incendio de 1941…”.

Ni una palabra, ni una línea, sobre el campo de concentración que operó en las instalaciones del Palacio —exactamente en las Caballerizas y lo que ahora es el Paraninfo— entre agosto de 1937 y principios de 1940.

Sin embargo, este “sábado de Gloria” de 2024, unas 250 personas respondieron a la convocatoria de la Plataforma Memoria y Democracia de Cantabria que citó a una Ruta por la Memoria guiada, esta vez, por el filósofo, poeta y ensayista Alberto Santamaría.

Hambre de saber lo que se oculta, ganas de conocer, de indagar, y de recordar. Y, por qué no, ganas de mostrar las heridas. Comenzaba Alberto Santamaría su intervención haciendo un símil poderoso. Cuando un niño se hace una herida jugando va a la madre o el padre no a buscar curación, sino a mostrar las consecuencias de esa caída. «A las víctimas del franquismo se les ha hurtado esa posibilidad de mostrar sus heridas y, así encontrar algo de consuelo». Quizá por eso, este sábado, a la península de La Magdalena, acudieron nietas y bisnietos de alguno de los reclusos, como la familia de Andrés Díez de los Bueys, que cargaba un cuadro hecho por él estando en el campo de concentración. María Lourdes Díez Pesquera, nieta de Andrés, contaba cómo su abuelo era el secretario de la Casa del Pueblo, en Becerril de Campos (Palencia) y mostraba el cuadro con la foto del preso, su esposa y su hijo de 4 años, el padre de María Lourdes. Mostraba sus heridas a un público sensible y abierto a escuchar el relato invisibilizado.

La ruta de este sábado —y toda la información disponible sobre el Campo— ha venido abriendo grietas en el silencio oficial gracias al empeño de, entre otros, Alberto Santamaría, quien, desde 2013 no ha dejado de recopilar fotos, listados de presos, poemas, cartas, materiales que relatan la vida en un campo que era “modélico” para el franquismo.

Contó Alberto en las Caballerizas el modelo concentratario de castigo y ‘reeducación’; habló de los asesores alemanes y de las técnicas aprendidas en este campo que luego se aplicaron en algunos de los 300 centros similares diseminados por el nuevo Estado fascista inaugurado en 1939. Relató frente al Paraninfo cómo era dentro donde dormían hacinados hasta 2.000 reclusos, a pesar de no tener espacio para más de 600. Narró al pie del mar como los presos eran obligados a bañarse desnudos todos los días del año, hiciera frío o no, como única medida ‘higiénica’. Recordó que algunos intentaron huir nadando y nunca se supo de su [mala] suerte. Señaló las instalaciones del Club de Tenis donde la élite de Santander seguía haciendo deporte y comiendo mientras veía desde su terraza el devenir de un campo de concentración que, aunque ilegal y cruel, no era un secreto para nadie. Alberto recordó, habló, señaló, denunció y relató lo que se sigue callando en la ciudad de los silencios inducidos y alimentados.

En 2013, cuando Santamaría hizo la primera exposición sobre el campo de concentración de La Magdalena en la librería La Vorágine todavía hubo personas que hablaron de manipulación o de exageración. En este caso, toda la información es ‘oficial’ porque La Magdalena fue para el fascismo español un modelo de concentración, clasificación y reeducación para mostrar.

La respuesta de la ciudadanía el sábado fue increíble, a pesar de que la difusión fue limitada y de que los medios de la Plataforma son los justos (¡sentimos que alguna gente escuchara mal, pero nunca esperamos tal cantidad de asistentes!). Demuestra, entre otras cosas, que la memoria histórica no es un asunto del pasado y que hay una población ansiosa de entender de dónde procede nuestro silencio colectivo, el disciplinamiento durante décadas que aletargó a una sociedad ‘colonizada’ por el nacionalcatolicismo después de la represión, al purga y el exterminio.

Alberto Santamaría señaló a las personas que participaron que La Magdalena, un espacio dedicado en teoría a la cultura, ha sido, al tiempo, un lugar de tortura. Se cumple así a rajatabla el designio de Walter Benjamin cuando aseguró que «no hay ningún documento de cultura que no sea al tiempo documento de barbarie». El crítico Leon Wieseltier explicaba que la frase de Benjamin quería poner al desnudo que «la barbarie no era, de ninguna manera, el opuesto de la civilización. Era su gemela o su sombra o su condición. La relación entre civilización y barbarie no era una contradicción sino una ironía, quizás incluso una dialéctica; un tipo de relación de acompañamiento permanente, de complementariedad, tan fuerte que podría equivaler a una vinculación. ¡Sin barbarie no hay civilización!». Sin la barbarie de este campo de concentración quizá tampoco sea explicable la evolución de esas élites santanderinas o del modelo de ‘cultura’ oficial ilustrada de la que saca pecho la ciudad institucionzalizada.

Seguiremos realizando rutas como esta, seguiremos haciendo la pedagogía y creando momentos de memoria digna a pesar de la incapacidad del Estado de cumplir con sus obligaciones. Habitamos en una ciudad donde el ayuntamiento viola las leyes nacional y autonómica de memoria histórica y democrática. Nuestra labor es luchar contra esa amnesia provocada porque, desde esta amplia y diversa Plataforma, sabemos que “sin memoria, no hay futuro”.

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