Simio degradado
El relato del recorrido desde un estado natural de libertad hasta el sucedáneo de una libertad social es el del “Informe para la Academia”, que un mono, conocido como Peter el Rojo, por el color de la cicatriz de una herida, producida durante su captura, dirige a los doctos miembros de la más alta institución cultural, que le han solicitado noticias sobre su “pasado de mono”. Firma el texto Franz Kafka, y, programada en el ciclo Santander Escénica, lo ha puesto en escena la The Santa Rosa Co., el pasado día 7 de mayo en la Filmoteca de Cantabria.
El argumento es aparentemente sencillo, como aparentemente lo son los argumentos de las obras de Kafka, pero esa apariencia discurre por la complejidad de un laberinto existencial, que se anuncia desde las primeras proyecciones de la representación, y por el que no es fácil transitar y, menos aún, encontrar una salida digna, esa salida que el mono ha buscado desde que fue arrancado del reino de la libertad, al que no retornará. Como especie evolucionada, por aquello de que, ya que no se puede con el enemigo, que te quiere hacer suyo, la supervivencia pasa por unirse y parecerse a él. Y eso hace: imita a sus raptores para mejor moverse entre ellos, asimilando que lo que llaman sociedad es un entramado de simulación y mentira, que evita que el tinglado social se venga abajo. Y tan pronto como los ruidos guturales pueden alternar con sonidos articulados, refiere el informe requerido por la Academia, en la que el mono pone en solfa los requisitos para la aceptación social, donde la libertad individual en la masificación en los individualismos del sálvese quien pueda. No le quedaba otra salida al mono, cuando con un resto de libertad eligió formar parte del mundo del espectáculo, en lugar de ser encerrado a aire libre en un parque zoológico. En uno y otro caso, expuesto al juicio de los demás.
Con el título MONO, The Santa Rosa Co. ha puesto en escena el proceso de humanización de un simio, que Kafka escribió en 1917, cuando transcurría la Primera Guerra Mundial -la Gran Guerra-, con lo que supone de crisis en lo social y en lo histórico. Y también en lo personal, por cuanto acarrea la desmoralización del ser humano, en el doble sentido de debilitación del ánimo y de destrucción de valores éticos, sin un cielo al que alzar la vista en busca de señales halagüeñas y sin un suelo firme, que pisar. Así se ve el mono separado por la fuerza de su hábitat natural.
Juan Antonio Sanz es el responsable de la versión teatral del monólogo kafkiano, al que es fiel, al tiempo que dirige la función e interpreta al personaje, al que, lejos de dejarle al desnudo con su sola palabra, recientemente adquirida, le pone gafas y le viste con traje, camisa y corbata, como si de uno de los académicos se tratara. Y lo aturde con una profusión de recursos visuales, en forma de proyecciones en pantallas de distintos tamaños y en distintas posiciones y alturas, por las que se hace un veloz, pero completo repaso de escenas de espacios, por los que había transcurrido antes, y transcurrió después la existencia del simio, así como se suceden retratos de personajes, sobre todo del ámbito de la cultura, que tuvieron un significado especial, tanto humanístico, como científico, en sus diferentes momentos históricos, lo que he querido ver como una ironía, toda vez que de todo ello no se podía haber beneficiado el mono, devenido humano, que, sin embargo, añadió conocimiento con su informe para la Academia.
Ese entramado visual, abundante y dinamizado por las músicas, cuyos ritmos, se diría, que en ocasiones lo bailan, hace de la función un espectáculo sugerente al sentido y la sensibilidad del espectador, en el que el protagonismo se lo arroga el discurso del mono, que apela a su conciencia crítica, la del espectador. La móvil luminosidad de las proyecciones se compadece con una iluminación envolvente, diseñada por Pancho Villar Saro, umbrosa, como lo son las palabras pronunciadas por el mono, de las que sus destinatarios no salen bien librados.
Es un personaje, el del mono, que requiere de una interpretación con derroche físico, a la vez que de un minucioso cuidado, para que oscile entre lo que queda de la condición natural del mono, que parece resistirse a perderla, y la adquirida de humano, en la que queda atrapado. A lo uno y a lo otro responde Juan A. Sanz en una actuación, en la que se percibe una muy estudiada preparación, si bien de sus capacidades físicas ya había dado cumplida cuenta, cuando interpretó al ciclista Pantani, en la obra “La fuga. Una etapa con Pantani”, de Isaac Cuende. Por otro lado, sintoniza la palabra y los silencios con el gesto humano y los movimientos simiescos, dotándola por momentos de una intención irónica, sin pasar la raya al humor, que llevaría el drama por derroteros inadecuados, si bien he sabido de montajes del “Informe…” en clave humorística.
Juan A. Sanz, director, apoyado en Kafka, ha sabido orientar a Juan A. Sanz, actor, para recordarnos el mono que todos llevamos dentro.