Las «abuelas charlatanas» que «enseñaron a querer» a presos, condenados, asesinados o exiliados por sus ideas

Delegación de Gobierno homenajea a cuatro víctimas de prisión, condenas de muerte o exilio durante la Guerra Civil o la República en un encuentro que se convierte en un alegato sobre el valor de la memoria frente al odio y el negacionismo
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A Macondo llegó la compañía bananera, que dio trabajo durante años a los vecinos de este pueblo con nombre de árbol en el que pasaron cosas tan desproporcionadas que no podían ser más que verdad. Llegaron también las huelgas ante los abusos, y una depresión brutal que se saldó en un día con 3.000 muertos y un único superviviente, uno de esos Buendías que se repiten durante toda la estirpe.

Pero a José Arcadio no le creyó nadie porque los libros de historia contaron durante décadas otra historia en la que no había fábrica, ni huelgas, ni muerto ni dolor. Acostumbrados a lidiar con la desmemoria, como describe ‘Cien años de soledad’, llegaron a sufrir la peste del olvido, perdieron hasta las palabras -. 

Hasta que el tiempo y los capítulos fueron avanzando, y quien empezó a contar esa historia que nadie creía pese a que era real, fue su sobrino nieto, Aureliano Babilonia. 

Es una historia que se parece mucho a lo que vivió María Toca, escritora y articulista al frente de La Pajarera Magazine, tertuliana de EL FARADIO, muy implicada en las luchas por el rescate de la memoria: en su intervención en el acto de reconocimiento a los perseguidos por la Guerra y la dictadura, esparció trazas de su historia familiar, de como su abuela cerraba la puerta del bar de La Albericia, “que las paredes oyen”, para contarles lo que realmente pasó en la guerra y después con su padre, con su tío.

Una historia que no coincidía con la que a ella le contaron en el colegio (religioso), pero que nadie pudo “desprogramar”. A esa “abuela charlatana” a la que “jamás pudieron callar” le debe su “arquitectura moral”: “yo aprendí en casa la verdad”. 

Es una historia, en el sentido de Historia, y no de relato, en la que se sentía reconocida Josefa García, nieta de Esteban Obregón, uno de los homenajeados, de profesión carrilero, afiliado al PSOE y la UGT, sometido a un Consejo de Guerra (uno de esos espejismos de juicio con condena firmada sin antelación por hechos nunca demostrados más allá de ser de los otros) que estuvo en el campo de concentración de Corbán y fue condenado al garrote vil.

Tanto su abuela como su madre (que tuvo que hacerse cargo de siete hermanos a los 12 años) mantuvieron viva su memoria y les “enseñaron a quererle”, a recordar que “le mataron por sus ideas”, no por sus actos. Cuando iban a Ciriego, donde pudieron localizarle gracias al trabajo de precursores del memorialismo como Esteban o  Antonio Hontañón, su madre (su hija) decía: “Estarías orgulloso, si podrías ver lo que dejaste y lo que hoy tienes, te morirías harto de felicidad”. 

Daniel Acebo, guardia de asalto, es uno de los enterrados en la fosa del cementerio de Ciriego, tras ser ejecutado después de una ‘sentencia’ (sic) emanada de un consejo de guerra. Su sobrino nieto, Juan Ignacio Villarías, estuió todos los papeles de ese proceso, en los que no quedaba demostrada ninguna de las acusaciones, porque eso no era una justicia como la de un régimen democrático, con el principio de ‘in dubio pro reo’, sino que primero disparaban y luego preguntaban.

Joaquín Hernández Eiguren, nacido en Bermeo, empleado de banca y afiliado al PNV, residente en Bilbao, fue ‘depurado’ (sic) por el Banco y partió al exilio desde el Puerto de Santander. 

José Sánchez Fernández era un labrador de Guarnizzo, que fue delegado de Agricultura del Frente Popular en Astillero, hasta que fue detenido, encarcelado y procesado en Consejos de guerra, que se saldaron con condenas de prisión por “auxilio a la rebelión” (sic)

“NO LUCHARON ENTRE HERMANOS, LUCHARON CONTRA EL FASCISMO” 

Los cuatro homenajeados venían de ser nombres y números en expedientes localizados en distintos archivos, desempolvados para este homenaje en Delegación de Gobierno que no deja de ser el cumplimiento de la Ley de Memoria Democrática, en el que se leyó una Declaración de Reconocimiento y Reparación.

La delegada de Gobierno, Eugenia Gómez de Diego,  hablaba de la necesidad de “reparación” porque ninguna democracia se construye “bajo pactos de silencio”, por lo que advertía de que se luchará con todos los recursos frente a la ola negacionista. 

La representante del Estado defendía en su intervención el valor de la memoria frente a los discursos de odio y como vía para “no repetir los mismos errores”, en una lucha contra el “abismo del olvido” que es una cuestión de derechos humanos, sea aquí o en Gaz, y, sobre todo, un asunto “de futuro”. 

María Toca se refería a las alusiones a remover el pasado, etc, que se emplean desde las voces críticas con la recuperación de la memoria. “Quieren callar nuestra historia” con apelaciones a la “concordia”, a las que replica. “Mis tíos y abuelos no lucharon entre hermanos, no fue una guerra civil: no, lucharon contra el fascismo, con conciencia de clase, porque pensaban que los niños debían ir a la escuela”, porque, insistía, “esa guerra tuvo ideología”.

Josefa García, la primera de las familiares en intervenir en el acto, agradecía el homenaje, aunque urgía a actuar “más rápido” porque se encuentran con “muchas trabas”

ENCUENTRO EN TORNO A LA MEMORIA

El homenaje contó con la presencia de representantes de colectivos memorialistas, como la Asociación Héroes por  la República y la Libertad, Archivo Guerra y Exilio (AGE) , Desmemoriados, el Colectivo Memoria de Laredo, y también de  la Coordinadora de Pensionistas. 

Al acto asistieron también la delegada de Gobierno en Cantabria, Eugenia Gómez de Diego; el líder socialista, Pablo Zuloaga (de cuya Consejería de Cultura dependían las competencias en memoria histórica, entre ellas la Ley aprobada la pasada legislatura, en un área, la de Memoria, suprimida ahora y a cuyo frente estaba la campurriana Zoraida Hijosa, ahora responsable de Memoria Democrática dentro del Gobierno central).

También acudieron los diputados en el Congreso por el PSOE, Pedro Casares y Noelia Cobo; concejales del Ayuntamiento de Santander como María Antonia Mora o Concepción González;  y diputados autonómicos socialistas como Jorge Gutiérrez o Mario Iglesias; o el portavoz del Grupo Parlamentario Regionalista, Pedro Hernando.

Asimismo, acudieron militantes de Izquierda Unida, como Verónica C.Montero, Concepción Calzada o Carmen de Diego , que fue una de las niñas de la guerra civil acogida en Rusia. 

Estaba Mariano Carmona, secretario general de UGT en Cantabria, depositario de un legado de militancia de muchos perseguidos en la preguerra, la guerra y la dictadura; además de, como muestra de la institucionalidad que se quiso revestir por parte de la administración del Estado en Cantabria, el delegado de Defensa, Emiliano Blanco;  la jefa superior de la Policía Nacional, Carmen Martínez;  o el coronel de la Guardia Civil, Antonio Orantos.

Por cierto que, como casi todo lo que se cuenta ‘Cien años de soledad’, lo de la compañía bananera fue verdad. Igual que los castigos (sic) por ideología en España que infligió el  bando ganador de la Guerra, el que impuso una dictadura militar.

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