Silvia Federici: “La caza de brujas no ha terminado nunca”

La escritora y filósofa, referente internacional del feminismo anticapitalista, conecta las cazas de brujas históricas con los procesos de colonización, esclavismo, nuevos colonialismos y el origen del propio capitalismo en una charla organizada por La Vorágine
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Cantabria ha recibido este martes la visita de una referente internacional del feminismo anticapitalista. Invitada por La Vorágine –y en un acto que se tuvo que celebrar en el CASYC para facilitar la asistencia de una figura que despierta mucho interés–, la historiadora, filósofa y escritora Silvia Federici ha desgranado ante el numeroso publico asistente o conectado al streaming una de sus principales líneas de investigación: la caza de brujas, un proceso de control y disciplinamiento de la mujer a lo largo de la historia.

Porque Federica ha descrito lo que caracteriza a este sistema, desde sus orígenes, pero dejando claro que es un proceso que “nunca ha terminado” y “sigue en muchos países” porque está intrínsecamente relacionado con el propio sistema capitalsta.
Así, ha recordado las acusaciones de brujería contra mujeres que se apartaban del dogma católico, con mucho peso en los movimientos denominados heréticos, y la amenaza que suponía para el poder feudal.

La persecución se tradujo en acusaciones de todo tipo, desde relaciones con el demonio a causar la impotencia a los hombres o atacar a niños. Y se plasmaba gráficamente en tres arquetipos: la curandera, la mujer dueña de su sexualidad y la mujer pobre, todas ellas con capacidad de amenazar al sistema dominante.

Todo esto entronca mucho con una filosofía de la productividad que impregna al capitalismo desde su origen, basado en el control de los recursos, y extendida esa visión a las propias mujeres. Desde esa perspectiva, se buscaba controlar también la sexualidad y la capacidad reproductiva de la mujer, que compartía ser víctima de esos ataques con otras disidencias sexuales, como la homosexualidad o lesbianismo.

La campaña contra las mujeres que pedían ayuda se enmarcó en un ataque contra el concepto de caridad, contra una visión muy enraizada en las sociedades feudales, que eran muy comunitarias e interdependientes, a la contra del incipiente capitalismo que iba contra ese modo de vida.

La caza de brujas, explicaba, era un peligro “para todas las mujeres”, una “condena por sí misma”, desde el momento en que se expresaba, usada por maridos y parejas, dentro de un intento de “disciplinar” su poder en el trabajo, lo sexual, el hogar, la natalidad y la propia organización de valores.

Lo peor, añadía, es que “se presentó como algo medieval, feudal”, a lo que no dar importancia, en lo que fue en realidad “el primer feminicidio” y que encima con los años fue banalizado, convertidos ahora sus historias y escenarios en “atracciones turísticas” en las que incluso “se venden muñecas” de las presentadas como brujas, por eso defiende y protagoniza un proceso de recuperación de la memoria de las brujas.

Porque, añadía, el mecanismo continuó, exportado por los misioneros a América, con acusaciones similares lanzadas sobre las mujeres indígenas, y se encuentran las mismas trazas en el esclavismo de las mujeres que lideraban las luchas o eran centrales en sus comunidades por conocer prácticas médicas y ser capaces de controlar su natalidad.

Hasta extenderse a “las nuevas cazas de brujas”, como definía gráficamente Carmen Alquegui, de La Vorágine, y que se vincula a la nueva globalización, amenazada también por la capacidad de las mujeres de controlar su cuerpo y relaciones, y construir nuevas formas de economía y sociedad.

Hablamos de asesinatos de mujeres, quemadas, en África, de la expulsión de la tierra, de las privatizaciones de recursos materiales como las minas –y el ataque a quienes las defienden, en comunidades con mucho peso de las mujeres-, en lo que es un “nuevo proceso de colonización” en el que vuelve a adquirir un peso importante la religión, en este caso sectas evangelistas pentecostales financiadas desde las derechas globales por todo América, que tratan de convencer a las personas de que “la pobreza y la miseria no es por la desigualdad”, sino por culpa de las mujeres.

La charla, en la que las preguntas de Alquegui y del público llegaron a tocar desde el genocidio en Gaza hasta los debates sobre el abolicionismo o el papel de las mujeres presas, puede verse íntegra en este enlace.

SILVIA FEDERICI

Autora de Calibán y la bruja (2010), Revolución en punto cero (2013), El patriarcado del salario (2018), el archivo de la campaña internacional Salario para el trabajo doméstico (2019), Reencantar el mundo (2020), Brujas, caza de brujas y mujeres (2021) e Ir más allá de la piel (2022) (muchos de ellos publicados por Traficantes de Sueños, librería madrileña ‘hermana’ de La Vorágine), la vida de esta intelectual y activista italiana recorre los agitados años setenta en Italia, las campañas por el salario doméstico en Nueva York, la lucha contra los planes de ajuste estructural en África, la crítica al proceso de globalización neoliberal y sus efectos en todo el planeta, el movimiento por la recuperación de los comunes y, más recientemente, el ciclo de luchas que se abrió en 2011 y que ha continuado en la última ola feminista.

Silvia Federici (Italia, 1942) es profesora emérita de la Universidad de Hofstra (EEUU). Se licenció por la Universidad de Bologna (Italia) en 1965, realizó sus estudios de master en SUNY Buffalo State College (EEUU) en 1970 y allí se doctoró en 1980.

En la década de los 70 fue cofundadora del Colectivo Feminista Internacional. De 1991 a 2003, tras un período de enseñanza en la Universidad de Port Harcourt (Nigeria), fue cofundadora del Comité para la Libertad Académica en África y coeditora del boletín del mismo. De 1995 a 2002 también ayudó a fundar el proyecto contra la pena de muerte de la Asociación de Filosofía Radical, con sede en los Estados Unidos.

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