Identidad democrática

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“De pronto –nadie habrá sido-, como sucedió con el régimen de Franco (…) y nos darán lecciones de democracia y de cómo ellos lucharon contra el terrorismo “desde dentro”.

Pierre Vidal dijo que la verdad, por lo insoportable que es, no cambia de acuerdo con las convicciones de uno u otro. El 20 de octubre de 2011 la organización terrorista Euskadi Ta Askatasuna (ETA) realizó el anuncio del cese definitivo de su actividad armada. A más de diez años de la desaparición de ETA, una generación de jóvenes ha crecido sin conocer la violencia terrorista y lo que esto supuso. Ha crecido sin normalizar las dianas en las calles señalando a quien luego sería ejecutado, purgada, amenazado o extorsionada. Ha crecido sin ese silencio a gritos o, mejor dicho, sin esos gritos que solo encontraban Silencio. Silencio que nacía del miedo, de la complicidad, del síndrome de Estocolmo, de la convicción, de la indiferencia, o de todos ellos mezclados en un “cocktail” molotov que, si no hacemos nada para evitarlo, puede explotarnos en la cara, otra vez.

De ahí la importancia de elaborar un relato democrático que no deje espacio para la contextualización distorsionada bajo discursos sesgados y ahistóricos que hagan depender esa verdad de la que nos habla Vidal de unas u otras convicciones. De ahí la importancia de dicha afirmación. Y de ahí también la posibilidad de establecer vasos comunicantes entre las víctimas del franquismo y las víctimas de ETA. Y, al hacerlo, de ahí también la indignación al ver los riesgos de apropiación o el uso interesado y sectario que de las víctimas se puede hacer.

El proyecto recogido en el artículo 57 de la Ley 29/2011, de 22 de septiembre de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo, que señala que tendrá como objetivo «preservar y difundir los valores democráticos y éticos que encarnan las víctimas del terrorismo, construir la memoria colectiva de las víctimas y concienciar al conjunto de la población para la defensa de la libertad y de los derechos humanos y contra el terrorismo» podría ser igualmente útil como marco desde el que aproximarnos a las víctimas de la dictadura franquista y solo habría que cambiar una palabra.

La pregunta sería ¿Por qué entonces muchos de quienes apoyan una niegan la otra y a la inversa? ¿En qué lugar deja, esa apropiación interesada, a las víctimas, sean de ETA o del Franquismo? ¿Por qué no establecer un marco común en torno a la equiparación de toda violencia política con base social, cuyo común denominador es la negación del diferente hasta el extremo de quitarle la vida y justificarlo política, ética e históricamente? Para ello sería necesario  por un lado romper el mito de la ETA antifranquista y liberadora del Pueblo Vasco y por el otro el de la inevitabilidad del Franquismo como salvador de España. De esa manera podremos evitar que las nuevas generaciones se aproximen a estas realidades desde un visión romántica que las justifique y, aún peor, que las reivindique como solución a su Indignación.

Para Peter Burke la memoria debe ser ahora considerada como un nuevo “objeto de estudio” de la historia. No olvidemos como, de la misma manera, la relación entre memoria individual e Historia, la primera deberá “salir de si misma” y colocarse en “el punto de vista del grupo” denotando un hecho capaz de marcar una determinada época porque ha entrado en el círculo de preocupaciones e intereses colectivos. Todo ello dentro del objetivo planteado, entre otros, por Xabier Etxebarria, de una “identidad como memoria narrada de las víctimas», una Memoria Historiada con intencionalidad moral y honestidad intelectual de las Víctimas, dentro de un relato histórico, la importancia del contexto y, como objetivo compartido, la de priorizar a las víctimas, a toda ellas: para que “la víctima” deje de ser un sujeto pasivo y se convierta en “testigo fundamental para esa reconstrucción veraz de la historia”(… ) como nos recordar al profesor Julio Aróstegui en “La Historia Vivida, Sobre la Historia del Presente”.

Y es que, como dice Xabier Etxebarria “Mientras no lo consigue, la víctima se encuentra en la dolorosa situación en la que se impone con toda su fuerza la significatividad de su -historia aún no contada-”. Las huellas del historiador  serán las huellas de la propia víctima y nos llevarán a conocer no solo el Qué, sino a querer profundizar en el Porqué mediante la importancia dada a los testimonios como expresión mas palpable de las huellas psíquicas. La fidelidad a los hechos, las voces y huellas de las víctimas, la obligación de contextualizar con el objetivo de crear modelos de testimonio que, bajo las premisas citadas, generen identidad, una identidad que intente visibilizar a la víctima, de ETA o del Franquismo, y sacarla de esa espiral del silencio a la que se pueda haber visto condenada.

Asumir la citada subjetividad bajo una imparcialidad sin olvidar quien es la Víctima; “quien sufre Injustamente” y de esta forma no acabar equiparando víctima con victimario. Y de esta forma también establecer  itinerarios de una memoria democrática en que la premisa sea esa; la de reivindicar la memoria de “Quien sufre injustamente”, haya sido a manos de ETA, del Régimen y dictadura Franquista si de lo que hablamos es de violencia política con base social o de  las víctimas del GAL y  las diferentes formas de violencia política de la España pos franquista en contextos supuestamente democráticos.

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