Se acabó la fiesta

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“La historia es un cementerio de aristocracias” decía Vilfredo Pareto. Pareto creía que todo gobernante se acababa convirtiendo en una élite cuyo poder le alejaba de los gobernados. Es cierto que hay excepciones donde personas del “pueblo” puede acceder al poder, pero esto serviría precisamente para legitimarse bajo la premisa de “si ellos pueden tú también” y de esa manera perpetuar el sistema. Un poco como “el sueño americano” o el de los inmigrantes que lo consiguen y que son usados como ejemplo de integración para justificar el sistema. La industria del cine sabe mucho de eso. Porque poniendo el foco en quien lo consigue ocultamos el reguero de cadáveres de quienes no lo han logrado. Un poco como los ejemplos de Lamine Yamal o de Nico Williams en la selección española.

Al pensar a los gobernantes como aristocracia, Pareto ya constataba una distancia real, pero también establecía una simbólica. Aparece lo que ahora se conoce de forma popular como “casta”. Un concepto con claras connotaciones negativas y al margen de todo propósito de profundizar en la democratización de la sociedad. La casta, como la aristocracia, solo quiere sobrevivir y perpetuarse. No renuncia al poder, no le importa siempre y cuando ellos formen parte, al mas puro estilo gatopardiano de que algo cambie para que todo siga igual. De esa forma habrá ejemplos de como “los de abajo” logran llegar “arriba” que servirá para aceptar ese simulacro, ese espejismo de igualdad de oportunidades, de horizonte de posibilidad.

Antes de continuar un apunte histórico para dar un poco de contexto: Como se sabe, de alguna manera, Pareto pudo haber influido sobre Mussolini. Para Pareto el fascismo no sólo parecía confirmar sus teorías, sino también ofrecer esperanzas de una nueva era. Su identificación con el nuevo orden se puso de manifiesto en el hecho de que en 1923 aceptó su nombramiento como senador, cargo que había rechazado de gobiernos prefascistas. Así, para Pareto, en ese contexto, los parlamentos son instrumentos de los intereses capitalistas privados, pese al discurso ideológico con el que intentan legitimarse. Y cuando este marco se deslegitima debido a la corrupción, la crisis, etc… es decir al incumplimiento del contrato social, el gobernante deja de ser esa persona o grupo que nos representa y en quien delegamos, para ser considerado un símbolo del fraude democrático, del engaño al que se ve sometida la ciudadanía.

En su obra “Elementos de la ciencia política” de 1896, Gaetano Mosca establece una estratificación de la clase política en todas las sociedades organizadas. La primera gran división se da entre dos clases de personas: la de “los gobernantes y la de los gobernados”. La primera es la “clase dirigente o clase política“. Ésta constituye una minoría dentro de la sociedad y se caracteriza por desempeñar “todas tas funciones políticas, monopoliza el poder y disfrutar de todas las ventajas que van unidas a él”. Para aceptar este marco el gobernante debería ser un ejemplo y demostrar esas cualidades que justifiquen esa privilegio temporal, esa meritocracia. De la misma manera el uso de la fuerza por parte del estado, como decía Weber, está legitimado en la medida que éste tiene el monopolio de la violencia y la ejerce para salvaguardar los derechos y libertades.

Dato histórico: Mosca si se declaró contra el fascismo aunque algunos de sus textos fueran utilizados por teóricos del fascismo.

Pero ¿Y si no lo hacen? ¿Y si aumenta la desigualdad, la conflictividad social y la brecha entre quienes mas tienen y el resto? ¿Y si el monopolio de la violencia se ejerce para castigar al más vulnerable? ¿Y si quien se supone que tiene unas capacidades para trabajar por el bien común, suma de las voluntades indviduales, que le hace depositario de ese “privilegio” como herramienta para conseguirlo, no lo hace? ¿Y si lo usa sólo en beneficio propio? Cuando eso sucede el “contrato social”, que legitima ese orden de las cosas, se rompe y deja espacio para los discursos de odio, para buscar enemigos y culpables a la medida de un supremacismo vestido de exaltación patriótica y nacionalismo excluyente.

Otro apunte histórico: La teoría de las élites, que nació en directa oposición a la teoría marxista de la lucha de clases, consideraba la circulación de las élites como el motor de la historia. De esta forma fue usada por el fascismo para denunciar la corrupción del sistema que decía ser democrático, pero que solo defendía o camuflaba los intereses de unos pocos: Es lo que, como decíamos se denomina “casta política”. Un discurso que cala en la sociedad, cada vez más, haciendo de las redes sociales un altavoz para la desinformación creando espacios de manipulación que convierten la mentira, las “fake news”, en verdad a base de repetirlas hasta la saciedad.

Por ello, además de combatir estos discursos de odio y manipulación, deberíamos analizarlos no como la causa, sino como “la consecuencia de …” y esa clase política, a la que aludían Pareto, Mosca o Mitchells, preguntarse qué ha hecho o está haciendo para encajar de nuevo en el marco de análisis que dichos autores proponían y que alimentó el fascismo y su aceptación y validación social (a través de las urnas también) como forma de canalizar el descontento y la Indignación. Y si eso sucede entonces si que “se acabó la fiesta”.

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