Lo peor es el olvido
Que empieza casi inmediatamente después de la ultimísima noticia. Es como si ya no le importaran a nadie los 40.000 palestinos asesinados – por decir uno número aproximado – o los 90.000 heridos. Es como si la especie pudiera coexistir realmente y codo a codo con la barbarie y solo persiguiera su mera su mera supervivencia animal: Un grupo de niños jugando al futbol en la playa en el mismo instante que explota sobre ellos una bomba, la falta de agua que obliga a un chiquillo de tres años a arrastrarse para beber de un charco en Khan Junis, familias enteras destrozadas en vivo y en directo, los brazos, por un lado, las piernas por otro, el hambre y el horror.
Son noticia apenas por un momento, un día, una semana. Durante algunos segundos sus imágenes corren por todos los cables del mundo, pero lo negro, en realidad, no comenzará hasta después, la oscuridad de un olvido que lo borra todo y que seguirá aumentando siempre. Una obscuridad donde los muertos ya no tendrán nombre, serán barridos en el vacío del mal cada uno en el instante particular de su irreparable muerte donde, una y otra vez, la forma humana se ve convertida de una manera u otra en algo inútil, descompuesta, separada de si misma, esos esqueletos cuyas muñecas están aún atadas con alambre, esos pequeños cuerpos cubiertos de moscas a las que, si te fijas un poco, puedes ver revolotear incluso en las fotos, la cabeza de un ser humano entre los escombros, el agua oleaginosa del mar en la que flotan cadáveres, zapatos maletas….
Y no, no acepto, de ninguna manera acepto que el esfuerzo por no olvidar lo que sucede, se considere escabroso por la única razón que impide a la buena gente dormir la siesta. Siesta, dicho sea de paso, es lo que dormía esa gente en la playa cuando les alcanzaron las esquirlas de las bombas. Y ya no pueden contarlo.
Y no pueden contar tampoco que su playa vasta y vacía como un temprano Mondrian, haya sido completamente hendida con obstáculos metálicos, siguiendo un patrón geométrico, con el único fin de impedir que dentro de sus arenas quede un solo ser vivo.
Si, todo el mundo sabe esto, pero están hartos de que se lo repitan. Todo el mundo come y bebe su ración diaria de terror, su razón diaria de indigesto presente. Y sí, claro, sería absurdo afirmar que el mal es nuevo o que se ha instalado recientemente entre nosotros. Siempre ha existido el mal, pero ahora, mezclado con estas sofisticadas armas que nos empeñamos en seguir vendiendo a los genocidas de turno ¿no se ha convertido en otra cosa, en otra especie de mal?
No, no tengo una respuesta. En esta fútil cacería de argumentos lo único que me mueve es la imposibilidad de lo que intento. Antes de esos perros y de esos soldados tocados con la kepa, ha habido otros perros y otros soldados. Y el hombre cuyo nombre resonaría por más tiempo que el nombre de sus víctimas, al final también murió maldito, largo y con dolor. Hoy, sin ningún respeto, es lo que deseo también para estos asesinos.