Crisis de Humanidad

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Cuando el lenguaje se convierte en una forma de resistencia para reivindicar la memoria de millones de víctimas, cuando se convierte en la personificación del ausente, del arrebatado, del negado o del Olvido ¿Acaso es necesario que un palestino escriba “Si esto es un hombre” como hizo Primo Levi? ¿De esa manera su testimonio nos atravesará para otorgarle el grado de humanidad que se le niega?.  La violencia, el hambre constante, la incertidumbre que formaba parte de los “lager” donde miles de presos eran apilados:

“Henos aquí dóciles bajo vuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue. (Levi, 2002, p. 83)

Llegados aquí, a esta cita de Primo Levi, a las imágenes de cuerpos amontonados, calcinadas, en los que nos cuesta reconocernos incluso en esas fisionomías calavéricas, muertas literalmente de hambre. Tiradas en fosas comunes. Ni siquiera la piel dejaba suficiente espacio para el número en el que les habían convertido. Ni siquiera la aritmética les hacia reconocibles bajo el denominador común de la esvástica. Llegados a este punto nada es comparable con el Holocausto, por eso hacerlo puede resultar un error por la dificultad de emular la barbarie; como si las barbaries necesitaran ser comparadas, como si los muertos del Gulag, necesitaran compararse a los de los campos de exterminio nazi, al genocidio armenio, o a las matanzas tutsies en Ruanda, por citar algunas. Quizás no tenemos los ojos tan grandes como los de esos cadáveres a quienes parece salirse de las cuencas, o quizás sea cuestión de perspectiva; los ojos eran los mismos de siempre, lo que había desaparecido eran sus cuerpos. Solo pellejo, como la manta que cubre al difunto y lo hace desaparecer como por arte de magia. Como si no existieran.

La búsqueda de una analogía histórica que haga equiparable la barbarie nazi, y con ella el horror moral que haría irrepetible algo así, por lo que suponía a la hora de entender la condición humana, ofreciéndonos a su vez una especie de antídoto, tal vez logre el efecto no deseado de que el verdugo busque hacer de las diferencias una razón suficiente para negar dicha comparación y buscar su particular sesgo de confirmación, su “casus belli” moral e identitario. Un discurso que los nazis no tenían, pues para ellos todo judío era culpable por el mero hecho de serlo en un proceso de deshumanización en la que se le negaba a la propia víctima dicha condición. Un proceso del que actualmente estamos siendo testigos directos.

Ofreciendo un contexto a la barbarie se logra que la contundencia, que nace de la condena al nazismo, no puede ser de igual modo emulada porque de “la otra parte” aunque menos (porque no les dejamos más, diría el verdugo) también se mata, viola, secuestra, se utilizan escudos humanos (sea o no cierto el relato va buscando enraizarse de alguna manera en el imaginario colectivo y sirve para lo importante: la desmovilización). Además, quizás la cita de Levi nos muestra una arquetipo de víctima imposible de emular, deja incluso al verdugo sin coartada ante el juicio de la historia, mas allá de la negación de los hechos (como sucede con el negacionismo del holocausto).

Gaza se ha convertido en un gran campo de concentración y sin embargo la comparación, pese a ser cierta, utiliza un referente tan inmaculado que es imposible de convencer a quien se posiciona del otro lado. Los cortes de luz, las muertes de hambre, de inanición, de enfermedades derivadas o a causa de los bombardeos, no son lo suficientemente devastadoras como para agitar el córtex moral que nos moviliza frente al genocidio nazi. El objetivo de la comparación, poner el foco en la deshumanización, en los crímenes, no consigue traspasar determinados umbrales de tolerancia. Incluso aunque un Palestino escribiera algo parecido a “Si esto es un Hombre”, “Los hundidos y los salvados” o “La Tregua”, quizás no lograría doblegar las conciencias de quienes hacen de esa distancia histórica un camino insalvable.

Tampoco podemos olvidar el uso y patrimonialización que el verdugo hace de “la víctima que fue”, negando la universalidad de la que personas como Primo Levi le dotaron. Esta apropiación simbólica de la víctima, de su sentido y peso moral, dota al verdugo de una coartada histórica de la que se proclama heredero. De esta forma Primo Levi y las víctimas del Holocausto les pertenecen, son de los “suyos” y para sus fines, quitándole el componente universalizador que tiene y lo que esto supone como línea que no se debe traspasar si queremos conservar nuestra humanidad. Al hacerlo caen en la autorreferencialidad de los nazis. Pero no lo son. Y es que hay palabras, conceptos, tan marcados simbólicamente que pasa un poco como decía Hanna Arendt con respecto Eichmann; si es un monstruo no podemos hablar de él porque queda relegado a la “expcepcionalidad” y no nos permite usarlo para analizar. No, no son nazis,ni monstruos, y no serlo no hace menos monstruosos sus crímenes contra la humanidad usando la condición de víctima y a las propias víctimas como coartada. Al contrario.

 

 

 

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