Barcelona y el riesgo de morir de éxito

||por Isabel Crespo, profesora de secundaria de servicios a la comunidad de Cantabria|| (Foto: Observatorio del Turismo Irresponsable)
Tiempo de lectura: 3 min

Estos días he podido disfrutar, junto a mi familia, de nuestro derecho a unas merecidas vacaciones, derecho que fue aprobado por la Segunda República allá por 1931. Antes de partir, ya sabíamos que Barcelona está en el epicentro de la polémica debido a las consecuencias del turismo masivo. Por ello, mi compañero y yo viajamos con los ojos bien abiertos, dispuestos a comprender un poco más este complejo fenómeno.

La ciudad nos recibió con amabilidad y apertura. Este carácter mediterráneo lo pudimos percibir durante toda nuestra estancia. Las personas con las que nos cruzamos buscaban el contacto visual, intentaban ayudarnos si teníamos dudas sobre qué dirección tomar y, en seguida, era fácil entablar una conversación. Los temas de nuestras pequeñas charlas giraban en torno a Cantabria y sus diferencias con Barcelona, o sobre cómo ha ido cambiando la ciudad en los últimos años. Comprobamos que Cantabria gusta: sus montañas, el mar, la comida… Casi todas las personas con las que hablamos habían estado allí y la consideran un gran lugar para vivir. Y no les falta razón.

En cada conversación surgían opiniones sobre la masificación de la Ciudad Condal y cómo esto afecta la vida diaria de sus habitantes. El transporte público, aunque funciona estupendamente y está muy bien organizado, se observaba «cargadito» si lo comparamos con la tierruca. Tomamos alrededor de 40 transportes públicos, y en una ocasión presenciamos escenas  de personas «a empujones» para poder entrar y llegar a sus casas, hoteles o alojamientos turísticos.

El tráfico intentaba abrirse paso como podía entre las multitudes que inundaban las calles y carreteras en todas direcciones. Motos y bicicletas esquivaban a los peatones, mientras que los coches avanzaban lentamente entre frenazos y bocinazos. Este bullicio se repetía día tras día en las diferentes zonas de la ciudad, ya que la capital catalana es una ciudad hermosa, con mucho que ofrecer, un auténtico deleite para los sentidos.

Mossos d’Esquadra, personal de seguridad, mediadores y guías cívicos formaban parte del paisaje urbano, intentando mantener «orden» entre la multitud.

Los precios eran más bajos que en Santander; incluso llegamos a disfrutar de tercios de cerveza a 2,50 euros, como en nuestro pueblo en Cantabria.

Lamentablemente, se podían leer en inglés carteles en las farolas que indican a los turistas las sanciones económicas por orinar en la calle o hacer ruido después de ciertas horas. Estos carteles apelaban al civismo con frases como «En Barcelona, como en casa», y resultaba inevitable preguntarse por qué son necesarios eslóganes de este tipo, sabiendo que en los países europeos de procedencia de estos turistas las normativas son mucho más estrictas y los viajeros son conscientes de ello.

Las sanciones eran elevadas, pero necesarias. La playa de Barcelona estaba sucia, al igual que algunos de los barrios más transitados, como el Gótico. Todo esto a pesar de que la conciencia sobre el reciclaje de recursos parecía más avanzada que en otros lugares. Entiendo que, ante tanta afluencia de gente, el personal disponible no dé abasto.

En resumen, tras esta pequeña experiencia empírica en un destino calificado de masificado, se puede intuir que Barcelona puede  correr el riesgo de morir de éxito. No se puede negar que, además de ser una ciudad espectacular, han sabido organizarse para la industria turística. Quizá demasiado bien. Tal vez convendría invertir en otras industrias; no se pueden poner todos los huevos en la misma cesta. Aprendamos de sus aciertos y errores para que en Cantabria, ahora que con el Camino Climático atraeremos a más visitantes, no corramos los mismos peligros que la ciudad mediterránea.

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