Al menos por un rato

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Estoy siendo incapaz de escribir una introducción a este desahogo, me puede la urgencia, la necesidad de sacarme de encima esta bola pesada del estómago. No sé, no puedo, tecleo y borro, tecleo y borro. Ciertamente, creo que no quiero.

Verano de 2024.

De nuevo en nuestro país el número de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas aumenta de manera insoportable. Ya se sabe, está analizada y más que comprobada la concentración de crímenes en estos meses. De nuevo asesinan también a sus hijas e hijos. Otra vez quedan sin madre, sin hija, sin hermana, sin amiga…muchas personas. Las cifras son importantes, pero a veces, según se usen, esconden todo lo demás. Por eso aprendimos que hay que nombrar, conocer quiénes eran, las circunstancias que rodean esos números. No con afán sensacionalista, si no para evitar la despersonalización.  Para eso, existen fuentes* a las que acudir que, además de generar estadísticas necesarias, trascienden el titular y dan una imagen completa del terror que afecta a toda la sociedad, aunque nos atraviese las tripas especialmente fuerte a nosotras.

Sabemos que en el otoño, el invierno, el año próximo, en las siguientes horas… habrá más mujeres muertas a manos de hombres, la mayor parte de las ocasiones, serán sus parejas o exparejas, aunque también aprendimos que los feminicidios trascienden muchas veces ese vínculo.

En Afganistán, la nueva ley para la “propagación de la virtud” veta la voz de las mujeres en el espacio público. Ahora tampoco podrán hablar ni cantar. Una prohibición más, cuando ya viven la condena de ocultar su cuerpo y su rostro, que ahonda en el sometimiento y en la negación de derechos fundamentales por el hecho de ser mujeres y niñas, negándoles la dignidad, el aire, la existencia misma.

Rebecca Cheptegei, atleta olímpica ugandesa participante en los JJOO de París hace menos de un mes, ha sido asesinada por su novio, rociada en gasolina y prendida fuego, delante de sus hijos.

En Francia se desarrolla el juicio a 51 hombres que violaron a Gisèle Pélicot, cuando estaba inconsciente, por sumisión química, mientras su marido, que perpetraba toda la escena, grababa. Sucedió durante 10 años. Juzgan a 51, se sabe que fueron en torno a 80. Más de 200 violaciones. La incorporación del ADN de su marido a los ficheros judiciales, lleva a inculparlo en el asesinato de otra mujer en 1991 y una tentativa de violación en 1999.

50 años de matrimonio, 1 hija (cuya sospecha de que también pudo ser víctima de abusos semejantes, es más que fundada), 2 hijos, 7 nietos. Ya lo decía, hay que cifrar y nombrar. Gisèle ha querido mostrar su rostro, enfrentar la mirada, relatar su historia públicamente para que “la vergüenza cambie de bando”.

Vita (Ávila), en las fiestas del pueblo, el alcalde arenga el jolgorio subido en el escenario, coreado y jaleado por otros tantos, cantando una “coplilla popular» que habla de violar a una niña. El presidente de la Confederación Episcopal Española y arzobispo de Valladolid, pide que se “ponga contexto”, que corremos el riesgo de “caer en una sociedad excesivamente puritana».

En los vestuarios del pabellón de Villaescusa (Cantabria), una jugadora del equipo de fútbol femenino visitante (Oceja C.D.) descubre un móvil grabando las duchas desde un hueco del techo. El propietario del dispositivo, utillero del club deportivo del municipio y monitor en sus escuelas deportivas, es arrestado y por el momento, queda en libertad con cargos. Ese mismo tipo fue acusado en su día de presuntos abusos sexuales a una menor de 5 años. Durante todo el proceso hasta llegar al juicio contó con el apoyo y la confianza incondicional y pública del club y la Alcaldía. De hecho, continuó contratado como monitor. Por el contrario, la familia de la niña padeció el rechazo y el desprecio a través de mensajes y señalamiento. El TSJC concluyó que las pruebas no podían ser tenidas en consideración, ya que “la declaración de la menor no se tomó bajo las condiciones oportunas”. El hombre resultó absuelto. Actualmente el caso continua en el Tribunal Supremo.

Ahora esto.

Valladolid, domingo de madrugada. Tres hombres jóvenes se cruzan con una mujer de 21 años. Un grito: “¡lesbiana de mierda”. Un puñetazo. Doble fractura de mandíbula. La calle y la noche siguen sin ser espacios de seguridad, especialmente para nosotras.

Así vamos. Aguantando el tirón, la rabia, el asco.

Estas historias, con toda la enormidad de sus circunstancias específicas, causas y consecuencias, son solo una parte, dan testimonio de hechos  concretos, cuentan fragmentos de un todo global, desde lo más lejano hasta lo que sucede en tu propio municipio. Ese todo que desborda la injusticia y nuestra capacidad de asumirla.

Quienes nos convencimos de que nuestra tarea más efectiva, la que mejor podíamos desempeñar y aportar a la causa feminista, era la de hacer pedagogía y en ello dejamos horas, tiempo y vida, desfallecemos. Hay días que no podemos más. Entre otras cosas, por eso nos juntamos y nos agarramos fuerte, para poder, para seguir.

Aprendimos a tomar aire y encajar de lo de “intensas”, “exageradas”, “cansinas”, lo de “es que a todo le sacáis punta”, o el falaz “es que no se puede decir nada”. Ya contamos con que habrá quien considere nuestro discurso, nuestra denuncia, nuestro «esto no hay quien lo aguante»cargante y agresivo, o aún más, agresivo y violento (vaya cuajo). Llevamos escuchando estos mensajes, con sus respectivas variantes, desde hace siglos.Sí, esto es un hecho documentado.

Acercarse y tratar de entender la realidad desde una óptica feminista está al alcance de cualquiera hoy en día: libros, artículos, estadísticas, películas, series, tesis, informes, radio, podcast, vídeos de Youtube y de Tik-tok.

No más pedagogía por mi parte, al menos por un rato. No puedo más.

También se manipula el relato de la empatía. Que el patriarcado, el sistema opresor más poderoso y antiguo que existe, genera daño y malestar en los hombres el feminismo lo señaló hace décadas, reitero, solo hay que escuchar o leer un poco. Pero no se puede convertir esa realidad en la piedra más pesada sobre la balanza y ser arrojada como respuesta ante cada demanda o denuncia que hacemos. Podemos empatizar con las dificultades de algunos hombres que hacen su camino hacia una vida más feminista, claro.

Pero no caigamos en la trampa, la carga que ejerce sobre ellos, no elimina sus privilegios. Las primeras víctimas del patriarcado (de todas las que lo sufren), porque les va la vida, de manera figurada y literal, son, somos las mujeres. Y sí,  el camino hacia el feminismo es largo (en parte porque te obliga a desandar) y te desorganiza siempre, también a nosotras. Pero, claro, en nuestro caso es emancipador, vamos a ganar lo arrebatado, lo que ni siquiera imaginamos que nos correspondía. En el caso de ellos, necesariamente tendrán que perder, ceder, hacerse a un lado, abrir hueco, compartir… El camino no es solo largo, es que en parte está por construir. Vamos lejos, aún más allá de la igualdad, queremos la equidad.

Continúo. Perfecto, os hemos escuchado, efectivamente no sois culpables de todo lo que sucede. Os pedimos que asumáis, que compartáis la responsabilidad de cambiarlo si os parece insostenible. Punto.

No más empatía por mi parte, al menos por un rato. No puedo más.

Para ir terminando: dejemos de hablar de “monstruos”. Empecemos a mirar la realidad de frente por muy terrible que nos resulte aceptarla. Los hombres de las noticias, la mayoría de las ocasiones, son tipos comunes, que conocemos, que vemos cada día, que pasean al perro, tienen su oficio, van al mismo bar, son familia, amigos, compañeros de trabajo. Comunes. A veces simpáticos, incluso divertidos, educados, quizá silenciosos, tal vez puedan mostrarse vulnerables por momentos. No son monstruos, no surgen de pronto y no constituyen un episodio puntual.  El patriarcado es también un sistema bien programado, que reproduce y actualiza su relato y sus agentes de socialización a cada instante. Nadie cree conocer a monstruos y mucho menos se acerca o confía en ellos a sabiendas de que lo son. Si fueran de verdad hombres monstruosos sería mucho más fácil que todo el mundo tuviera claro dónde situarse: frente a ellos. Esa etiqueta, como la de “loco”, nos aleja, nos resta visión y, obviamente, nos tranquiliza un poco.

Ojalá escuchara y viera una multitud de hombres, compañeros, familiares y amigos, manifestando su vergüenza, su indignación, su desamparo también, ante todo este terror machista y misógino. Ojalá pusieran rostro, voluntad y tiempo para hacerse visibles a nuestro lado y sobre todo, más que nunca, en sus espacios. Hay algunos, por supuesto, cuya presencia firme sostiene y alivia hondamente, pero sigue poblando la realidad, física y virtual, una mayoría indiferente o, al menos, silenciosa. Convive con la del “pero”, la de “no todos los hombres” (que sí, que ya, pero son hombres todos), la de “las denuncias falsas” o el (ahora ya distorsionado y episcopal)“hay que mirar el contexto”.

Por si fuera poca la desesperanza, existe otra minoría en peligroso crecimiento progresivo de ataques desatados y desprejuiciados contra todo lo que ha construido y alcanzado la lucha feminista.

Pero no más desahogo por mi parte, al menos por un rato.

No puedo más hoy.

Tenemos mucho que hacer.

*España, 2024

Ministerio de Igualdad: 34mujeres asesinadas por violencia de género en España a manos de sus parejas o exparejas.10 menores de 2, 3, 4, 5, 7, 8, 10 y 17 años asesinados por violencia vicaria. (actualización del 05/09/2024)

Feminicidio.net: Registrados 71 feminicidios en lo que va de año (actualización del 03/09/2024)

 

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