¡Boycot, boycot!
En su extenso poema de 2002 intitulado Estado de sitio, el poeta palestino Mahmoud Darwish, en medio del asedio israelí a Cisjordania -que tenía a Arafat encerrado en la Mukata (la casa de gobierno palestina en Ramallah) y a todos los palestinos asfixiados militar y económicamente- decía:
Este sitio se estrechará
para forzarnos
a elegir una inocua esclavitud
en total libertad
El poeta iluminaba así un aspecto central del problema palestino: la normalización de la ocupación, la aceptación por parte de los propios palestinos y del mundo de una vida que, como diría Walter Benjamin, no aspira a ser digna ni justa, sino una mera vida cuyos elementos cotidianos para los ap0lestinos son: La segregación espacial (del cual el muro de Cisjordania es quizá el ejemplo más terrible), el control de los recursos naturales, el bloqueo del movimiento, el desempleo y la pobreza y la colonización perpetrada por los asentamientos…
Con todo, el bloqueo a Gaza iniciado en 2007, por el que han muerto miles de palestinos y varios activistas internacionales y miembros de Naciones Unidas, representa precisamente el momento en que incluso la elección de la “inocua esclavitud en total libertad” se rompe en mil pedazos bajo el programa de limpieza étnica israelí. El status quo de la ocupación que ha combinado las dos formas más terribles de dominación del siglo XX, el Apartheid y las matanzas periódicas ha dado paso a una política de exterminio frente ala cual el mundo entero se ha convertido en espectador.
El bloqueo completo y el control aéreo de Israel sobre Gaza, del que poco se habla en la prensa, ha funcionado asimismo como una forma de inmovilización absoluta de una población que vive en condiciones de miseria en la porción de tierra más densamente poblada del planeta. Una prisión al aire libre que pasó de ser el ghetto más grande del mundo a la trampa mortal para un millón y medio de personas, a punto de ser totalmente exterminadas con total impunidad.
Frente a este exterminio, la comunidad internacional, incluidos los países árabes, son cómplices de Israel, porque todo el mundo sabe que éste es un genocidio planificado, que no sería posible sin la venia de Egipto, Arabia Saudita, Jordania y Emiratos Árabes (al menos).
Egipto, por su parte, se ha convertido, de hecho, en el observador más fiel del cerco de Gaza toda vez que controla férreamente el paso de Rafah, la única salida al exterior de los gazatíes fuera de Israel y muy probablemente el negocio que está a punto concretar el gobierno de Abdel Fattah Al-Sisi con Israel para abastecer a su país de gas, tiene mucho que ver con este cinismo diplomático.
Todos sabemos, además, del apoyo estadounidense a Israel y por tanto la responsabilidad que le cabe en este genocidio en tanto proveedor de medios económicos y bélicos. Más de mil reservistas estadounidenses sirven en las Fuerzas de ocupación de Israel y la potencia ha decidido, pese a sus llamados al alto al fuego, venderle más municiones .
Y si hablamos de Europa, bueno, su caso es simplemente patético y a pesar de que existe un amplio apoyo popular al fin de la invasión israelí, la UE ha reafirmado simplemente el derecho de Israel a defenderse, incluso llegando a abstenerse (Estados Unidos votó en contra) frente a la petición, formulada en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, de investigar posibles crímenes de guerra por parte de Israel en Gaza. Es, simplemente, una vergüenza.
Que sea el orden mundial y no sólo Israel el responsable de la matanza en Gaza nos debe hacer pensar en qué lugar vivimos nosotros, qué dicen nuestras autoridades al respecto y cómo nosotros podríamos oponernos al mayor genocidio perpetrado en lo que va del siglo XXI.
Así que a nosotras sólo nos queda apelar a las ciudadanas y ciudadanos no se definen por una nacionalidad, raza o religión. Aquellos que han comprendido que ellos mismos podrían ser los próximos palestinos cuando sus propios recursos naturales lleguen a ser objeto de la codicia de los poderosos. Aquellos que han vivido dictaduras y saben que ningún pueblo merece vivir bajo militares ni ser expulsados de su tierra. Aquellos que no están presos de sus negocios con los poderes fácticos y que pueden alzar la voz sin ningún tipo de doble discurso. Aquellos que no miran el color de la piel para sentir dolor ante el sufrimiento de los demás.
Es a todos estos, a todos nosotros, a quien corresponde hacer algo o, mejor dicho, dejar de hacer. Nos corresponde cortar el vínculo con el poder que representa la opresión israelí y presionar a sus gobiernos para que los sigan. El boicot a Israel es quizá la última oportunidad que tenemos para frenar no sólo este genocidio, sino el de cualquier Estado que busque someter la vida a la posibilidad de ser exterminada por su simple voluntad. Un boicot económico, por cierto, pero también cultural, académico, deportivo. Un boicot sostenido hasta que los propios gobiernos decidan no hacer más tratados de libre comercio con potencias ocupantes y genocidas.
¿Le parece muy difícil? Pero, ¿acaso estamos condenados a ser sólo una débil fuerza en medio de los poderes fácticos del orden internacional? Es posible, pero nada nos impide la responsabilidad de atender al llamado del boicot, porque ésta es, probablemente, la última oportunidad que nuestra civilización tiene para sobrevivir a este horror. Pero la paz, dice también el poeta, no puede ser cualquier paz, no se trata de un simple cese al fuego sino del fin de la mera vida y el inicio de una vida justa y el boicot es nuestra mejor herramienta, la única posiblemente que tenemos para lograrlo.