Ser un Hombre
Escribir sobre cualquier cosa a golpe de acontecimiento, o de tsunami informativo, tiene sus claroscuros: Por un lado, fruto de la inmediatez, te ves inmerso en una vorágine de datos, opiniones, juicios de valor, y todo ello en el mismo hilo de un tuit. Se convierte en una ceremonia de la confusión si lo que quieres es ver un poco más allá de lo obvio. Por el otro, si no fuera por esa sacudida, no habrían aflorado reflexiones, análisis que, interpelados por esa inmediatez, colocan paradójimante el foco sobre una realidad que vemos sin ver. Y, lo más importante, no habrían sido visibilizadas agresiones sexuales y situaciones tan pegadas a la cotidianidad que en demasiadas ocasiones se han normalizado, invisiblizado, encubierto, minusvalorado o banalizado. Si que es cierto que no es fácil cogerle la medida cuando la corriente baja con semejante caudal. Pero no podemos echar la culpa al caudal, como decía Bertold Brecht, cuando lo que debemos es fijarnos en la naturaleza del cauce que lo provoca. Y en este caso la naturaleza del cauce es el machismo y el patriarcado, conceptos que se han convertido también en fetiche mediático o recurso recurrente como etiqueta de supermercado pero que, en una sociedad tan espectacularizada y líquida, necesitan ser entendidos en todas sus capas.
Pero antes de hablar de lo que es el patriarcado y el machismo que de él se deriva de muy diferentes maneras, junto con el entresijo de relaciones de poder, mercantilización, género, etc…y sus diferentes intersecciones en la identidad de cada uno de nosotros, antes de todo eso, o a la vez, y para que no se diluya la responsabilidad individual, es necesario hablar de eso mismo. De cómo como hombres nos sentimos interpelados en una situación así. De qué manera trasladamos a nuestra esfera privada e íntima lo que está sucediendo. La reflexión de en qué medida (o no) he participado, permitido, o normalizado situaciones en las que una mujer ha sido violentada o agredida sexualmente. Ya que más allá del marco, del contexto o la estructura que ayuda a explicar dinámicas colectivas, está la responsabilidad individual de cada uno.
Es verdad que venimos de donde venimos y que como hombres heteronormativos (aunque no sólo), hemos asumido, en mayor o menor medida, determinados roles, patrones de comportamiento, formas de entender la sexualidad, de relacionarnos y, en definitiva, de ir construyendo nuestra propia identidad sexo afectiva. En esa ritualización social, por desgracia, hemos convivido en espacios compartidos, algunos sujetos a “interpretación” en los que si alguien llevaba las de perder era la mujer. ¿Dónde colocarse para entender algo así y conciliar la responsabilidad individual que cada cual debe asumir y el contexto en el que desarrolla esa normatividad, ese canon hegemónico?
Si bajamos al terreno de lo irracional, del placer, del deseo, de la intensidad desenfocada, tóxica que desdibuja los límites que la razón coloca de manera clara, vemos como ahí todo resulta mas difícil de explicar desde esa razón a la que apelamos todos en la esfera de lo público. Pero es que en lo privado, y en las relaciones personales que se desatan, el instinto puede llegar a difuminar la línea, borrarla, o simplemente caer en la auto referencialidad subjetiva que justifica lo propio y condena lo ajeno, porque hay matices que la razón no entiende. Cuando esto sucede la responsabilidad individual sigue ahí, en el mismo lugar que la dejaste. Y no hablo tanto de una violación, de un acoso sexual continuado en relaciones de poder laborales o intra familiares, sino de cómo nos comportamos en situaciones aparentemente “normales”.
Por eso cuando salta la noticia, y el debate se hace público, como hombre te sale (a mí me sale) de qué manera me siento aludido, me sale revisarme y ver qué situaciones he vivido que se parezcan o no. La primera reacción es ponerte a la defensiva, porque no quieres sentirte juzgado desde un sitio en el que no te quieres ver. La segunda es buscar la validación o exoneración en tu entorno de mujeres y afectos más cercano, otra puede ser usar al señalado como chivo expiatorio remarcando todo lo que te diferencia de él. Y la última y, quizás mas honesta, intentar ver que hay de ti ahí, si es que hay algo, sin intentar buscar justificaciones, victimizaciones o “me gustas”, sin intentar ser ejemplo de nada, o purga de nada, sin necesidad de ser abanderado de nada, sin entrar en conceptos tan complejos y distorsionados como deconstrucción o reeducación.
Como hombre mirar que hay, de la imagen que de él se da, en ti, en qué medida. Y, si es así, de qué manera lo gestionas, como decides afrontarlo. Algo así no es sólo un camino personal, es necesariamente un camino colectivo, que debe romper espirales de silencio, analizar estructuras y marcos de socialización y educación, y mostrarse tal cual, partiendo siempre de un principio fundamental; intentar ponerme en su lugar, en el lugar de Ella. Y, al llegar a esta última frase, pienso en porqué no empecé el artículo por algo teóricamente tan sencillo. Pero que, visto lo visto, no parece serlo tanto.