Isabel Tejerina, tener tablas en la lucha

Activista en política, cultura y memoria, mantuvo su compromiso hasta el final
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La trayectoria activista de Isabel Tejerina, fallecida este puente de noviembre a los 75 años de edad, se curtió en la lucha antifranquista en universidad y barrios en los años 70, a caballo de un legado por recoger (sí, el republicano) y otro por construir, el democrático.

Nacida en Mieres (Asturias), donde la el valor de la lucha colectiva se transmite por la memoria y el aire, siempre tuvo una pata en la cultura, recuperando, en especial a través del teatro, una tradición de la izquierda de búsqueda de ampliar el conocimiento del pueblo, pero sin ver la cultura como una barrera o un símbolo de distinción.

El compromiso antifranquista pasó al plano político e hizo historia siendo la primera mujer concejala en el Ayuntamiento de Santander y la primera de un partido de izquierdas (el Partido del Trabajo), demostrando que sí que había ese espacio político en la ciudad. Sus enfrentamientos con Juan Hormaechea, un alcalde que había heredado los peores vicios del franquismo (el clasismo, el autoritarismo, el desprecio a las normas), como luego comprobarían el resto de los cántabros, fueron palabras mayores: sufrió persecución policial y judicial por defender el derecho a la vivienda de familias vulnerables.

A muchos todo eso les valdría. Pero a veces sucede que las lecciones aprendidas en un momento intenso se quedan de por vida. Por aquí recordamos cuando se incorporó a nuestras tertulias, en las que el resto de compañeros de mesa escuchaban con el silencio que se muestra a una voz que se respeta, en un espacio en el que enseguida vio la parte más activista y comunitaria, la que llevaba a preguntar, siempre ese “bueno, y cómo vais” y ese “cómo se  puede ayudar” con el que se construyen los proyectos.

Incluso nos acordamos porque lo oímos directamente cuando barajó retirarse de la parte más pública de la lucha, para, poco después, sin edadismos ni condescendencias, sin buscar el enfrentamiento generacional que otros fomentan, que no podía hacerlo, plenamente consciente de que las situaciones de precariedad laboral e inestabilidad de los más jóvenes dificultan ese intento de de recoger el hilo rojo de las luchas.

Así que en ese último acto eligió poner en valor el poder que tenía, el de sus lecciones, el de sus luchas, el de su voz y los respaldos que había creado, y ponerlos al servicio de recordar que seguía habiendo injusticias, desigualdades, corrupción y, sí, desmemoria: su voz hubiera sido la que leyera el manifiesto de la última –y cancelada- manifestación contra la derogación de la Ley de Memoria Democrática de Cantabria. Ahora queda en manos de todos recordar esas lecciones y mantenerlas vivas, porque para las voces que tienen el libreto bien ensayado, el telón no cae nunca.

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