“Están castigando al pueblo”

Detrás de muchas de nuestras nuevas vecinas hay una maleta que no se vacía nunca: Magdalena nos cuenta su preocupación estos días por la detención de su hermano en Bolivia
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Es un extraño, por lo caluroso, día de noviembre en Santander, con gente terraceando a media mañana y una extraña mezcla de la relajación que da el sol y la preocupación por las consecuencias de la DANA.

En la Plaza de la Esperanza sigue la vida, detrás de una de esas dependencias oficiales que limpia Eva Magdalena Ciprián, boliviana, indígena, 18 años ya aquí, con un mundo ya hecho: una red de apoyo, pareja, un hijo y un trabajo estable, sobre todo, una sensación de seguridad muy valiosa a raíz de lo que ha vivido y las noticias que llegan de casa.

Al sol, con la vida pasando frente a una terraza, saludando a las compañeras de trabajo, resonaba, haciendo la mezcla de todo más espesa aún, el relato de sus últimos días, que podemos situar en el jueves, la última vez que habló con su hermano, allá, y que se empezó a volver preocupante el viernes, cuando no conseguían, ni ella ni su familia en casa, entablar contacto pese a ser de contacto diario.

La siguiente información vino el sábado, cuando les llegó un vídeo de las noticias en las que se veía como él y su novia eran detenidos. Su padre empezó un peregrinaje por las distintas prisiones en las que podía estar, y en las que no constaba su presencia. Entre medias, nuevas noticias ahondaban la preocupación: disparos desde un helicóptero a poblaciones, gente asesinada. No fue hasta el lunes por la tarde –para entonces ya habían recurrido a la ayuda de una abogada- cuando dieron en una cárcel con él, amoratado, delgado tras días sin comer y sin ropa, se la habían tenido que quitar de toda la sangre que acumulaba, durmiendo en el suelo. “Es inhumano”, expresa.

Él ya está, al menos, localizado, pero sigue sin saberse dónde está su pareja y cómo. La acusación por la que fue detenido, explica Magdalena, es por terrorismo, y, abriendo ya el contexto de Bolivia, afecta a más personas: estos días en que se agolpan protestas y manifestaciones, hubo otras sesenta detenciones, a gente que había participado en esas acciones, pese a que, recalca ella, en su caso su hermano no estaba participando.

Todo es más complejo y a prueba de relatos monolíticos: entre la gente que protesta está la que se alza por el incremento de precios de elementos tan básicos como el arroz, la carne, la gasolina o el diesel, pero también está la división interna dentro del MAS (el Movimiento Al Socialismo, el partido fundado por el expresidente Evo Morales, ahora enfrentado a su sucesor, Luis Arce).

Es decir, no todo el mundo está en la calle por los mismos motivos ni en las «riñas políticas» . «Están castigando al pueblo y es el pueblo el que da de comer a los de arriba», indica Magdalena, reivindicando su identidad indígena y la de la mayoría del país.

Y a quien todo esto, la presencia de militares y policía en la calle, le recuerda un episodio terrible que vivió hace un lustro y que es uno de los motivos por los que valora tanto la seguridad y tranquilidad de Santander: ella y su pareja, de aquí, hicieron un último intento de construirse una vida en Bolivia, que finalizó abruptamente en 2019, en el contexto de la brusca salida de Evo Morales del poder. Con el miedo por la llegada de militares y los accesos a los pueblos bloqueados, huyeron a pie durante días hasta que pudieron encontrar el modo de abandonar el país y regresar a Santander, donde ahora espera poder reunir al resto de su familia.

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