“La educación es la única escoba que puede barrer esa cuadra”

Familiares de los nueve de Peña Herbosa encerrados critican las formas negociadoras de Educación, muestran su preocupación y defienden el trabajo de docentes y sindicalistas
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En casa de David y Marta, sus tres criaturas juegan al hockey, un deporte en el que es clave el equipo: cada paso que se da depende del anterior e influye en el siguiente.

Una familia es un poco como un equipo y estos días hay varias en la que parte de él está en otra competición, el encierro de los nueve de Peña Herbosa (ahora ya ocho) en la sede del Gobierno de Cantabria a la espera de que se negocie con una propuesta concreta sobre la puesta al día de sus condiciones tras 16 años congelados en lo salarial y una pandemia y complejidad creciente a la hora de hacer su trabajo.

David es uno de ellos. Profesor, sindicalista, miembro de la Junta de Personal Docente –el órgano que aglutina a la representación de los trabajadores de la enseñanza– , y el que lleva a Carmen, Valeria y Juan al colegio o a los entrenamientos de hockey. Marta, su mujer, es también profesora y sindicalista (Trabajadores Unidos, TU).

La última vez que hubo una adecuación salarial para los docentes cántabros, como la propia en el resto de trabajos, fue hace 16 años. Es decir, Carmen, la mayor de David y Marta, no había nacido y casi que ni estaba, como se suele decir, “en proyecto”.

Ahora, con  10 años, hace un poco de portavoz de los hermanos, y espera que el encierro acabe pronto porque le echan de menos, y que se acabe porque les llegue por fin ese bizcocho con el que han comparado la reivindicación de su familia: algo que les ha llegado a todos menos a ellos, mientras van hablando con él durante estos ya diez días por videollamadas o mensajes.

Ana, la madre de Diegu San Gabriel, otro de los encerrados, está “tranquila” porque le conoce y sabe la educación que ha recibido: la inculcada por dos maestros en casa que siembre hablaban bien del alumnado y que eran reivindicativos, aunque “nos ha superado”.

A la vez, reconoce cierto “miedo” porque se “fabrique” de cara al exterior una imagen “que no responda a su comportamiento”, como ya se intentó con el juicio de Preguntar No Es Delito –varios años de imputación por participar en una protesta que se quiso presentar como violenta y que al final se saldó con absolución-.

A Ana también  le preocupa bastante  –al final, la diferencia de un padre o madre respecto al resto de los mortales es estar siempre preocupados- la parte sanitaria: el que estén en una sala sin luz natural ni ventilación (el propio Diegu necesitó antibiótico por una infección), y que se suma al dormir –poco- en el suelo o no disponer de cocina o baño para el día a día. Es decir, el aislamiento de la pandemia sumado a la incomodidad de no estar en la propia casa, a diferencia del confinamiento.

Miguel, la pareja de otra de las encerradas (Miliuca, de STEC), les ve “fuertes”, incluso animando los de fuera a los de dentro, aunque “el cansancio es enorme”.

“ESTAMOS MUY, MUY, ORGULLOSOS”

El martes pasado era un día normal en la casa de Miguel y Mliuca, el que cada uno iba a su trabajo: él en la construcción y ella, docente y representante sindical, a una reunión, que acabó con esta situación “extrañísima” que “no te puedes llegar a imaginar que vaya a ocurrir”.

Los demás se enteraron del  encierro (decidido la semana pasada  después de que en una nueva reunión negociadora volvieran a encontrarse sin una contrapropuesta a la que ellos planteaban) en el caso de Ana porque “intentaba hablar y no respondía”, y a las hijas e hijo de David porque se lo contó su madre, participante en los primeros momentos. Las tres familias coinciden en la sorpresa de haber llegado hasta ahí. Todos les respaldan y se sienten “muy, muy orgullosos”.

Miguel, por ejemplo, remarca la “contradicción” de que el encierro no se debe a una diferencia de enfoques sobre un problema, sino a que “esa diferencia de enfoques no se haya puesto sobre la mesa” y llama la atención sobre la falta de avances para negociar según avanzan los días (nuevamente a diferencia de lo que pasaría en un conflicto laboral en una empresa o en otras áreas de la administración).

Para Ana, se trata de una “falta de respeto y honestidad” no sólo a ellos, sino a los profesores y maestros a los que representan. Todo pese al intento de la Consejería de buscar entre unos y otros una brecha que de antemano no tenía mucho recorrido argumental, pues es el profesorado el que elige a sus representantes sindicales, y estos están recurriendo a esta medida extrema e incómoda para conseguir mejoras para el conjunto, pero que se puso de manifiesto en la masiva concentración de este miércoles frente a la sede de Educación.

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Ella cree que esa forma de “no ceder en lo más mínimo” busca “el agotamiento” de los encerrados, de quienes recalca que lo que piden es “muy razonable”.

Miguel lo ve como una “humillación”, un “abuso” de la situación de poder y añade que el trabajo sindical de los representantes de los docentes va más allá de lo salarial (enfatizando que no se trata de una subida, sino de una puesta al día tras 16 años sin hacerse). Se trata, apostilla Ana, de conseguir una educación pública, “la que llega a todos sin distinción” que sea “de la máxima calidad”

“TRABAJAN TODO EL RATO, ES UN ROLLO”

Y esto último nos lleva a hablar de su trabajo. Primero, el docente, el de ser profesores, no sólo por la parte que se ve menos y que no son directamente (preparar exámenes, corregirlos, evaluar trabajos), sino por toda la complejidad burocrática que se va acumulando en los últimos años, y que se traduce en horas de reuniones, informes, expedientes, dosieres… Todas esas horas las conoce quien tiene cerca un docente. “Me ofende que quieran desprestigiar su trabajo”, se duele Ana, que ha sido maestra toda su vida.

Es muy gráfica una de las hijas de David y Marta: “trabajan todo el rato, es un rollo”, a la hora de describir a su padre y su madre, ambos docentes, centrados ahora en la actividad sindical, pendientes todo el día del teléfono para responder y gestionar las dudas y peticiones de ayuda de sus compañeros.  A ella le parece “aburrido” y de mayor “preferiría ser profesora normal”.

“No hay sábados, no hay domingos”, sentencia Miguel, ajeno por trabajo a la educación, aunque un gran defensor de todo lo que supone. “Han convertido el Congreso en la cuadra más sucia que he visto en mi vida: falta respeto, hay insultos continuamente, son como bacterias que necesitan el estiércoles para sobrevivir y saben que hay una herramienta que les puede barrer de ahí”, porque “la educación ‘dispara’ respeto y conocimiento, y eso lo temen”. La educación, expresa, “es la única escoba que puede barrer esa cuadra”.

Dentro, ellos mantienen la lucha. Fuera, el resto de comunidad educativa les envía apoyo y aliento de distintas vías, con los encierros en otros centros, los mensajes, los lazos verdes o las convocatorias de protesta, como la que vuelve a haber esta misma tarde, a las 18.00 horas, frente a Peña Herbosa.

La función de las tres familias, desde fuera, es esa, preocuparse (“a veces Diegu me dice que lo que más le preocupa es como tú lo pasas”, nos cuenta Ana), apoyar lo que no deja de ser un rasgo de identidad de la persona con la que comparten vida; (“somos tres: Miliuca, el compromiso y yo”, resume Miguel); o hacerse cargo del resto de lo que supone el día a día de un hogar hasta que todo esto acabe. En definitiva, hacer su parte, como en el equipo de hockey.

 

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