Viento en el corazón con Chema Puente. Risas con Goyo Jiménez. Un sábado de contrastes

A veces coinciden en un mismo día dos actividades dispares, casi contrapuestas. Esto ocurrió el pasado sábado entre San Martín de la Mar y Puertochico, lugar primero del Palacio de Festivales y lugar segundo del homenaje cantado a Chema Puente. Un punto en común: Santander es marinera con sus raqueros y con ese edificio que parece una draga de la bahía.
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Homenaje a Chema Puente – Puertochico / Los raqueros – 12 horas de la mañana del 7 de diciembre

Una convocatoria ciudadana llamaba a cantar la habanera más santanderina en homenaje a su creador Chema Puente (Cueto, 1951), recientemente fallecido: 12 de la mañana, en Puertochico os esperamos, frente de Peña Cabarga. Paseando por las calles que llevaban a las estatuas de los raqueros, centro de la quedada, se adivinaban procedencias: los de San Román con sus aires, los de Cueto con el pañuelo encarnado bien puesto, los del barrio Pesquero cantarines ya… No llovía, pero el grupo de todas las edades que se iba agrupando crecía de unas pocas decenas a muchos centenares (más de 500 personas).

Se nos pide apiñarnos en torno a lo que descubrimos posteriormente: el coro Ronda Altamira preparado para llevar la voz cantante. Pocos minutos después del mediodía en medio del corro (en medio del coro también) Regino Mateo -escritor y amigo disparador de la cita- glosó brevemente la figura de Chema Puente y la necesidad de una respuesta popular a su generosidad y sus canciones: “Por el don de la amistad, por el don de la gratitud, por el amor a la música y por homenaje a Chema. Cantar alto y fuerte ‘Santander, la marinera’ para que nos sienta y nos sonría sabiéndose celebrado y cumplido”. Julio Merino, presidente del coro, leyó un sentido poema delante de la viuda, hijos y nieta. No se oían los parlamentos (- ‘Usted, que es más alto, me puede decir qué pasa’. – Que hablan, señora, Regino Mateo y otro. -Ah, conozco a Regino), pero si se presentía el momento de comenzar a cantar: uno, dos, “Paseando por tus calles…”.

Fueron cuatro minutos y diez segundos de una habanera sentida, con sus lagrimitas y voces poderosas que reclamaban el cariño a una voz popular, a una persona entrañable, a un maestro (fue docente en muchos lugares, también en su Cueto natal) y al alma de una canción emblemática que tiene atrapado a miles de santanderinos y otras gentes foráneas, que invita a regresar a la bahía y pasear por sus muelles. ‘Santander, la marinera’ la que más queremos todos, amigo Chema.

«…En Puertochico te espero Frente de Peña Cabarga…» Mediodía 7 de diciembre

 

Goyo Jiménez (GJ) – ‘Misery Class’ – Sala Argenta – 7 de diciembre

Empecemos por lo mejor: “Esta semana fui a un congreso sobre la ‘ansiedad’ y… me dijeron que empezaba la semana siguiente”. Seguimos por lo peor: “Los sobaos pasiegos los consumen en Andalucía los invidentes”. En medio Goyo Jiménez (Melilla, 1970), alguien que dice practicar un humor inteligente, que surge a ratos perdidos en un derroche continuo de palabras, chistes, interacción con el público y consigo mismo. Un contador de tiempo inverso en línea, un reloj con cuenta regresiva, marca el ritmo de la noche precedida de dilemas que recuerdan a la cena de los idiotés: “¿Qué prefieres, que tus vecinos hagan fiestas todos los fines de semana o que tus vecinos se metan en tu vida?

Su undécimo espectáculo lleva por título ‘Misery Class’, palabras no traducidas en el programa de mano no fuera que los espectadores se sintieran aludidos. Luego se sucedieron decenas de insinuaciones sobre que tenía un público de pobres que pagaban por escuchar a alguien menos pobre. Humor que parece hacer gracia. Goyo deambulaba micrófono en mano de un lado a otro del escenario, cambiando de temática cada pocos minutos lo cual daba cancha para hablar de los culos de los perros, las sardinas, Revilla el de las ‘anchoucas’, la berrea o enviar el mensaje de “nada es imposible… cuando se miente”. Instructivo como todos sus consejos, una vez más para padres y adolescentes, tema preferido en cada nuevo monólogo.

Una duración prevista de 110 minutos se vio acortada en más de 15 minutos con la habilidad de Goyo al unir los 80 minutos regresivos del contador de tiempo con una propina corta que pareciera gratitud. Faltaron quince minutos que nadie reclamó pensando en que fuera llegaba el temporal y había que llegar pronto a casa. Al final uno se cree el humor ‘inteligente’ de GJ, que enseña cosas importantes: Polisemia no es un grupo de islas del Pacífico. Muchos aplausos. Hasta la próxima, la duodécima.

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