«A los delitos los llamamos por su nombre, pero la violencia sexual no estaba relatada»
El trabajo de Cristina Fallarás se plasma ahora en un libro, pero no se queda ahí. Aparte de haber sido una persona que dio un paso al frente y contó sus propias miserias, ha ido recopilando, leyendo y escuchando las miserias de muchísimas mujeres más.
Ahora es palpable y se llama ‘No publiques mi nombre’, pero es sólo una parte de lo que ha pasado y de lo que sigue pasando a nuestro alrededor, en el lavabo de una discoteca, o en una puerta muy cercana a la nuestra, en un descampado, o en un coche que se convierte en una trampa.
Fallarás cuenta que el momento en que reacciona de una manera más fuerte y decide que las violencias contra las mujeres hay que contarlas es cuando lee la primera sentencia de la manada de Pamplona, donde se narraba pormenorizadamente una violación grupal en los hechos probados, pero se ponía en cuestión que realmente lo fuera en las conclusiones, hasta apareció la palabra ‘jolgorio’.
En opinión de esta periodista y escritora, esa sentencia cuenta la violencia sexual que las mujeres han sufrido siempre y es un «retrato de las instituciones y del poder judicial» de este país. Ella sintió que «nos han robado un relato a las mujeres» y que había que pasar a visibilizarlo a través de los testimonios.
Lo primero de todo, hablar de violencia sexual. Porque es una expresión que apenas se utilizaba, no era algo que apareciera entre una lista de delitos. «A los delitos los llamamos por su nombre, pero la violencia sexual no estaba relatada», explica la autora.
Fallarás lanzó un hashtag en redes sociales, #Cuéntalo, para abrir una ventana a las mujeres que quisieran contar sus historias. Una forma de desahogarse, de liberarse de algo que les lleva pesando toda la vida. Con el anonimato como red de seguridad y porque no se debe obligar a que alguien cuente algo como no quiere contarlo. Además, contar públicamente un caso de violencia sexual también puede ser una forma de violencia contra otras mujeres. Fallarás pone un ejemplo (ficticio) fácil: «si yo digo que mi abuelo me violó, estoy convirtiendo a mi madre en la hija de un violador».
Pero aunque un movimiento como el #MeToo o el hashtag #Cuéntalo hayan sido herramientas muy útiles y supongan una revolución, porque es cuando «las mujeres se relatan a sí mismas», Fallarás reconoce que falta alguna cosa, hasta que lo descubrió: faltaba el presente. Casi todas eran historias del pasado, porque las del presente son las más difíciles de contar.
Lo que está sucediendo en los últimos años le parece histórico, un movimiento que sitúa a esa mitad de la humanidad donde quiere situarse, sin tener que ser narradas por otros que, además, ven cómo se les van colgando clichés para encasillarlas y ridiculizarlas.
La escritora defiende también las redes sociales, tan demonizadas por los discursos de odio y las mentiras que se vierten allí, pero que son una herramienta (no pensada para ello) donde las mujeres pueden dar sus testimonios sin tener que pagar por ello. La reacción se da, según su punto de vista, porque estos relatos están atacando el centro de la cuestión, esa violencia tan constante que nunca se había puesto en el centro.
El foco se ha puesto mucho más sobre la periodista desde que se destapó el caso de Íñigo Errejón. Es un caso que ella había publicado, pero sin dar ninguna identidad. Precisamente, antes de esta visita a La Vorágine, publicó un mensaje en Instagram con otro relato anónimo que alude a una persona del mundo de la política santanderina.
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