«La memoria no está muerta, está siempre viva”
Durante mucho tiempo, los Primeros de Mayo, el Día del Trabajo, se celebraban en los Pinares, cerca del Sardinero.
En el Primero de Mayo del 68, cuando el franquismo intentaba sin éxito aislar a España del viento de cambio que soplaba desde París, un grupo de jóvenes sindicalistas y activistas se vieron en su conmemoración rodeados por agentes de la Brigada Política Social.
Decidieron disolverse y dirigirse al centro de Santander, pero por distintos caminos y en grupos pequeños, hasta llegar frente a Correos. Allí, se anudaron unos a los otros de los codos, formando un círculo, un escudo.
El lugar no era cualquiera: era la sede del Gobierno Civil y sabían que en cualquier momento podían salir de allí los grises, la policía de la dictadura.
Es lo que sucedió: salieron y les gasearon. El gas “te hace fisuras” en la piel, “impregna toda tu ropa” y “no puedes respirar, no paras de llorar”. A Miliuco y José Ramón se lo echaron directamente a la cara.
No fue suficiente: 34 personas fueron apresadas durante meses y condenados a multas de entre 8 y 10.000 pesetas, cada uno. Los de fuera hicieron una caja de resistencia, un bote, un ‘crowdfunding’ para ayudar económicamente a las familias que se habían quedado sin el sustento del preso. Los de dentro improvisaron una canción para recordarlo, que Antonio Ontañón, presidente de la asociación memorialista Héroes de la República y la Libertad, uno de los mayores custodios de la memoria que no descansó ni en los años grises, ha cantado para EL FARADIO.
En ese edificio, el del Gobierno Civil, en una época en la que el centralismo era asfixiante y a lo que se representase era una dictadura militar apoyada en Policía e Iglesia, se encerraba a la gente en los calabozos de los subsuelos, y en la primera planta se producían interrogatorios (Ontañón recuerda uno en el que Velasco, un antiguo seminarista metido a policía que pareció reinterpretar a su manera su vocación de confesor, le recriminó que se estuviera “jugando el empleo en el banco” por “defender a los obreros”, que al final todo, lo de antes de la Guerra, lo de durante y lo de después fue siempre de eso).
Hoy Antonio ha vuelto a Delegación, con esa sensación de extrañeza que hemos visto ya en varios actos de reparación de la memoria, y el lugar de la prisión y los interrogatorios representa unas instituciones bien distintas en las que se le ha rendido un aplaudido homenaje a sus más de 40 años recuperando como un titán la historia que todo un régimen y quienes décadas después se envuelven en él se empeñaron en sepultar. Sin el total éxito que deseaban.
Ante el público asistente al acto en Delegación, ha contado como su labor de cruce de datos permitió identificar a 1.200 represaliados y represaliadas políticas, fusilados tras simulacros de juicios y sepultados no en fosas, sino en zanjas cavadas por otros presos, de cien en cien cuerpos.
Fue determinante para esa acometida al olvido el papel del capellán de Ciriego, Tomás Soto Pidal, Román, que pese a contar con sus nombres, les inscribía como anónimos, privando a sus familias de un lugar donde llorarles. Hasta que llegó Antonio y cruzó registros que le permitieron dar nombres que les quiso robar la iglesia, que prefirió dar soporte al régimen que a sus teóricos valores. Hoy en Ciriego hay toda una zona de cementerio, construida –y pagada- colectivamente, a donde llegó tierra de fosas de toda la comunidad, que recuerda una a una las identidades de esos ‘Rescatados del olvido’, el título del libro en el que después continuó contando sus historias.
El cura en cuestión tiene reconocimiento en la iglesia de la Virgen del Mar y su nombre todavía bautiza una calle (los nombres de la calle son una forma de ensalzar y poner de ejemplo, como se confirma cada vez que muere un referente y surgen voces que piden una calle con su nombre).
A sus 90 años, lejos de la jubilación de la memoria que no puede ser porque la tiene privilegiada, Antonio no se ‘ablanda’ por los homenajes y recordaba en el acto que “en Cantabria no ha llegado la transición” porque todavía existen 150 fosas identificadas sin exhumar en una “dejación escandalosa”.
Una petición, una investigación, que ha hecho por “compasión” con todas esas familias, por “amor”, una de las palabras que más se ha repetido en el acto celebrado este jueves en Delegación de Gobierno, en cumplimiento de la Ley de Memoria Democrática, la estatal, que establece mecanismos de reparación.
“LA MEMORIA NO ESTÁ MUERTA”
En este caso, además del homenaje a Antonio Ontañón, se producía la anulación de la sentencia y la ilegitimidad del tribunal que condenó a pena de muerte a Julián Quintana, natural de Caranceja, maestro de obras en las Forjas de Los Corrales de Buelna, dueño del bar Quintana, miembro de la UGT y el PSOE, que fue ejecutado en Ciriego por una paradójica acusación de adhesión a rebelión militar por parte del régimen que venía precisamente de intentar ganar en la Guerra el golpe de Estado que desató todo y que comenzó a fraguarse desde el mismo momento de la proclamación de la República.
Recogió el diploma su hijo, Ramón Quintana –que tenía ocho años cuando asesinaron a su padre-, y tomó la palabra Ana Quintana, nieta de Julián, quien recordaba a su padre y a sus cuatro hermanos, huérfanos, y reivindicaba que ahora “queda clara su integridad y honorabilidad”, si bien lamentaba que la parte sentimental, la soledad de su padre, no podrá tener reparación.
“Esa soledad ha marcado una generación”, expresaba, advirtiendo de que “el tiempo no lo cura todo” porque “la memoria no está muerta, está siempre viva”. Y apelaba a las instituciones a que ayuden a exhumar sus restos.
“QUE EL DOLOR NO OS LLEVE AL ODIO”
También intervenía Aurora Ocejo, hija y nieta de represaliados, sobrina de fusilado, que encarna la recuperación de esos rescatados del olvido que ha hecho Antonio.
Y que recordaba cómo su abuela, a quien le fusilaron a tres hijos, cuando se hablaba de esos temas siempre pedía “que el dolor no os lleve al odio y el rencor” y les animaba, en una lección interiorizada por su hija, por la madre de Aurora, a “tolerar las ideas de todos”.
Un mensaje que ella recupera para, ante los “brotes de intolerancia y negacionismo”, que “este horror no se vuelva a repetir”.
“LA MEMORIA ES UN ACTO DE CUIDADO Y AMOR”
Al acto asistieron el presidente del TSJC o el fiscal de Memoria Democrática, así como representantes de Policía Nacional y Guardia Civil, junto a representantes de colectivos que defienden la memoria como la propia Héroes de la República, AGE (Archivo Guerra y Exilio), La Pajarera Magazine o la Coordinadora de Pensionistas, además del secretario general de UGT Mariano Carmona y el líder socialista Pablo Zuloaga, al frente la legislatura pasada de la Consejería de Cultura desde la que se aprobó la Ley de Memoria Democrática, anulada después por el PP.
En su intervención, la delegada de Gobierno en Cantabria, Eugenia Gómez de Diego, recordaba su reciente participación en el homenaje estatal a Consuelo Berges, escritora y traductora cántabra.
“En una democracia como la nuestra no hay tirano cuya obra merezca ser ensalzada”, aseveraba, rechazando que pueda encuadrarse dentro del término democracia la anulación de leyes de memoria –como la perpetrada en Cantabria- o “cantar el Cara al Sol”, porque, remarcaba, “libertad es democracia”.
Y enumeraba cómo la dictadura que aisló y empobreció al país, “humilló” a las víctimas y renombró en su propia gloria calles y mausoleos, prohibiendo libros y obras culturales, todo con el ánimo de tratar de borrar “el recuerdo de una España que buscaba progreso y libertad” y que es “parte esencial de nuestra identidad”.
Gómez de Diego insistía en que estos actos de reparación buscan “tender puentes” basados en una memoria que, además de ser “objetiva y común”, es “un acto de cuidado”. “Hacer memoria es un acto de amor”, sentenciaba, apelando a, como escribió Pepe Hierro, transitar “por el dolor a la alegría”. Como suele despedirse siempre Ontañón, salud y larga vida.
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