La Vorágine presenta este jueves su repaso al callejero franquista de Santander

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La derogación de la Ley autonómica de memoria democrática no ha sido el final del camino para la recuperación de una memoria hurtada u obviada, la de quienes lucharon por la democracia y sufrieron una dictadura, sino que está espoleando más iniciativas –y además habrá mucho espacio para el recuerdo y la historia este 2025 con la agenda estatal en torno a los 50 años de la muerte del dictador que llegó al poder tras una guerra en la que contó con el apoyo de los nazis alemanes y los fascistas italianos-

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Este jueves a las 19.30 horas la librería y espacio de cultura critico La Vorágine acoge la presentación de ‘Caminar sobre lo innombrable’, un libro publicado por su propia editorial en la que, de forma colectiva, explican -y amplían- el callejero franquista de Santander, esto es, las calles que todavía hoy ensalzan una dictadura militar. Porque poner nombre a una calle, a una plaza o erigir una estatua es una forma de situar como referente, de ensalzar (una obviedad muchas veces rechazada que se demuestra cuando muere alguien y se pide que se ponga su nombre a un calle o plaza).

En la presentación, que podrá seguirse a través de Internet, estarán Paco Gómez Nadal, de La Vorágine, y, por parte de colectivos memorialistas, Marisol González, de AGE (Archivo, Guerra y Exilio) y Jorge Suárez, de Héroes de la República y de la Libertad.

Caminar sobre lo innombrable’ es una alerta sobre el «déficit democrático» que contiene el callejero de Santander y de la comunidad autónoma.

Es una reflexión sobre el hecho de que “nos movemos de unos lugares a otros con nombres generalmente establecidos desde el poder”. En el caso de Santander, señalan, “no hay pudor” en hacer homenajes en forma de calle a “perpetradores de violencia y sostenedores de un régimen autoritario”.

En el trabajo se enumeran al menos 30 calles de la capital que llevan nombres de franquistas o de mitos establecidos por la dictadura para asentar su relato (algunas calles se pusieron a víctimas de su bando con las que se quiso asentar su visión, otras fueron a escenarios de batallas con las que quisieron demostrar hitos de su narrativa, etc..)

Por eso, “es importante nombrarlos, conocerlos”, y saber en qué consistió la aportación a la historia de nombres como General Dávila (la calle que toda la vida se conoció como la siguen llamando los mayores, El Alta), Camilo Alonso Vega –coordinador de los campos de concentración franquista, por ejemplo-, y muchos otros.

El Ayuntamiento de Santander reconoce que aún hay 15 calles en la ciudad que vulneran la Ley de Memoria Histórica al ser designadas con nombres de cargos o personajes relacionados con la dictadura franquista, sin embargo, este trabajo lo extiende a treintena, poniendo ejemplos no sólo de los más evidentes, sino de algunos más “blanqueados”, como Manuel González Mesones, Dionisio Ridruejo, Teodoro Palacios, Pancho Cossío o Tomas Soto Pidal.

Este último era el capellán de Ciriego y cuando había fusilamientos de personas republicanas, asesinados por los militares a causa de sus ideas, no les inscribía con nombre y apellidos, pese a que era una información de la que disponía, teniendo como consecuencia que eran enterrados sin identidad ni un lugar donde pudieran llorarles sus familias. Todavía hoy tiene una calle y espacio privilegiado en la iglesia de la Virgen del Mar.

“Hay nombres que pueden resultar polémicos por la operación de ‘blanqueo’ realizada durante la transición a la democracia o por la ausencia de trabajos rigurosos al respecto”, insiste María Rivero, de La Vorágine, quien advierte que Caminar sobre lo innombrable, “no es una investigación sino una señal de alerta para animar a profundizar en estos perfiles innombrables”.

El callejero de la historia

La Vorágine hace también un recuento de algunas calles en otros municipios de Cantabria en las que perduran nombres como General Mola, Jacobo Roldán o Carrero Blanco, así como parte del imaginario bélico sobre el que se sustentó el relato heróico del franquismo (Santa María de la Cabeza, Alcázar de Toledo, Belchite o Alto de los Leones, entre otros).

Tal y como indica el investigador Miguel Ángel del Arco Blanco, el franquismo impuso a la sociedad un “no olvidar”. “Recordar. Mantener viva la cruzada en las sienes de los españoles, señala.. Esa fue la máxima de las ‘políticas de la memoria’ del franquismo». Ahora, La Vorágine llama a no olvidar pero para lograr, como indica Toni Morant i Ariño, “poblar nuestros espacios públicos con nombres que no sean innombrables [porque eso ] constituye (..) un acto de emancipación democrática”.

 

 

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