Ni salud, ni dinero, ni amor
Aún tengo palpitante el recuerdo de cuando, acabando la universidad, decidí equivocarme e irme a trabajar al extranjero, a pesar de que no tenía demasiadas ganas. Tenía entonces una novia fantástica a la que adoraba (¡ojalá te esté yendo bien, muy bien!), pero nos pasaban cositas que los dos anhelábamos solucionar. No sé bien en qué momento pensé que sería una buena idea irme lejos y esperar a que se arreglara todo solo, pero, evidentemente, no funcionó.
Irme fue un error clave, por supuesto, pero no el único. Si estando allí, simplemente, hubiera descolgado el teléfono más o hubiera cogido algún avión de vuelta; si solo hubiera apuntado su nombre en la agenda atendiendo un poco más al criterio de lo que yo quería hacer en lugar de lo que se esperaba que hiciera… Con frecuencia, fundar las decisiones en el miedo al fracaso en vez de en argumentos sólidos acaba condenando a un resultado nefasto. Aprendí que los errores cometidos por inacción son los más difíciles de solucionar. Bueno, y también que escuchar canciones tristes cuando te mueres de pena es intentar apagar el fuego con gasolina.
Ahora que soy profesor, mis preocupaciones crecen como setas. Es lógico: el último Barómetro Europeo apunta a los graves riesgos psicosociales para nuestra salud que sufrimos los docentes. Y no es de extrañar: llevamos ya diecisiete años sin una adecuación salarial, el número de alumnos por aula es excesivo para poder atenderlos, nuestros centros educativos se caen literalmente a pedazos…
Decía el consejero de Educación que no hay dinero para nuestros salarios porque la partida destinada a sustituirnos en los centros es demasiado alta. Curiosamente, los políticos del Gobierno de Cantabria, él incluido, se han subido el salario un 7% el año pasado. Será un hombre muy ocupado, porque hace mucho que no nos dedica tiempo, pero imagino que podrá sacar un rato para atar cabos e imaginar qué papel juegan esos factores (bajos salarios, ratios excesivas, carga burocrática, inexistencia de un reconocimiento médico anual, bloqueo a la participación del profesorado en la configuración del sistema educativo, etc.) en los problemas de salud del profesorado. A ver si resulta que las bajas las está provocando la propia Administración. A menos, claro, que lo que pretenda sugerir es que los médicos prevarican, ¿verdad?
Decía un tío sabio que vivió hace ya un tiempo que la Historia tiende a repetirse dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Como comprenderéis, puedo asumir el riesgo de que me rompa el corazón alguien a quien quiero, pero no es tolerable darle ese privilegio a un consejero. Por suerte, mis compañeros de sindicato parecen conocer desde hace tiempo la misma lección que aprendí yo demasiado tarde y no tuvieron miedo en convocar en 2020 una huelga, aunque fuera en solitario, para evitar que la Administración nos chanchulleara con el calendario escolar. Y ganaron, ¡claro que ganaron!, sin necesidad siquiera de llegar a ejecutarla. Triunfó la decisión de la acción fuerte respecto a la inacción, triunfó la sabiduría de apuntar las cosas en la agenda y con una fecha cercana. Triunfó, en definitiva, el tomar la determinación de hacer las cosas a tiempo.
Desde que en noviembre me encerré en Peña Herbosa con otros siete compañeros durante diez días, no sé cuántas veces he podido explicar machaconamente la necesidad urgente de una huelga; que motivos sobran, empezando por el salario. Es fácil observar que la Educación pública en Cantabria está en uno de esos hospitales a los que el consejero de Salud les niega los recursos. El mismo consejero, por cierto, que dice que hacemos sindicalismo de kale borroka por denunciar lo evidente: que los servicios públicos están siendo brutalmente atacados. Es absurdo que sea el empresario o el parlamentario el que diga a los sindicalistas cómo tenemos que hacer las cosas. Precisamente, si les molesta es porque es lo que funciona. Sentarse a negociar sin presionar es pegarse un tiro en el pie. Por eso, efectivamente, es hora de que los docentes hablemos desde la calle, cerrando las aulas el tiempo que sea necesario para que se dé solución a los problemas, empezando por la adecuación salarial.
Hay algo que me induce a creer que es francamente complicado recuperar los amores del pasado. Pero sería absurdo pensar que el sindicalismo está dispuesto a renunciar a utilizar sus herramientas históricas en tiempo y forma. Seamos claros: los problemas difíciles exigen herramientas pesadas. El sistema educativo de Cantabria exige una huelga urgente. Si hubiera sido por mí y mis compañeros y compañeras llevaría convocada desde noviembre.
Se equivoca quien piense que vamos a estar esperando siglos para apretar el botón rojo. Se equivoca quien piense que hablar las cosas consiste en irse al extranjero. Se equivoca quien piense que no voy a apuntarme en la agenda lo necesario. Se equivoca quien piense que voy a volver a perder el avión de vuelta a casa.
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