“Se pasó de crear por pasión a crear para vender”
Hubo un momento en la historia reciente en que se atisbó un “vacío” entre el franquismo moribundo y lo que se venía, un “resquicio” en el que un grupo de jóvenes barceloneses creó Ajoblanco, que “pica y repite”, una revista que se convirtió en la referencia de la contracultura de la época, aglutinando preocupaciones de movimientos sociales y con una fuerte vocación creativa.
No era una revista periodística, sino, como cuenta Ribas entrevistado por EL FARADIO, “un experimento hecho por los lectores” que se manifestaba en las secciones, que iban desde lugares que visitar en los viajes (cuando viajar era asomarse a nuevas tendencias en todos los sentidos, no un repaso de destinos) hasta trucos para cuidar el medio ambiente en el día a día, pasando por la cloaca (sí, la cloaca), una especie de página de contactos, pero no en el plano sexual sino en el de cruzar a personas con inquietudes distintas que de otra forma lo hubieran tenido más difícil para conocerse y colaborar.
Pepe Ribas repasa esos años, los del primer Ajoblanco, en ‘Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler’, publicado en Libros del KO (editorial fundada por cántabros) y que se presentará este viernes a las 19.00 horas en Librería Gil, en Pombo, donde estará acompañado de Luis Ruiz Aja, experto en la contracultura, sobre la que ha escrito varios libros, y por el escritor Juan Antonio González Fuentes, que ha trabajado en el Archivo Lafuente, entre cuyos fondos (ahora propiedad del Reina Sofía) se encuentran originales y primeros números de la revista como reconocimiento a su contribución a las vanguardias culturales de la época.
Por las páginas del libro reconocemos nombres con las que se fueron cruzando y que con el tiempo han tenido trayectorias reconocidas, algunas en perfiles sorprendentemente distintos a los que se recuerdan aquí, en su juventud: de Almódovar a Teddy Bautista, de Jiménez Losantos a Savater, de una combativa feminista Karmele Marchante a una joven Alaska, pasando por otros iconos de la contracultura como Iván Zulueta, Ocaña, Nazario, Ceesepe….
«EXPERIMENTAR LA LIBERTAD»
Desde Ajoblanco no sólo se atrevieron a “experimentar la libertad”, tanto en los años previos a la muerte de Franco como en los inmediatamente posterior, sino que detectaron en tiempo real muchas tendencias que con el tiempo serían masivas (del pacifismo al medioambiente pasando por la revolución sexual) y percibieron también en tiempo real la deriva por la que se podría encaminar una “democracia muy imperfecta” que “empezó muy bien, pero se rompió”.
La lucha que emprendió ese grupo de Ajoblanco, según recuerda en el libro, era más contra la noción de la autoridad que contra la autoridad de ese momento, la dictadura, y se extendía a una crítica a los partidos de izquierda de la época, que veían muy encorsetados.
Aunque el recuerdo de la historia haya llegado casi en bloque, fueron tiempos de matices entre generaciones: distanciados de la primera generación de luchadores contra el franquismo, pero recelosos también de los coletazos de la parte más hedonista del movimiento hippie.
Se sintieron, tal vez la palabra sea encorsetados, en tierra de nadie: la generación anterior se hizo fuerte en las estructuras y la posterior “pactó” con aquellos para estar ahí. Vieron venir lo que se daría en llamar la movida madrileña –una creatividad a remolque de la de años atrás en Barcelona—e incluso drogas diferentes a las suyas, más mortales: el cambio de los ácidos y las piedras a las letales jeringuillas , y todavía estaban por llegar los polvos.
DE COMPARTIR A COMPETIR
Hubo, lamenta el fundador de Ajoblanco, “un momento de posibilidad de cambio real en las sociedades occidentales” hacia una autogestión y una cultura que no dependiera tanto del dinero.
Porque, recuerda Ribas, se hacía cultura sin dinero, con “trueque e imaginación”, incluso renunciando a la firma en la revista. Pero todo eso cambió a pasos agigantados y “se pasó de crear por pasión y con convicción a crear para vender”. Pepe enumera cómo se concretó todo eso: con las listas de éxito en los ‘productos’ culturales; con la sustitución de los ateneos populares por centros cívicos, más institucionalizados (y con horarios alejados de la noche), la cultura “asistida” por las subvenciones.
Todo espoleado por un crecimiento durísimo de los precios y devaluaciones monetarias que encareció todo y obligó a “vender la creatividad al mercado”: los cómics salieron del underground y los fanzines para recalar en las revistas, y se utilizó el destape y la desnudez como reclamo para las vendas.
Todo eso, lo de “vender y competir”, “se ha ido recrudeciendo”, aunque todavía observa rescoldos de aquel fuego entre contracultural, libertario y autogestionado en algunos jóvenes, poco más de 20 años, que se plantean “volver a empezar” en espacios liberados, compañías teatrales autogestionadas…
“Cambiamos vidas” al poner a personas y colectivos en contacto –en el libro se relatan varios casos de lectores que les escribían pidiendo todo tipo de ayuda- y también “fracasamos”, pero “renovamos la cultura e hicimos una revolución sexual”, reivindica, advirtiendo que, en el lote de la desmemoria, de los matices del relato, “muchas libertades pueden perderse por todo lo que está pasando en la política”.
El mejor resumen, una nueva paradoja: “en poco tiempo pasaban muchas cosas, y ahora en mucho tiempo pasan pocas cosas”
Noticias relacionadas:
- El sociólogo Luis Ruiz Aja aborda en su nuevo libro la evolución de las rebeliones juveniles de los años 60
- Luis Ruiz Aja, escritor: «El 15M tomó nota de los errores pasados en la cultura de los 60»
- Racionero, el intelectual de la contracultura española
- Nazario repasa sus memorias del cómic underground en Gil