Semana viajera. De Buenos Aires a Madrid: la gran historia de Héctor Alterio. De París a Santander dos músicos cántabros reviven el siglo XX.
Héctor Alterio – Una pequeña Historia – Sala Pereda – 24 y 25 de enero
Los grandes actores, los grandes maestros de la vida, tienen una historia detrás. La de Héctor Alterio (Buenos Aires, 1929) no es pequeña; es larga, apasionante, vivida entre Argentina y España, compartida ahora sobre un escenario a sus 95 años con pasión, emociones, recuerdos, experiencias y muchos poetas acompañantes: “Es necesario convocar a los poetas en estos tiempos”. Y Alterio convocó a Hamlet Lima Quintana, a León Felipe, su poeta favorito, a Borges, junto a los versos de los tangos de su infancia en el barrio de Chacarita (ese barrio porteño donde conviven vivos y muertos ilustres como Carlos Gardel), de su juventud y madurez: Cátulo Castillo, Ástor Piazzolla, Enrique Cadícamo, Horacio Ferrer o Eladia Blázquez.
Escenario sobrio: un piano, una mesita, silla y sillón vintage. Aparece Juan Esteban Cuacci (Buenos Aires,1973), ágil pianista que parece recién salido de un café antiguo de la avenida de Mayo, introduciendo a Héctor. Gran ovación y primeras palabras: la letra de ‘Alguien le dice al tango’ (texto de ¡Borges!), esa que dice “Yo habré muerto y seguirás orillando nuestra vida. Buenos Aires no te olvida, tango que fuiste y serás”. Emociones a flor de piel y primeros recuerdos: “Mis padres salieron desde un pueblito italiano cerca de los Abruzos a Génova y desde aquí viajaron en un trasatlántico llamado Principessa Mafalda”. Y había organitos por las calles, se escuchaba a Gardel, al mundo le faltaba un tornillo (coreado por la sala con un “¿Pa’ qué Don Héctor?”) y Astor Piazzolla creaba el insuperable tango-vals ‘Balada para un loco’: “Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese, qué sé yo, ¿viste? ¿No ves que estoy piantao, piantao, piantao?” (‘piantao’ es ese locuelo un poco chiflado, ¿no, Don Héctor).
En 1974 Alterio se vino a España para presentar la película La Tregua y cuando quiso regresar a su Buenos Aires ya no hubo sitio para él. Exiliado político, fue recuperando poco a poco su voz de trovador, recitador de versos y hombre de teatro. Descubre la poesía de León Felipe (Tábara, Zamora, 1884 – México, 1968), recorriendo sus caminos castellanos y sus vivencias de la guerra civil. Del poeta zamorano que estudió bachillerato en Villacarriedo y regentó una farmacia en Santander (1910-1912) fue el momento hondo y conmovedor de la noche: el relato de una niña tras los cristales, primero viva y luego muerta tras otros cristales. Héctor dejó al auditorio sin palabras. Sabiduría de virtuoso.
Tras más poemas y tangos llegó el final de un viaje con muchas idas y vueltas. ¿Final? Despedidas y aplausos que no acababan hasta que Juan Esteban lanzó un reto porteño: “Ahora, ¡no te rajes!”. Y Héctor no se rajó recitando con su memoria casi centenaria el poema ‘Vencidos’ de León Felipe, ese que dice: “Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar. Va cargado de amargura, va, vencido, el caballero de retorno a su lugar”. Alterio, emotivo y emocionado, creando una atmósfera mágica. Noche de sentimientos, alegres unos, afligidos otros. Gracias, Don Héctor.
De Montmartre a Brooklyn, música para clarinete y piano en el siglo XX – Sala Pereda – 22 de enero
Armar un programa para un concierto de clarinete y piano con piezas del siglo XX es una tarea que exige conocer muchos compositores y… viajar por los lugares donde crearon sus músicas. Andrés Pueyo, experto en vientos, y Diego Gómez Segura, experto en cuerdas percutidas, fueron los viajeros de Montmartre a Brooklyn que tocaron los recuerdos parisinos de Francis Poulenc (1899-1963), el último romántico del siglo XX, y los recorridos barriales por Nueva York de Leonard Bernstein (1918-1990). A la celebración en la sala Pereda se sumaron obras para clarinete y piano de Camille Saint-Saëns (¿han probado a pronunciar este apellido sin sentir cosquilleos alveolares?) y Joseph Horowitz (1926-2022).
La noche palaciega comenzó suave y melodiosa con la Sonata para clarinete y piano en Mi bemol Mayor, Op. 167 de Saint-Saëns (cosquilleos de nuevo), una pieza de 1921 alegre y acompasada que permitió ver la compenetración entre los intérpretes, felices y cómplices. Animados los artistas, vinieron -y se agradecen- las explicaciones de los porqués del programa, esa predilección por la música del siglo pasado y de una obra emblemática de Poulenc: la Sonata para clarinete y piano, FP184 (1962).
Siguieron transcurriendo los momentos musicales con un nocturno sugerente y muy pianístico de Poulenc, una sonata de Bernstein con un movimiento Grazioso interrumpido por risas foráneas (oportuno y muy inoportuno a la vez), una pieza melancólica, otra sonatina para los dos instrumentos de Horovitz y el expresivo final, una sonata con historia. Compuesta pocos meses antes de la muerte de Poulenc, su estreno fue póstumo bajo la dirección de Bernstein y el gran Benny Goodman al clarinete. Trufada de canciones infantiles, sones vanguardistas y exigentes para el clarinete, fue el gran momento de la velada. Muchos meses de preparación de los intérpretes cántabros fraguaron una interpretación expresiva y delicada de este triste y fogoso final. Un pianista fino y preciso y un cadencioso -y un poco bailarín- clarinetista. Un viaje fructífero en pareja.