Semana movida. Mucho teatro y un gran ballet francés con Cervantes, Vivaldi y Lázaro de Tormes por Santander (y una tortuga)

En un lugar de los Pirineos Atlánticos de cuyo nombre hay que acordarse -Biarritz- existe un grupo de bailarines que llena teatros cada vez que prepara una nueva coreografía: el Malandian Ballet. Su director gusta ser neoclásico y moderno. Lo consiguió -una vez más o una vez menos, que se quiere jubilar- el pasado viernes. El resto de la semana muy movido: teatro, puro teatro, verdades bien ensayadas.
Tiempo de lectura: 7 min

Fotografía: Olivier Houeix

Las estaciones – Malandain Ballet Biarritz – Sala Argenta – 31 de enero

El viernes pasado fue uno de sus días en que los autobuses municipales saben que hay concierto “o algo así” en el Palacio de Festivales. Llenos, igual que la sala grande donde había altavoces hasta los techos: sonido reforzado por todo lo alto, distorsión de la música de Antonio Vivaldi (1678-1741) y Giovanni Antonio Guido (1675-1728) interpretada por la Orquesta de la Opera Royal de Versalles. Una grabación donde el violín solista de Andrés Gabetta sonaba acelerado, estilo Luis XV de joven.

El escenario estaba decorado con 100 grandes pétalos 100 que cambiaban de color en cada escena. Un espacio que invitaba a vivir el paso del tiempo, las cuatro estaciones de Vivaldi y las tres de su contemporáneo Guido elegidas para la danzante ocasión. Si Vivaldi describió sus estaciones, más detallado fue Guido con las suyas que contenían sensaciones y cantos del cucú (momento delicioso primaveral con el ballet en sus movimientos más refinados y espirituales).

Uno echa en falta -primera vez en tiempo- unas buenas notas al programa. Para ver este ballet es necesario conocer la diferencia que el director Thierry Malandain establece entre compositores: partes más corales y festivas en movimientos con Vivaldi y todo un relato sobre la vida y la muerte con Guido. Con este los espíritus avanzan y seres alados llevan un cortejo fúnebre, con el número cuatro como símbolo de la creación, equilibrio y armonía. 22 bailarines en escena rotando en grupos, dúos, cuartetos y solos. Sus ejecuciones fueron elegantes, con una belleza formal cambiante y fascinadora, una limpia ejecución y una alegría de grupo que se trasmitía. En la parte de las estaciones de Guido (solo tres) se mezclaron bailarines vestidos a la usanza versallesca con otros que en cada iban mostrando su pureza casi desnuda, primero uno, luego dos, más tarde tres, para acabar con el número mágico de cuatro y preparar la gran escena final con su múltiplo: veinte malandianos en busca de abrigarse que ya había llegado el invierno.

Gran nivel técnico y coreográfico. Una noche magnifica de danza que en el trabajo colectivo recuerda al gran Maurice Bejart y en lo narrativo es muy contemporáneo. Las cuatro estaciones del dúo genovés-veneciano de compositores resultaron exitosas y de un altísimo nivel artístico. Grandes y continuados aplausos. Queremos más, programadores palaciegos del futuro.

Fotografía: Olivier Houeix

 

Esto NO es un libro: Cervantes y Saavedra – Auditorio Centro Botín – 1 de febrero

¿Miguel de Cervantes hablaba en octosílabos? ¿Se llevaba bien o mal con Lope de Vega? ¿Tuvo una señora con apellido Saavedra detrás de sus Novelas ejemplares? ¿Por qué en un lugar de La Mancha y no de Extremadura, Trasmiera o La Montaña? Muchas preguntas como estas se resuelven en una divertida obra teatral con dos actores cada vez más libres y divertidos: Laura Orduña y Sandro Cordero. Su nuevo acercamiento a Cervantes en una serie de espectáculos con el sobrenombre ‘Esto NO es un libro’ -ahora en su cuarta entrega tras versos, celestinas y Lorca- se estrenó en una sala que reía y se asombraba con cada pequeña pieza rescatada de la amplia creación cervantina.

Lo que nació como proyecto didáctico para escolares es ahora una producción para todo tipo de públicos en la que se mezclan proyección de imágenes, videos, historias en forma de cómic, interacciones desde la cuarta pared (más bien cuarto piso) y un vertiginoso ritmo escénico, donde los cambios de roles y atuendos son todo un ejercicio físico y vocal para los actores.

Una obra con momentos deliciosos, donde El celoso extremeño se hace más entretenido que hace cuatro siglos y donde ‘la Colindres’ (personaje de El coloquio de los perros) es la protagonista de un enredo intemporal. Comienza ahora para Laura y Sandro -mes de marzo- llevar la obra a juventudes actuales para que vean a Cervantes con otras miradas más modernas, algo que se logra una vez más. Ya lo dice el proverbio: ‘Bajo la máscara de la comedia se resquebrajan los dogmas’. Por cierto: ¿no era manco don Miguel y no se ve esto en escena?

 

Fantasía + Lázaro de Tormes. Un juglar del siglo XXI – Sala Pereda – 29 de enero

Una doble función en la sala Pereda -mañana para escolares, tarde para público en general- se desarrolló el pasado miércoles. Se juntaron las músicas que predominaban en la España del siglo XVI tocadas por el especialista en cuerda pulsada Enrike Solinis (Bilbao, 1974) con una versión bastante libre del Lazarillo de Tormes por parte del actor Antonio Fernández. Lo de juntarse es un eufemismo: primero uno, luego otro, en medio el telón.

Enrike mostró su maest

ría en instrumentos de cuerda de la época desde un primer guitarrico o vihuela, laudes renacentista y árabe, guitarra barroca y sorpresa final. Comenzó en modo animado, para ir pasando por danzas tradicionales, pavanas, cumbés, jotas, jácaras de músicos de los siglos XVI y XVII (Alonso Mudarra, Gaspar Sanz, Luis de Narváez), toques de sonatas de Scarlatti y la sorpresa: una guitarra eléctrica, para él ya instrumento “clásico”. Atrapó al auditorio escolar que le llenó de preguntas matutinas sobre lo escuchado y las tripas de sus cuerdas. Por la noche no hubo esta interacción. Visitante asiduo de salas e iglesias de Cantabria habrá más oportunidades de conocer sus músicas e instrumentos nuevos (sí, hay un euskelele).

Las segundas partes del día fueron protagonizadas por un Lazarillo de Tormes interpretado en un largo monólogo por Antonio Fernández. El atrezzo era escaso y anunciador de un vendedor de vinos bastante moderno, gorra roja incluida. Un vendedor que va contando su vida desde su orfandad a los sucesivos amos: un ciego, un cura, un escudero y un fraile de la Merced. ¿Siglo XVI o siglo XXI? Los dos. Se respeta el texto original, pero se llena de guiños actuales (autopistas para llegar a Toledo o la importancia del parque de Cabárceno).

 

Quelonia y el mar – Teatro Gorakada – Sala Pereda – 1 de febrero

¿Qué hace una pequeña tortuga naciendo una noche sin luna en una playa, equivocándose de lado de supervivencia y desorientándose en medio de una ciudad? Contar su corta existencia en una obra de teatro del grupo vasco -de Abadiño- Gorakada. Quelonia, la tortuga, es Nerea Ariznavarreta que despliega toda una serie de recursos actorales para -con la ayuda de su sombrero y un pequeño violín- dar vida a ese quelonio despistado.

El argumento puede interesar a amantes de las tortugas, pero resulta bastante desorientador para esos niños a partir de cuatro años

a los que va dirigido. Mientras Quelonia (si llega a ser una pequeña caimana la llaman Sauropsida) se mete en charcos (literalmente), en fuentes y en alcantarillas urbanas (¡con cocodrilos!), en la sala solo se oyen preguntas y más preguntas. Y, además, no hay final muy feliz. ¿Pensarán continuarlo?

Resumen de un espectador rodeado de niños en una sala casi llena: las actrices -Nerea y la violista Maider López- sacan la historia con oficio, teatro de objetos bien pensado y logrado, se agradece la música y juegos sonoros en directo, pero la historia no da para más (incluso para menos: solo 45 minutos de los 55 previstos).

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