
Ángel Sopeña, lirismo existencial
Poco tiempo pudo, el poeta Ángel Sopeña, disfrutar de su, tan indudablemente merecido, como incomprensiblemente postergado Premio de las Letras de Santander. Hace muchos años, en pleno proceso de creación poética, Ángel fue distinguido con la Sirena de Plata, concedida por la Biblioteca Poética La Sirena de Pisueña, con sede en el Ayto. de Santa María de Cayón. Antes, José Hierro y Julio Maruri, poetas y más, lo fueron, distinguidos, con la Sirena de Oro. Y aún antes, Manuel Llano, a título póstumo. Traigo aquí este, ya lejano, reconocimiento a Ángel Sopeña, por cuanto su obra, tanto ensayística, como sobre todo poética figuraba entre y junto a las más celebradas. El Premio de las Letras de Santander 2024, si bien tarde, ha venido para recordar a quienes lo hubieran olvidado que sigue vigente, viva, una obra poética cargada de un lirismo existencial, en el que el tiempo vuela con las alas de palabras transparentes, serenas y delicadas, las más de las veces, nunca exaltadas, que trascienden la realidad sin salir de ella, para comprenderla en su sutileza, y, si es posible, no sólo aceptarla, sino también establecer con ella una relación que se quiere amable, ennobleciéndola, embelleciéndola. Es así que, entre otros de semejante índole, el agua, el viento, la música, la luz son presencias recurrentes en los versos de Ángel. El agua, el mar, que chorrea imágenes de tan dolida, como exquisita belleza hasta transustanciarse en éxtasis de niebla. De igual modo se cuela, en los poemas de Ángel, el viento con todas sus intensidades y desde todas las procedencias, con preferencia del Sur, hasta confundirse con la música, de la lira y de los astros, que aunaron los clásicos, a los que Ángel fue afecto, y a la que el agua presta sus notas. Lirismo en estado de gracia, que se congracia con el devenir evanescente de un tiempo, que es indiferente a las agujas del reloj,
Durante varios años mantuve con Ángel una relación de compañerismo, por razón de profesión, enriquecida por conversaciones sobre literatura, en general, de la que era profesor, y de poesía, en particular, de la no ha dejado de ser maestro. Además, en más de una ocasión, fui atendido generosamente por él: cuando en 2006, como persona interpuesta, yo, le pedí colaboración poética para acompañar una fotografía del libro colectivo “Miradas con voz. Saharauis, en tierra prestada”, no tardó en obsequiar a la población refugiada saharaui con este poema:
Piélago de arena
Tu voz no tiene eco en el desierto
y el cielo parece un papel azul.
Has marcado tus huellas en la arena
para no olvidar el aire de la sombra,
el nombre que no es:
qué lugar o mar vacío.
El mar, por más que de arena, el color de la luz, el vacío tan lleno… Ángel Sopeña en verso puro.