ANIVERSARIO DEL INCENDIO DE SANTANDER

El incendio de Santander catalizó la conversión de la republicana Universidad Internacional en un órgano de propaganda del régimen franquista

Lo que se dio en llamar UIMP abarcó desde la difusión de valores religiosos hasta el viraje hacia el turismo. La celebración de actuaciones en la Porticada fue una propuesta de los empresarios turísticos.
Tiempo de lectura: 9 min

Si pasáis mucho por aquí ya sabéis que el incendio de parte del centro de Santander en 1941 se utilizó, a base de propaganda, censura, fuerza policial y dinero, para asentar un nuevo modelo de ciudad que reflejaba las bases ideológicas de la dictadura militar  franquista y que tuvo como base la segregación social: las clases populares fueron expulsadas del centro a la periferia y las clases dirigentes del nuevo régimen salido de la Guerra Civil o quienes se arrimaron a ellas para prosperar social o económicamente se hicieron fuertes en esa nueva Santander.

La reconstrucción expulsó a los santanderinos de toda la vida

Esa operación urbanística –hoy la llamaríamos gentrificación-  y social, con fuertes nexos políticos contra los perdedores de la guerra, quienes habían defendido la legitimidad democrática republicana y sus familias, no fue el único proceso que se activó esos años.

La tesis doctoral del historiador Jesús Ferrer ‘La instrumentalización política de la cultura durante el primer franquismo: la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y el Festival Internacional de Santander (FIS), 1945-1957’ arroja luz sobre el proceso.

Su investigación está centrada en la apropiación por parte de la dictadura militar de la UIMP y el FIS, referentes culturales santanderinos que tuvieron su antecedente más inmediato en la actividad de la Universidad Internacional de Verano (UIV), que hay que enmarcar en todo el proyecto educativo impulsado por la II República: lo que fue un Palacio real, La Magdalena, se convirtió en un centro educativo de referencia internacional por el que ‘desfilaban’ premios Nobel y en el que actuaba La Barraca, la compañía teatral de Federico García Lorca que acercaba al pueblo los grandes  clásicos.

Cine sin niebla se matricula en la Universidad Internacional de Verano, el “sueño” republicano del que viene la UIMP

El espíritu de ‘La Barraca’ vuelve a La Magdalena 90 años después

En la tesis, consultada por EL FARADIO, se revela un documento dirigido al Ministro de Educación Nacional y fechado en febrero de 1941 en el que se alude a las consecuencias del incendio para pedir al régimen que apoye una serie de propuestas en materia académica y cultural en Santander.

La carta se titula ‘Exposición al Sr. Ministro sobre asuntos culturales santanderinos (1941)’

«Pedirle algo que vale más, mucho más que todas las materias con que se edifica una ciudad: es el aliento, el apoyo a las empresas de cultura que Santander venía desarrollando, con incomparable afán, no solo por entrañable amor a la tierruca, sino a la patria común, cuyo pulso golpea aquí tan fuerte como en la más noble ciudad castellana».

Esas propuestas pasaban por la creación de un «Estudio Menéndez Pelayo», un internado para estudiantes selectos de toda España, con un profesorado escogido y un sistema de becas bien dotadas para aquellos que no pudieran costearse los estudios, en una iniciativa que apostaba por un centro de enseñanza del español para extranjeros.

Aunque el documento no está firmado, el análisis de su contenido le sugiere a Ferrer que su autoría es conjunta, de  Enrique Sánchez Reyes, director de la Biblioteca Menéndez Pelayo;  además de Miguel Artigas, director de la Sección de Cursos para Extranjeros del CSIC, con una gran influencia en la organización de estos programas en Santander; y Joaquín Entrambasaguas, secretario general de la misma sección, con un papel destacado en la planificación académica.

En la carta se enfatizaba el papel del escritor cántabro Marcelino Menéndez Pelayo como principal referencia, enumerando varias iniciativas culturales en torno a su figura, cuyas posiciones conservadoras y católicas le sirvieron al régimen para dotarse de un sustrato intelectual del que más bien carecía.

Y  no sólo pedía apoyo económico y político para la educación en Santander, sino que también presentaba a la ciudad como un símbolo del resurgir de España bajo el régimen de Francisco Franco.

El documento que se encontró llevaba membrete del CSIC y era un borrador con tachones y anotaciones. El caso es que la institución se creó en 1945 y en 1947 se produjo la lección inaugural del primer curso de la UIMP, que llevaba la referencia en sus siglas a la Universidad Internacional, pero que lo viraba a la figura de Menéndez Pelayo,

El propio Enrique Sánchez Reyes daría esa lección inaugural, en la que aludiría a una carta enviada en 1941 al ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín,  con el planteamiento de la creación del Estudio Menéndez Pelayo, lo que corrobora que si bien la carta encontrada fue un borrador, otra carta con los mismos contenidos acabó llegando al mismo destinatario. El rector Pérez-Bustamante felicitaba a ese ministro por su “diligente solicitud y probado entusiasmo” en la creación de la UIMP, que en su definición llevaba la mirada católica al mundo.

Y el mismísimo Francisco Franco,  en un discurso pronunciado en 1946 con el que cerró simbólicamente la “reconstrucción” de Santander, dejó clara su visión sobre la reconstrucción de la ciudad y su papel en el nuevo Estado franquista: «Santander, que tanto ha sufrido bajo el yugo rojo, tiene muestras de lo que puede la revolución española”.

El franquismo utilizó el incendio para legitimarse

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EL USO PROPAGANDÍSTICO DE LA UIMP

Lo cierto es que el diseño de una universidad más ambiciosa para Santander ya se debatía en la prensa local antes del incendio, con referencias más o menos expresas a lo que fue la Universidad Internacional de Verano, el proyecto republicano, y mencionando otras instituciones culturales locales como el Hospital Valdecilla o la Estación de Biología Marítima que fundó el científico Augusto González de Linares.

El proyecto fuerte que invocaba Santander no podía ser industrial por la atonía de la actividad portuaria en Santander, que tras la explosión del barco Machichaco llevó a un repliegue de lo que antes fue una dinámica burguesía y comercio.

Más allá de lo religioso, en el período en el que se fue definiendo la UIMP se fue armando también la arquitectura institucional de una dictadura que antes sólo tenía claro su condición de gobierno militar.

Pero también se fue percibiendo que el mundo estaba cambiando y sus principales aliados tras el golpe de Estado, la Alemania nazi y la Italia fascista, no estarían entre los vencedores de la posguerra mundial y la próxima nueva etapa, la Guerra Fría. La apertura al exterior se reflejó en los temas abordados y permitió dar una cara amable de la dictadura militar.

Y del mismo modo que la Universidad Internacional de Verano republicano tendría una programación cultural, como refleja el paso de La Barraca durante varios veranos, la UIMP contó en los años 50 con unas fiestas que se acabarían convirtiendo en el Festival Internacional de Santander .

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DE LA CULTURA AL TURISMO

El papel de referencia para Santander y la apuesta del régimen por la UIMP llamaron la atención de los empresarios cántabros, y el boletín de la Cámara de Comercio lanzaba llamamientos a conseguir que “a Santander se le conozca, al amparo de nuestro Menéndez Pelayo, como la capitalidad veraniega de las mejores manifestaciones de la cultura” ya que “ los frutos del éxito de tan afortunada iniciativa habrán de ser copiosos”, incluyendo ”los de signo económico y de utilidad comercial”, con mención expresa a que “beneficiarán principalmente a quienes dependen, en sus actividades y negocios, del mayor auge y brillantez de nuestras jornadas de verano”.

La tesis menciona aportaciones del profesor José Ortega Valcárcel a la evolución al turismo, con la Cámara de Comercio como “la tenaz promotora del turismo en la región, como una actividad económica de importancia, y sobre todo como una actividad a desarrollar”.

Ya en 1951 constituye el Centro de Iniciativas y Turismo (C.I.T.), encargado de coordinar esfuerzos para fomentar el turismo veraniego, insistiendo en la necesidad de un programa de fiestas –y doliéndose de la falta de corridas de toros en algún verano–.

La derivada cultural de la UIMP encajó con los objetivos del CIT,  que de hecho fue quien sugirió el “teatro al aire libre” y el escenario de la Plaza Porticada, que se acabaría convirtiendo en la referencia colectiva emocional ligada a los años más recordados del FIS.

La propia UIMP apeló a la financiación de los empresarios locales de su actividad.  A su vez, distintos referentes comerciales trataron de vincular su actividad a la de la Universidad: el Casino quiso acoger el curso de cine,  y todas esas iniciativas permitieron compensar la falta real de infraestructuras locales propias, incluso fraguar el mito de la “Atenas del Norte”, en la que si no asistías a una conferencia es porque la estabas impartiendo.

La llegada de jóvenes estudiantes sirvió para asociarse a una imagen de mayor dinamismo y llegaron los años 60 y el boom del turismo, con nuevas infraestructuras para el ocio, hosteleros y playeras.

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LA DESVIRTUACIÓN DE LA UIV

Y si bien la UIV republicana es el antecedente de la UIMP –que en los últimos años está mirando más a esa parte de su historia, con acciones como el premio cultural La Barraca-, lo que se produjo esos años fue un cambio total de rumbo.

Lorca y Ugarte, de La Narraca, en la UIV

El escritor Julián Marías, que fue becario en la primera etapa de la Universidad Internacional, rememoró con los años que “la Universidad Internacional de Verano en Santander (…) que fue una de las empresas más interesantes que se habían intentado en España y que, por supuesto, al final de la guerra civil fue convertida en algo enteramente diferente”.

Más melancólica es la referencia del poeta Pedro Salinas, primer secretario de la Universidad Internacional de Verano, en el último curso, en pleno verano del 36.: Una tarde, en La Magdalena -se refiere al último curso, el de 1936-, (…) tuve una sensación que no olvidaré nunca: la despedida. Me di cuenta de que estábamos despidiéndonos de algo, de muchas cosas, de una vida que ya no podría volver. Ni el país, ni Madrid, ni la gente, volverían a ser lo mismo” .

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