De pesticidas y bacterias rebeldes: cómo Carson y Margulis sembraron el ecofeminismo

por Marisa Maliaño, Médica. Master en salud pública y etc. Venia Docenty por la Universidad de Granada 1991. Divulgadora y activista ecofeminista.
Tiempo de lectura: 6 min

Fueron dos mujeres—una bióloga marina con un don admirable para la escritura y otra microbióloga con una fascinación por la vida microscópica—las que se atrevieron a desafiar el pensamiento dominante, el del patriarcado, allá por los 60. ¿El resultado? No solo revoluciones científicas, sino también el nacimiento de una forma de ver el mundo que haría temblar a más de un señor de bata blanca, inquietarse a más de un señoro patriarcal y temer por su credo a los que los vocean sin datos ni evidencias: el ecofeminismo.

Rachel Carson y su molesto arte de tener razón

Hubo un tiempo en el que la industria química vivía su época dorada lanzando pesticidas al aire como si fueran perfume francés. Los productos químicos prometían acabar con insectos molestos sin efectos secundarios. Se rociaban campos enteros, humedales, se desinfectaban ciudades y ¿para qué preocuparse de más? Era el glorioso siglo XX y su llamado progreso. Nada de dejar que los insectos siguieran su curso; teníamos entre otros el DDT, ese milagroso elixir que exterminaba plagas sin discriminar demasiado entre mosquitos y, bueno, cualquier otra cosa viva. Todo iba bien ganando con ello dinero y poder sin preocuparse por nimiedades como la cadena alimentaria o la salud humana, hasta que Rachel Carson, bióloga marina y escritora de pluma afilada y maneras para la divulgación, tuvo el descaro de cuestionar ese llamado “progreso”.

Era 1962 publicó ‘Primavera silenciosa’, un libro que tenía la osadía de demostrar con algo tan incómodo como la evidencia científica, que los pesticidas sintéticos no solo exterminaban insectos molestos, sino que también se acumulaban en ecosistemas enteros, contaminaban el agua, debilitaban los huevos de aves como el águila calva, afectaban a peces, anfibios y, ¡oh sorpresa!, a humanos también por la bioacumulación de toxinas en la cadena alimentaria. Lo respaldó con estudios científicos, observaciones de campo y testimonios de investigadores. Y peor aún, lo explicó de una forma tan clara que cualquier persona podía entenderlo.

Esto, por supuesto, no le cayó bien a las corporaciones químicas. La idea de que los humanos no podían rociar el mundo sin consecuencias era simplemente absurda. ¿Desde cuándo alguien debía preocuparse por los efectos secundarios de un químico diseñado para matar?

Carson, con su paciencia de científica y su talento literario, con su manera tan meticulosa y convincente de escribir y con un texto tan bien documentada, encendió la chispa del movimiento ecologista moderno dejando claro que la idea de «dominar la naturaleza» tenía consecuencias catastróficas para la biodiversidad y por ende, para la humanidad.

Pero, sorpresa: la reacción no fue exactamente un aplauso colectivo. La industria química respondió con una estrategia clásica: desacreditar a la autora con una avalancha de ataques personales. La acusaron de histérica, de exagerada, de solterona, de comunista… A pesar de enfrentarse a ataques feroces, Rachel Carson cambió el curso de la historia ambiental. Carson tenía la ciencia de su lado y, lo que es peor para sus detractores, el tiempo. A medida que más estudios confirmaban sus hallazgos, la presión pública también aumentó gracias a que el libro fue un éxito de ventas. Su trabajo impulsó la creación de la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) en 1970. El DDT y 7 más de los 12 pesticidas que denunciaba, fueron prohibidos en EE.UU. en 1972, y su impacto en las aves rapaces comenzó a revertirse. La ciencia, en su incómoda costumbre de tener razón, demostró que Carson no estaba exagerando y que fue la persona fundamental en la consolidación del movimiento ecologista moderno. Y eso que lamentablemente falleció de cáncer en 1964…

Lynn Margulis y la rebelión de las bacterias

Mientras Carson lidiaba con la industria química, Lynn Margulis tenía su propia batalla en el mundo de la biología. También eran los años 60, cuando la teoría de la evolución seguía dominada por la competencia darwiniana («el más fuerte sobrevive»), Margulis propuso algo revolucionario: la simbiogénesis. Básicamente, dijo que en lugar de luchar a muerte, las especies (y las bacterias  en primer lugar) habían sobrevivido colaborando. Sí, en vez de una guerra de todos contra todos, la vida compleja, especializada y pluricelular, surgió porque organismos primigenios se fusionaron y trabajaron juntos.

Su teoría decía que nuestras células con núcleo (las que tenemos los humanos y el resto de pluricelulares) no surgieron solo por mutaciones azarosas, sino porque bacterias ancestrales decidieron unirse y hacer una especie de cooperativa biológica. La mitocondria, esa pequeña fábrica de energía en nuestras células, en realidad era una bacteria independiente que en algún momento dijo: «Oye, ¿qué tal si, nos asociamos? Es energéticamente más rentable” y los cloroplastos que ya estaban en ello desarrollando la fotosíntesis, se apuntaron ipso facto. Y así animales y vegetales son interdependientes y forman ecosistemas colaborativos.

¿El resultado? Margulis fue ridiculizada. Le rechazaron su artículo más de 15 veces, porque la idea de que la evolución no fuera una pura lucha despiadada sino una historia de cooperación, sonaba subversiva al liberalismo anglosajón. Y no digamos a las religiones de nuestro monoteísta entorno. Pero, como pasó con Carson, el tiempo le dio la razón: la simbiogénesis es hoy la piedra angular de la biología evolutiva que nos abre apasionantes ventanas al conocimiento.

Cuando la ciencia y el feminismo se encuentran en la naturaleza

Lo interesante y destacable es que tanto Carson como Margulis, sin proponérselo, sentaron las bases para una visión ecológica con un fuerte paralelismo con el feminismo. La crítica de Carson a la arrogancia humana sobre la naturaleza, mostrando que el modelo industrial trata el medio ambiente como algo pasivo que puede ser manipulado sin consecuencias, del mismo modo que históricamente se ha tratado a las mujeres como recursos, se alineó con la crítica feminista a la dominación patriarcal sobre los cuerpos y los recursos. Mientras tanto, la simbiogénesis de Margulis mostró que la vida no es competencia, jerarquía y agresión sino interdependencia y cooperación, conceptos clave en el ecofeminismo.

Ellas no se llamaban a sí mismas ecofeministas, pero sus ideas desafiaron las estructuras de poder establecidas. Además, fueron el imprescindible ariete ante la sociedad, que abrió el paso para que las mujeres de los 70/80 arriaran el estandarte del ecofeminismo del que somos herederas.

Las científicas que cambiaron el mundo sin pedir permiso

Así que la próxima vez que veas un pájaro volando piensa que lo hace gracias a que su especie sobrevivió, entre otros, al DDT o cuando pienses en tus células recuerda que dependen de antiguas bacterias convertidas en organelos, que nos mantienen sanas.

Y no olvides que hubo dos mujeres que desafiaron al mundo y lo allanaron para nosotras. Al final, si la naturaleza nos enseña algo, es que la verdadera supervivencia no está en el dominio, sino en la conexión y la colaboración.

Mostrar comentarios [0]

Comentar

  • Este espacio es para opinar sobre las noticias y artículos de El Faradio, para comentar, enriquecer y aportar claves para su análisis.
  • No es un espacio para el insulto y la confrontación.
  • El espacio y el tiempo de nuestros lectores son limitados. Respetáis a todos si tratáis de ser concisos y directos.
  • No es el lugar desde donde difundir publicidad ni noticias. Si tienes una historia o rumor que quieras que contrastemos, contacta con el autor de las informaciones por Twitter o envíanos un correo a info@emmedios.com, y nosotros lo verificaremos para poder publicarlo.