
Empieza la fiesta
Haz la prueba. Vete al espejo del baño, apaga la luz y di tres veces: Si construimos más pisos, bajarán los precios. Después, respira. Tranquilo, ni aparecerá Verónica ni pasará nada más, tal vez te llegue una notificación nueva de Idealista.
Puedes intentarlo también poniéndote unos zapatos rojos, chocándoles tres veces y repitiendo: Si construimos más pisos, bajarán los precios. Seguirás sin encontrar un alquiler por 500 euros y un piso por 150.000.
De nada sirve que hayas leído por ahí otras visiones que contradicen la épica del mercado: que la vivienda es vista no sólo como algo que se compra o que se vende, sino también en lo que se invierte para conseguir más o en lo que se meten ahorros la parte del mundo que puede tenerlos. Y eso altera totalmente la ecuación de a más producto, menos precio, porque no hablamos de matemáticas.
El mantra, a fuerza de repetirse, llega un momento en que anula hasta la memoria: algunos estábamos ahí en los últimos 90 y los primeros 2000, cuando las grúas eran parte del paisaje, se construía más y más. Y vimos que no bajaban los precios. La frase sencilla (si se construye más, bajan los precios) no alcanza a abarcar, por ejemplo, el factor de lo que sucede con las hipotecas: en aquellos años, eran más accesibles y eso distorsionó la percepción de los precios. Pagar menos al mes a menudo es más caro que pagar al año (pensar en años y no en meses es la principal diferencia entre precarios y acomodados). Se nos ha olvidado, parece, pero en cualquier momento hacen la serie en Netflix.
El salmo repetido no ha tenido tiempo o ganas de incluir otro factor: ¿qué pasa si esos pisos que se construyen acaban dedicándose a viviendas turísticas, a segundas residencias o a, como se dice ahora, inversión? Que ese supuesto aumento del parque de viviendas no será tal, por lo tanto, la propia teoría no se cumple a sí misma ni siquiera en su propia visión.
La letanía sí que ha tenido su efecto: desde el otro lado del espejo han comenzado a llegar los, como se dice ahora, inversores. No ha sido fácil: alguno pensó que en la anterior crisis –pronto harán la serie también- llegarían en masa, y lo hicieron por ejemplo en Madrid, con viviendas protegidas vendidas a los fondos. Pero en Cantabria todo tarda un poco más y además hace falta la parte pública, que a la hora de la verdad es la única que cumple lo de la colaboración.
El botín de la vivienda se ha retrasado porque en el camino los fondos financieros que en otros sitios han ido a saco a por la vivienda aquí se entretuvieron con las residencias, Valdecilla o la Global, así que lo han tenido que mantener caliente los grandes tenedores (imposible no imaginarse a un cubierto gigante trinchándonos) o, una figura más familiar en nuestro paisaje, el rentista que ha ido heredando pisos y que bloquea locales al creer que atesora palacios, condenando zonas enteras a ser desiertos comerciales.
Los, ahora se dice así, inversores, no se inclinan por la vivienda protegida: tienen otros alicientes en el mercado “libre”. Así que, por ejemplo en Santander, han ido haciendo falta empujones en forma de dinero de todos para que se animen con lo privado. El resto de las licitaciones empieza a mostrar interés, y ya desfilan las empresas, mientras el Cabildo está, ahora ya sí, literalmente en venta, porque por ese lado de la baraja resulta que sí, que ahí bajan los precios cuando no se compensan los gastos con un poco de dinero de todos.
Dicho de otro modo, el mantra, la letanía, el estribillo, el rezo mágico de a más viviendas, menos precios es, basta tener ojos, mera cuestión de fe. Ya ni siquiera es una teoría, es, ahora se dice así, un relato (una forma de ordenar cosas para que encajen). Es decir, un cuento. Pero en este, encima ahora que sabemos que hasta las historias más idílicas escondían su infierno esmeralda, repetir las cosas una y otra vez no conseguirá que se esté mejor en casa que en ningún sitio.
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