No es historia, no nos molesta, es la Ley: ya era hora

El Ayuntamiento se aferra a argumentos de décadas ante el mandamiento legal de la Fiscalía de retirar los nombres a las calles que ensalzan el franquismo
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A la alcaldesa de Santander, Gema Igual, no le ha quedado otra que salir a dar la cara en medios de comunicación estatales tras el aviso de la Fiscalía de Memoria Democrática de que debe cumplir la Ley y sus propios acuerdos municipales y retirar los nombres de las calles que en 2025 siguen ensalzando la dictadura militar franquista. Obligada a aceptar la Ley –muy duro de escribir-, acababa improvisando los argumentos de hace 20 años de no remover la historia, no causar molestias a los vecinos o convivir con los hechos históricos.

-No es historia:

En primer lugar, las calles no son libros de historia. Cuando se pone el nombre de una calle o plaza se recurre a nombres que unan y se consideran ejemplo, referencia. Basta pasear por la ciudad para comprobar que nombres importantes son figuras culturales como Pereda, Menéndez Pelayo, Ataúlfo Argenta, Pérez Galdós, Concha Espina o Reina Victoria, de quienes los gobernantes de la época consideraron méritos suficientes para que permanecieran allí.

Una calle o plaza tiene función de ensalzar: lo sabe cualquier gobernante que, en cuanto fallece una figura importante (el reglamento lo ciñe a personas fallecidas), se pide para él esa distinción: tenemos los casos recientes de Vital Alsar o Eulalio Ferrer.

Si las calles tuvieran que ser libros de historia, entonces podríamos convenir que los atentados terroristas han sido parte de nuestra historia y podríamos poner nombres de calles a sus autores. A nadie se le ocurre y respondería automáticamente que, en todo caso, a las víctimas. Porque en el fondo de las cabezas, por mucho que haya entrado el argumentario, se sabe de sobra que las calles reflejan un sistema de valores  y deben tener un mínimo resquicio ético.

Y, en cualquier caso, aunque finalmente vayan a ser 15 calles y un monumento, el listado de calles con resonancias franquistas supera ampliamente la veintena, y no se nos ocurre otro período de la historia local o estatal que acumule 20 referencias, más aún teniendo en cuenta que hablamos de 40 años respecto a historias de siglos. Pura matemática que confirma la desproporción.

Al argumento de convivir con la historia, que suena ya a la desesperada, le vemos poco recorrido: ¿alguien se imagina que las calles que ensalzan el franquismo empezaran a incluir el detalle de lo que hizo ese militar, ese gobernador civil: a cuántas personas ordenó matar o meter en prisión?

Pero la cosa nunca fue de historia, sino de propaganda. Propaganda bélica, además. El franquismo se puso, en vida, calles a sí mismo, a sus mitos y referencias, con la intención de recordar a toda la ciudad que estaban allí para quedarse. No sólo destacaron a sus militares (Fidel Dávila, Camilo Alonso Vega…), sino a sus batallas y caídos (Baleares, García Morato) o aliados (porque la Plaza de Italia no conmemora al país de la bota, sino a los aliados de Franco en la guerra, en ese caso, el fascismo italiano de Mussolini, que se sumaba a otro aliado, el nazi Hitler, cuyos aviones bombardearon la ciudad).

Y era propaganda de un bando a la contra de otro, el que perdió (con toda la carga de arrogancia que implica cebarse con el que ha perdido y, pasados los años, sus hijos y nietos): si fuera historia de verdad, aunque fuera ceñida a la guerra, junto al Alfonso Pérez se bautizaría la calle en reconocimiento a la población civil a la que mataron el mismo día de ese barco, justo antes, los aviones nazis: los vecinos del Barrio Obrero del Rey, a los que todavía hoy el PP les sigue negando una mínima referencia que sí mantiene en otros.

Es, como mínimo, una historia selectiva. Se tardaron décadas en que, por ejemplo, Matilde Zapata, fusilada por los franquistas simplemente por su labor periodística y política, tuviera una calle. Por supuesto, no en lugar principal de la ciudad porque esos honores se reservaron para quienes se los pusieron a sí mismos en vida.

-No molesta: varias generaciones de santanderinos han sobrevivido a cambios de nombres de sus calles sin desarrollar trastornos ansiosos porque resulta que los habitantes de calles como Los Caños, Juan del Castillo o en general todo Entrehuertas resulta que antes tuvieron otras direcciones sin necesidad de mudanza.

En cambio, hay muchos santanderinos, no despreciables y dignos del mismo respeto que los demás –si no en términos democráticos, al menos en calidad de contribuyentes- a los que sí les molesta que su ciudad ensalce a personas que levantaron campos de concentración, mataron a vecinos, bombardearon ciudades, ordenaron redadas contra personas LGTBI, ordenaron inscribir sin nombre a fusilados para que no tuvieran ni tumba, o torturaron psiquiátricamente a mujeres en situación de vulnerabilidad, etc…

-Es la Ley: Y en cualquier caso, a estas alturas ya da igual todo, argumentalmente hablando en una conversación con quien se resista a que las calles dejen de ensalzar mitos de una dictadura. Al que no le mueven los argumentos éticos o de convivencia en la ciudad –los nombres en la plaza pública ensalzan figuras y valores- ni los históricos –ningún otro período histórico está tan representado en nuestras calles porque de lo que se trata es de propaganda de quienes ganaron una guerra-, le queda el, si encaja en la categoría de persona de orden, el hecho de que lo marca la Ley y además las propias normas aprobadas en Pleno por el mismo Ayuntamiento.

-Bonus track: El debate, concediendo que lo haya, va de convivencia urbana, ética, democracia y respeto a la Ley.  El “reabrir heridas” es un automatismo que sólo se entiende entre quienes defienden con fervor aquel régimen militar (cárcel para manifestantes, censura de verdad en los medios, pobreza y emigración para quienes no estaban cerca de los gobernantes), y no casa que se arrime a ese discurso un PP que muchas veces dice de sí mismo haber evolucionado respecto a sus antecedentes y orígenes políticos. Si han recorrido el camino democrático, entonces esas heridas estarían ya cerradas.

Sabemos que es muy fácil, muy cómodo, otro automatismo, el responder con lo que hicieran o dejaran de hacer en el otro bando, el que defendió la legalidad republicana. Esa alusión a el faro que es que negó la Causa General (el propio régimen, en su relato de los hechos, es decir, no lo refleja ni un relato de parte que no escatimó en detalles para otras de sus narraciones). Habría mil argumentos en torno a un debate que demuestra lo mucho que prendieron cuatro décadas de propaganda constante en los que los mismos medios –y escuelas, y parroquias- que repetían esos hechos no contaban todo lo que se estaba haciendo en tiempo real: la pobreza y la represión). Pero esto no es un debate sobre historia, sino sobre calles. Y por ahí no se encontrara casi ninguna calle o plaza a nombre de quien se quiera invocar, porque (está todo escrito), aquello nunca fue de la paz, sino de la victoria.

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