
Lo de El Pedregal
Un mago mete la mano en la chistera y, ante el asombro del público, saca un reluciente conejo, un Bugs Bunny simpático y peluchón que hace las delicias de críos y adultos. Después, el prestidigitador devuelve el conejito al sombrero, que ahora está y ahora no está, abracadabra y chispúm, todos felices. Luego le pide a su ayudante que se meta en una caja, saca una guillotina, clinc, clinc, y ese pobre infortunado ve como su tronco y sus piernas se separan. ¡Pero no os preocupéis, que sigue vivo y sonriente! El mago vuelve a juntar las piezas del dividido, que se pone de pie con rapidez en cuanto se levanta la guillotina. Aplausos. El espectáculo es conocido ya por todos, pero nadie quiere buscarle el truco al mago. Estaría feo y sería absurdo. Pagar una entrada para frustrarse pensando en el truco es, sencillamente, perder tiempo y pasta, así que nos resignamos a la ficción y ya está.
Algo así es lo que, supongo, Sergio Silva quiere hacer con el CEIP El Pedregal, el colegio de Castro Urdiales que él y sus compañeros han decidido cerrar por dos motivos evidentes: por un lado, para facilitar la especulación en un municipio en el que el precio de la propiedad inmobiliaria ya se ha puesto en niveles indecentes; y, por otro lado, ya de paso, beneficiar a esos empresarios de la educación, como los dueños del cole concertado, el CC Menéndez Pelayo, que quizá aspiren a pescar alguno de los más de ochenta alumnos a los que la Consejería de Educación manda a paseo. Sergio Silva, consejero de Educación, y su ayudante, la directora general de Centros, Reyes Mantilla, son malos como gestores, pero peores aún como magos. Pagar por el espectáculo de estos, de verdad, es tirar el dinero del contribuyente, es decir, de los trabajadores de Cantabria. Porque aquí, desgraciadamente, no hay que esforzarse por buscar el truco, basta con no estar distraído para verlo.
Dicen consejero y directora general que ellos no tienen nada que ver con el cierre, que metieron la mano en la chistera y sacaron la decisión de la Fundación Barquín, dueña del edificio en el que se encuentra el colegio que quieren desalojar. El consejero y la directora general dicen, pobrecitos, que ellos no deseaban esa decisión de la Fundación, pero que qué le van a hacer, y que por ello, sin contar con las familias ni con los docentes que llevan años educando a ese alumnado, han tenido que decidir que mejor reubicar a los chiquillos en otros centros, abracadabra, chispúm y espectáculo terminado. El truco del mago-consejero, en este caso, es que entre las personas con voto en la Fundación Barquín que han decidido desahuciar al cole está, ¡vaya, vaya!, la directora general de Centros, Reyes Mantilla.
Puestos a hacer las cosas mal, el mago y la ayudante decidieron convocar el otro día a los equipos directivos de los coles de Castro Urdiales, excepto al de El Pedregal, para repartirse a los niños y niñas. Sin contar con la opinión de las familias, del alumnado ni del profesorado que conoce sus necesidades. Nada. La Consejería se marca un nuevo Tratado de Tordesillas o una Conferencia de Berlín, cogen regla y lápiz y decide de su mano mayor que estos niños van para aquí, estos otros para acá, y los más de veinte trabajadores que dan servicio al colegio, ya veremos dónde van: alguno reubicado y otros tantos al paro.
Que la Consejería de Educación es un auténtico show lo sabemos desde hace tiempo. Dos de cada tres docentes, el jueves 3 de abril, hicieron una huelga para recordarle al Consejero que se está equivocando al seguir negándose a adecuarnos el salario después de diecisiete años. También que se está equivocando al plantear que en 3.º de Primaria hay que meter a cinco alumnos más por aula. Que se equivocaba al pretender que un profesor enfermo cobrara menos por el mero hecho de estar enfermo.
Pero es que ni mago ni ayudante parecen alcanzar a entender que lo de El Pedregal es, valga el jueguecito de palabras, una piedra más en el camino hacia la autodestrucción que se están empeñando en recorrer enfrentándose a todos los sectores posibles de trabajadores de Cantabria. Pero ya se sabe que los caminos de la farándula son inescrutables y que cuando el mago coge la linde, la linde se acaba, pero el mago sigue.
En fin, el artista puede empeñarse en hacer la ceremonia más grotesca del mundo y seguir pataleando por sentirse un genio incomprendido, pero haría bien en recordar que la historia ha demostrado sobradamente que el público es soberano.