Miniaturas: mirar, ver

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En una exposición de fotografías se produce el encuentro de múltiples miradas, la del artista, ya fijada, con la de cada uno de los que asistan a presenciarla, que aún no saben qué van a ver. Todas ellas iluminan lo que ven y lo que ven depende de los condicionamientos de cada mirada. Ninguna mirada es incondicionada. Todas ellas han sido educadas, mejor o peor, por experiencias de diversas índoles y, en función de esa educación, ven lo que miran. Por decirlo de otra manera, cada mirada tiene sus claves.

El caso es que hace unos días entré en el Palacete del Embarcadero de Santander para mirar las fotografías que allí estarán expuestas hasta el día 4 de mayo. Mi mirada, la de quien del arte de la fotografía sólo sabe mirar las obras acabadas, se iba a encontrar con la del autor de las fotografías expuestas, el finlandés Pentti Sammallahtti, “quizás uno de los fotógrafos más emblemáticos de los países nórdicos”.

Antes de acceder a la sala, donde esperaban las fotografías, un panel, firmado por la comisaria de la exposición, Anne Morin, me recordó la etimología de la palabra “miniatura”: “del latín minare, que significa recubrir con minio”, algo que mi mirada no supo ver en la mayoría de las fotografías, quizá sí en algunas (a las que luego dedicaré unas palabras, pocas), pero en ningún caso las obras expuestas presentan la luminosidad, con la que los amanuenses medievales ilustraban sus escritos, mediante la aplicación del minio.

Pocas líneas después, la Comisaria sigue informando: “La miniatura es un cuadro pequeño”. Sí, claro, entre otras cosas. Y, sí, sí alcanzo a ver en el artista -sin poder mirarlo- “el gesto lento del monje copista, inclinado sobre su obra, como un orfebre de lo minúsculo”, como compara la Comisaria, por más que no todas la fotografías sean tan minúsculas, pero sí de pequeño tamaño, la mayoría de las casi 100. Lo que mi mirada no ve son las técnicas de laboratorio, mediante las que, tras los clics bien enfocados, el artista completa su obra, algo que con seguridad sí verán -aun sin haber podido mirarlo, tampoco- los fotógrafos santanderinos, que saben elevar el resultado de sus propias miradas a obras de arte.

A mí sólo me cabe mirar el resultado, una colección de fotografías enmarcadas como cuadros. Y ver que ni la luz es luminosa, ni la oscuridad tenebrosa, que a veces la luz del entorno se amortigua, incluso se oscurece, para dotar de mayor luminosidad a los “personajes”, animales, principalmente -aves, muchas aves, perros, gatos, monos, Caballos-, pequeños o reducidos, no sé, como figurantes principales, si no únicos, de unos extensos espacios fríos, cuya vida es la que ponen unos seres que no son humanos, y que en el vacío ambiental ponen la ternura que los llena, infundiéndoles una belleza que, sin dejar de ser dura belleza, gratifica la mirada. Mi mirada ve en la mayoría de las fotografías, tanto en su pequeñez, como en la pequeñez de sus protagonistas, esas parcelas del mundo, en las que la vida precisa de la fuerza de un pequeño gorrión, por ejemplo, para ser vivida. Otras veces son las figuras las que se ven oscurecidas para resaltar la fría luz ambiental. Cuando la luz y la oscuridad se equilibran el resultado es sombrío.

En una serie de unas pocas fotografías, a las que antes me referí, mi mirada quiere ver ese “color rojizo-anaranjado que procede de la combustión del blanco de plomo”, de ese metal que es el minio, tal como había leído en el panel de la entrada.

En ellas, las figuras son humanas, de dos en dos -dos hombres; dos mujeres; una mujer y un hombre-, como si se dieran la espalda, como si se miraran de reojo. ¿Qué vio mi mirada?: la dificultad para una comunicación, ya no auténtica, sino trivial, sin más, como si lo inhóspito de los espacios exteriores se hubiera interiorizado, sin el canto de un pajarito en los corazones. Quizá se trata de encuentros inesperados, que encierran alguna sorpresa agradable, o no. Escasean las fotografías del artista, en las que lo humano, lo animal, lo vegetal y lo ambiental se compadecen entre sí, como si con la selección presentada hubiera querido mostrar que la armonía es posible sin la presencia humana.

Todas las fotografías informan de los lugares del mundo, de los que se han llevado unas pequeñas parcelas, que contienen grandes extensiones, cada una de ellas. Lo que a mi mirada le habría gustado ver, y no vio, porque no estaba, es un título en cada fotografía, que sintetizara en lenguaje verbal lo expresado en lenguaje fotográfico, quizá porque me gusta mirar exposiciones de pintura y fotografía como si leyera un poemario, si bien su ausencia no resta nada a la poética, que informa al conjunto de la obra expuesta, que fluye en y de imágenes, no de palabras.

Ah, se me olvidaba: la mirada interpreta, según su formación, y lo que interpreta es lo que suele ver. Aunque no sea eso.

 

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