
La casa de Sotileza
Trabajaba cuando aquello como documentalista en la Oficina de Estudios y Proyectos de la Consejería de Medio Ambiente. Habíamos recibido el encargo, acorde con nuestra misión, de presentar ideas para el pabellón de Cantabria en la Expo Internacional de Zaragoza dedicada al agua y desarrollo sostenible. Corría el año 2008. El proyecto estrella fue una clepsidra o reloj de agua que todavía da la hora en la sede del Gobierno de Cantabria de la C/ Peña Herbosa de Santander. Esta en concreto fue idea de la geógrafa y poeta Maribel Fernández Garrido. En mi caso me centré en la edición del primer libro electrónico del Gobierno de Cantabria: la novela Sotileza de José María de Pereda, que, como se sabe, es la epopeya cántabra del mar (equivalente a Kresala de Domingo Aguirre y a José de Palacio Valdés), cuya edición príncipe es del año 1885.
Todos eran proyectos pequeñitos pero potentes porque la filosofía de la Oficina era servir de campo de experimentación: probar y si salía bien, servir de ejemplo. Íbamos abriendo camino. Cuando era posible recurríamos a pequeñas empresas cántabras que estuvieran empezando, por implantar el gen de la innovación y porque tener a una Consejería como primer cliente, y además con proyectos conceptualmente avanzados, abría la puerta a otros. En este sentido, funcionábamos como una especie de aceleradora de empresas. Muchas de las que hoy suenan proceden de aquella época. Otras no tuvieron éxito. Muchos de nuestros proyectos, tampoco.
Planteamos Sotileza como un libro electrónico de acuerdo con los parámetros de aquella época. Desde la perspectiva actual apenas nos atreveríamos a calificarlo de electrónico. En esencia, se trataba de colocar en un disco compacto el mismo archivo que se llevaba a imprenta. Hoy que trabajo en el hospital con herramientas clínicas de síntesis como UpToDate de Wolters Kluwer u ontologías como Clinical Key de Elsevier, que son las más avanzadas del mundo editorial, un libro reducido a un PDF recluido en un disco compacto es la prehistoria. Pero hace casi veinte años no lo era. De hecho era lo más avanzado. Me refiero en Cantabria, donde ni siquiera había, ni hay, un servicio de publicaciones del Gobierno de Cantabria, caso único en España, de difícil justificación. Habremos avanzado en muchas cosas, no lo niego, pero en otras bien se ve que no, seguramente por desinterés, que es otra forma de decir que por intereses espurios, es decir, ajenos al contexto de lo que se trata, en este caso de libros.
Para la cubierta (no sé si decir carátula) del libro electrónico, recordemos, metido en un disco compacto, pensé en la casa de Sotileza. Y es que había leído en Esteban Polidura, recuperado por la editorial Librucos de Ramón Villegas, que Sotileza era un personaje inspirado en una muchacha real de la Calle Alta coetánea de Pereda y del propio Esteban Polidura, que describe al primero tomando notas a vuela pluma en el barrio, visto con recelo por los vecinos, que realizaban lecturas colectivas de su obra y en cuyos personajes se reconocían, incluida Sotileza, parece que ya mayor el año 1885.
Siguiendo esta línea, Simón Cabarga, que también creía que Sotileza había sido real, señala en su obra sobre las calles de Santander su casa y aporta una foto que recoge Benito Madariaga de la Campa en su biografía sobre Pereda que me regaló mi padre cuando me fui de Erasmus con una dedicatoria a lápiz de la que apenas queda rastro. Hablé con Benito, cronista oficial de Santander, y me dio malas noticias. La casa efectivamente había existido pero ya no porque las obras de la rampla de (precisamente) Sotileza la habían destruido. Sin perder del todo la esperanza, quise asegurarme y resolví coger el libro de Benito y con él abierto por la página de la foto recorrer el barrio: para mi sorpresa la encontré.
Todo concordaba con la foto, incluso al detalle, como el perfil de las esquinas de la galería de madera de la casa de al lado. También casaba con la descripción que hace Pereda de la casa. Sotileza primero vivió en el quinto y último piso, un poco retranqueado, y eran cinco las plantas, luego en la planta baja o bodega, que según el novelista contaba con dos puertas, una que daba a la calle y otra al portal. Puse las manos en el cristal del portal para hacer sombra y poder mirar adentro y ahí estaba la puerta interior. Fue emocionante. La casa estaba vacía. La calle entera parecía estarlo.
No es majestuosa ni la más bonita. Por eso no se la ha encontrado antes, porque, tratándose de Pereda, se miraba para arriba, hacia las alturas, cuando había que hacerlo para abajo. Nos equivocábamos en la dirección de la mirada. Por eso, quizá también, que se haya conservado: porque hasta ahora no ha sido atractiva para nadie. Hasta ahora, que sigue sin serlo, pero no su solar.
La casa de Sotileza es la número 13 de la Calle Alta y va a ser demolida a instancias del Ayuntamiento de Santander en los próximos días. Parece que no hay ya nada que hacer, salvo lamentarse.
Informé al jefe de la Oficina de Estudios y Proyectos y llamamos al Ayuntamiento. A los pocos días quedamos con dos técnicos municipales muy amables. No entramos. Quedamos en que más tarde nos facilitarían el paso para al menos documentar el interior. Regresé transcurridos escasos días y encontré la puerta tapiada. No tuvimos más noticias de los técnicos.
Para la cubierta del libro al final utilizamos la imagen de un mar en calma, para evitar problemas. No fui a la Expo. Me dijeron que las cajas con los discos compactos las habían abierto, algo es algo, pero que habían volcado su contenido sin ningún cuidado, ni se sabía dónde.
Mi padre sabe lo que es la sotileza. Yo no lo sabía. Me lo explicó entonces: la parte donde van prendidos los anzuelos, la más fina del aparejo, fina como la letra cuando escribes a lápiz y apenas aprietas. Al menos a mí me quedó eso.