
Waed Ayyash: «La liberación solo puede venir de la resistencia»
«Desde que nací en Jerusalén conocí el significado de la ocupación a la edad de un año, cuando detuvieron a mi tío Jihad en nuestra casa en Silwan. Lo condenaron a 25 años de prisión». De esta manera, y de muchas otras, el colonialismo perpetrado por Israel en territorio palestino ha marcado la vida de Waed Ayyash, una joven nacida en Jerusalén en 1987 durante la Segunda Intifada que en 2014 tuvo que huir de su tierra. Y así recuerdan muchos palestinos y palestinas su fecha de nacimiento: acompañada de una represión o un momento de resistencia colectiva.

Waed Ayyash, la joven palestina que ahora vive en Cantabria
Waed ha encontrado ahora refugio en Cantabria, pero explica que ya en 2014 sintió el deseo de alejarse de su «ciudad amada, Jerusalén».
«Comencé a sentirme extraña en mi propia tierra. Tomé la decisión sin pensarlo demasiado y gestioné una visa para España, solicitando una residencia larga de un año, aunque solo me otorgaron una de tres meses por inscribirme en una escuela de español en Barcelona», cuenta a EL FARADIO Waed.
Uno de los aspectos más duros fue renunciar a su trabajo en salud mental, donde coordinaba programas para personas con trastornos mentales.
«No fue fácil dejarlo: tenía una buena situación económica y social, una vida que muchos anhelan, pero sentía que vivía en una rueda pequeña, limitada. Empaqué y emprendí mi primer viaje largo fuera de Palestina y viví en Barcelona los días más felices de mi vida: sentí que pertenecía, que no estaba en el exilio. Por desgracia, los tres meses terminaron y tuve que regresar, pero la idea de volver a España no me abandonó», explica Waed.
Jerusalén: una vida frente al muro de hormigón gris
«Crecí en una familia pequeña. Mi padre, Saeed Ayyash, fue condenado a cadena perpetua, pero tuvo la suerte (y la mía) de salir durante un intercambio de presos en 1985. Dos años después conoció a mi madre, Samar, y me tuvieron a mí», relata Waed. Fechas que coincidieron con la Segunda Intifada, de la que se cumplieron en 2024 20 años, en lucha sobre todo contra los Acuerdos de Oslo y la ocupación Israelí.
A partir de ahí comenzó a experimentar las duras realidades de la ocupación, lo cual se reflejaba en las visitas a las prisiones para ver a su tío. «Teníamos que levantarnos a las dos de la madrugada para tomar el autobús a las cuatro de la mañana hacia las prisiones. No entendía por qué me despertaba tan temprano y por qué tenía que ir a ese lugar, donde nos hacinaban durante horas, tanto en el calor como en el frío, hasta que llegaba el momento de la visita. Después, venían las soldadas, nos registraban y nos llevaban dentro de una jaula donde había hombres vestidos con uniformes marrones, sentados uno junto al otro. Entonces comenzaba el proceso de abrazos, dándonos besos, para que cada niño pudiera ver a su pariente, ya fuera su padre, su tío, o su abuelo. El miedo, la vergüenza y el agotamiento extremo son los sentimientos que recuerdo que me invadían en cada visita. Solo quería dormir sin tener que entrar a esa jaula», recuerda la joven palestina.
Para los colonos las vidas de los palestinos valen mucho menos que sus intereses sionistas, y es que la realidad de esta violencia también la sufrieron sus hermanos Majd y Milad. «En 2011 un colono mató a Milad con una bala prohibida internacionalmente en su abdomen, nos dejó a los 16 años. Desde entonces comprendí que no vivo una vida normal en un lugar normal, y que aquí no hay posibilidad de escapar. Crecemos con la idea firme de que Palestina es nuestra tierra, y que si dejamos nuestras casas y nos vamos, quizás nunca podamos volver. Y si algún día regresamos, tal vez encontremos colonos en nuestros hogares, y habremos perdido nuestro derecho a vivir nuevamente en nuestra tierra», lamenta Waed.
Unos años después entró a la Universidad Árabe Americana en 2005 en Jenín, que está a dos horas en coche de Jerusalén. De nuevo estudiar le supuso un enorme esfuerzo y unos desplazamientos que duraban normalmente 5 o a veces hasta 8 horas, «e incluso alguna vez no podíamos llegar y teníamos que regresar a Jerusalén. Además debíamos llegar a Jenín por rutas alternativas debido a los puestos de control (check points) que existían en esos años, los cuales han regresado nuevamente hoy».
«Cada mañana, al tomar café y mirar por la ventana, solo veía un muro de hormigón gris a 5 km». Es uno de los recuerdos más vívidos de Waed en esa época. Desde 1967, Jerusalén oeste fue anexionada por Israel, y Jerusalén este quedó bajo control jordano, dejando a los residentes con un pasaporte jordano temporal, válido solo para salir. «Yo llevo una tarjeta de identidad israelí con la nacionalidad tachada y una tarjeta de viaje (la «laissez-passer», «dejar pasar en castellano») la única palabra francesa que muchos jerosolimitanos conocen, más un pasaporte jordano sin nacionalidad oficial, lo que me deja sin reconocimiento real ni como palestina, ni como jordana, ni como israelí. En cada aeropuerto, la confusión de los agentes se repite», añade Waed.
A través de estas leyes racistas, a decenas de miles de habitantes de Jerusalén les fue impedido regresar a sus hogares después de haberlos dejado durante la guerra, dentro de un período que superaba el año, lo que se conoce como la ‘Ley de Propiedades de Ausentes’. Además, impiden que el ciudadano de Jerusalén tenga derecho a obtener cualquier otra nacionalidad de otro país. «Imponiendo estas leyes a los habitantes de Jerusalén, Israel los somete a una presión aún mayor, privándolos de su derecho a vivir con libertad, incluso dentro de Palestina», muestra indignada Waed.
«Por fin tenía una identidad oficial»
«Volví a Jerusalén tras tres meses en España, y me invadió un sentimiento de extrañeza: allí sentía propósito, propósito de defender mi causa y mi libertad, pero también veía cómo mataban mis sueños. En cambio, España me dio seguridad y paz». Es por eso que, años después, Waed tomó la decisión de volver a España, aunque esta vez por amor para vivir con su esposo Ali en Barcelona.
Fueron pasando los años y por fin, en 2024, Waed obtuvo una visa de estudiante, la única vía para mantener sus derechos como jerusalemita y contar con la posibilidad de volver a Jerusalén en cualquier momento. Sin embargo, asume que será temporal, «llegará el día en que perderé mi identidad y regresaré a Jerusalén como turista». Aun así, se llena de entusiasmo al hablar de esa primera vez en que un documento de identidad reconoció su origen palestino (Jerusalén, Palestina). «Sentí que por fin tenía una identidad oficial», recuerda.
Ahora vive en Cantabria, «entre una gente que comprende la causa palestina y lucha por influir en la política internacional para detener el genocidio en Gaza». «Veo banderas palestinas en todas partes, algo que jamás vi en Palestina, donde ni siquiera se permite colgarlas dentro de nuestras casas», explica sorprendida a la vez que animada, y habla sobre todo del grupo de vecinos y vecinas reunidos en solidaridad con el pueblo palestino de ‘Cabezón por Gaza‘, con quienes tiene estrecha relación.
En cuanto al futuro de su país, Waed cree que «si hoy hubiera elecciones y Hamas estuviera como opción, muchísimos palestinos los elegirían. Sabemos que la liberación solo puede venir de la resistencia, nunca de tratados con un estado que no respeta acuerdos y que se sustenta en la brutalidad. Ni siquiera podría haberte dicho esto en Jerusalén, donde expresiones como esta se castigan penalmente», quiere dejar claro Waed.
Respecto al gobierno español, considera que «ha hecho avances, pero aún puede ejercer mayor presión. Es frustrante ver cómo se confabulan contra un pueblo que alguna vez sobresalió y ahora es empujado al abismo, básicamente por los intereses que muchos poseen en relación con Israel».
Finalmente, Waed deja lugar para la esperanza en que algún día se liberarán porque son «legítimos herederos», aunque sabe que ese día tardará en llegar y el camino será arduo. «La esperanza existe, pero exige que el mundo ponga fin a este régimen fascista; que los países árabes se liberen del yugo sionista y norteamericano. No somos solo un pueblo ocupado, todos los países árabes sufren el peso de este control y nosotros somos quienes pagamos el coste».
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