Una poética de la guerra
En los primeros años de este siglo, el dramaturgo, actor y pedagogo argentino Hernán Gené montó el espectáculo “Sobre Horacios y Curiacios”, basado en la obra de Bertolt Brecht, de 1934, por la que se entona un alegato contra la guerra. También desde Argentina ha venido hasta Oruña de Piélagos la actriz Yanina Frankel, quien, dirigida por Darío Levin ha ofrecido “Ingue”, los días 25 y 26 de octubre, en La Teatrería de Ábrego, dentro de la programación de la V Muestra Internacional de Teatro MUJERES QUE CUENTAN. Y también es la guerra el objeto de atención y crítica. Y también es el humor la clave elegida para transmitir la intención y el mensaje. Y también es la bola roja en la nariz, con la que caracteriza el personaje, que, a diferencia de los de “Sobre Horacios y Curiacios”, no corona su cabeza con pelucas de colores, sino con un casco de soldado en guerra.
Porque en plena II Guerra Mundial se desarrolla las situaciones, que sobre el escenario vive Ingue, que nombra al personaje, mujer judía, y da el título a la función. Mujer que de la persecución y el horror en busca de su familia, de la que ha sabido que se encuentra muy lejos, en el otro hemisferio del mundo, en La Pampa, que su imaginario convierte en tierra de promisión. Hacia ella emprende un viaje de salvación, con todas sus escasas pertenencias y su mucha carga de tragedia a cuestas, para cubrir esa distancia emocional consigo misma y con los suyos, a la que toda guerra condena.
En un escenario despojado, trasunto de la desolación, una cuerda floja lo atraviesa, expresión de los equilibrios obligados para no sucumbir a una situación existencial límite.
En él, la actriz despliega un trabajo actoral y dotado de una movilidad dinámica y una muy rica expresividad, por las que sus gestos y sus miradas hacen inteligibles sus atropelladas palabras, que hablan de sus sentires y pe(n)sares, que mantienen su espíritu en tensión en una huida con un destino incierto. Interactúa con el público, por si encuentra alguna colaboración, que aligere sus incertidumbres y le aporte alguna confianza, no tanto en sí misma, como en la humanidad.
Un trabajo espléndido el de Yanina Frankel, transfigurada para la ocasión en clown, que no payaso, porque la guerra no tiene ninguna gracia, pero, precisamente por eso, si se trata con humor, por más que amargo, e invita a la risa, sin perjuicio de la lágrima, facilita el distanciamiento, que permita a la razón abrirse a una crítica, que concluya en un rechazo radical a la mortal gravedad inherente a toda guerra. Junto al humor, la música es otro componente, que facilita una vía de escape en un callejón, que parece sin salida, pero que se resiste a cerrarse a la ternura y la belleza que Ingue exhibe con un acordeón entre sus manos, y custodia bajo su casco de guerra en la forma de una diadema de flores blancas.
Humor, cargado de ironía: músicas para la evasión; flores como escudo defensivo, en su fragilidad, contrapunto de la dureza del casco: versos para una poética de la guerra, tan poco poética. Para sobrevivirla.